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Una pluma detrás de la palabra
La forja de los «recuerdos» |
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Por Samuel Blixen
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Arriba, "Nené": La
compañera y esposa de los últimos años de José Pedro. Abajo, Olga, la hija.
Las flores y el homenaje a cargo de los bachilleres José María Carissi y
Claudia Romero. |
C ortábamos el trabajo para el
té. El sorbía dos, tres tazas casi almibaradas. La mesa estaba siempre repleta de masas,
pastelitos y bizcochos dulces. El doctor comía lentamente, sin entusiasmo pero con
perseverancia. Tanto dulce no correspondía con su figura delgada, enjuta. La
conversación era una continuación más distendida, casi siempre más sabrosa, de la que
manteníamos en su escritorio con el grabador como testigo, donde invariablemente un plato
con plantillas, en un costado de la mesa, haciendo equilibrio sobre montañas de papeles y
libros, anunciaba el despliegue de confituras que vendría después. Yo me preguntaba de
qué manera, en qué gesto, aquel hombre multifacético, también auscultador de almas,
había descubierto mi predilección dulcera, de modo que me abstenía, mientras él
mordisqueaba una plantilla, ausente, buscando en la memoria el dato esquivo; una suerte de
reflejo, de acto mecánico, pariente cercano del mío, de prender un cigarrillo cada vez
que tropeaba una palabra díscola. No fue al comienzo de aquellos encuentros que supe que
prácticamente no tenía aparato digestivo, que sólo podía ingerir alimentos en
pequeñas cantidades y que el azúcar era necesaria para prevenir descompensaciones. Ese
detalle, como tantos otros, como casi todos los que se referían a su persona, estaba
envuelto en un especial pudor, un manto tenue hecho de delicadezas, de gestos, de
actitudes, un manto que resultó de una consistencia y una resistencia imposibles de
horadar. Y ese fue precisamente mi fracaso a lo largo de todo un año de entrevistas
semanales con José Pedro Cardoso. El resultado fue un libro, «Recuerdos cargados de
futuro», pero mucho de lo que conocí, de lo que aprendí, quedó como tesoro personal.
La paciente espera de la memoria |
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La idea germinó a partir del cariño y la admiración de Alicia
Bidegaray, quien conoció y frecuentó a Cardoso desde muy niña, cuando iba a la Casa del
Pueblo de la mano de su padre, el dirigente del sindicato de Funsa, Irmo Bidegaray. La
razón principal del proyecto estaba condensada en aquellas ocho décadas que Cardoso
había vivido (y seguía viviendo) como protagonista o como observador privilegiado de la
historia moderna de nuestro país; un hombre que había encarnado el progreso, en un
Uruguay moldeado por la fuerza transformadora de José Batlle y Ordónez, y que en la
búsqueda de un futuro más digno había hecho opción por los desposeídos, por los
postergados, en una ecuación que combinaba justicia y ética. Un hombre que había
acumulado una tal experiencia y que al cabo de una tan dilatada vida concitaba un respeto
universal, no sólo entre sus compañeros de Partido sino hasta en sus más feroces
adversarios, de los que lo separaban irreconciliables principios y definiciones era, sin
dudas, un ejemplo que merecía exponerse a las generaciones víctimas de las fracturas
históricas y generacionales. ¿Qué otra cosa podía legar José Pedro Cardoso que su
conducta, su perseverancia, sus convicciones, tamizadas por el humanismo, esa profunda
sensibilidad por el hombre, más allá de las creencias, las opciones, los dolores, las
debilidades y las ambiciones? Un legado que podía descubrir un ángulo distinto para
aproximarse a la historia del país, con ojos que habían recorrido desde la intimidad la
génesis de los hechos hasta sus consecuencias públicas. Con esa pretensión legítima lo
encontré una tarde de 1991 para elaborar un compromiso. Conversaciones previas con sus
más calificados compañeros de militancia habían allanado el camino, pero Cardoso opuso,
con insistencia, las dudas sobre el aporte real que sus recuerdos podían brindar a los
potenciales lectores jóvenes: su modestia y su humildad eran auténticas, como era
auténtica la amabilidad y el tacto con que ofrecía aquella resistencia. Después
descubriría que amabilidad y tacto serían otras vallas a vencer, porque su natural
inclinación a no ofender, a no herir, condicionaban su relato. Llegamos a un acuerdo: no
habría nada en el libro que él no estuviera convencido de decir; grabaríamos las
conversaciones cuya transcripción casi textual él volvería a leer al próximo
encuentro. Así transcurrió casi un año de reuniones semanales, un año signado por
desgracias familiares. Acostumbrado a trabajar de noche, Cardoso admitía que «la cabeza
comienza a funcionar recién por la tarde». No eran jornadas de trabajo largas, porque su
salud se resentía y Cardoso dosificaba sus energías para cumplir con todas sus
obligaciones: estaba decidido a asistir puntualmente a las reuniones del Comité Ejecutivo
del Partido Socialista, y a todas las instancias fundamentales del Frente Amplio, además
de su militancia en diversos organismos de solidaridad. Algunos compañeros en la
dirección de su partido contaban que Cardoso mantenía inalterable su capacidad de
indignación ante los hechos políticos, así como confesaban su fuerza para regañar y
amonestar en su calidad de presidente del Partido Socialista de la misma forma que lo
había hecho en su condición de secretario general. Si Cardoso tenía recelos por confiar
sus recuerdos a quien no respondía a disciplina partidaria, nunca lo dejó entrever, y a
poco de comenzar el trabajo pude confirmar que había dos formidables escollos: uno era la
dificultad de su memoria para recordar los detalles. Antes de cada encuentro, para el que
previamente definíamos el tema de la conversación según un orden más o menos
cronológico, Cardoso se zambullía en su biblioteca y en sus archivos, desenterraba
viejos papeles, apuntes, discursos, resoluciones, que traían al presente episodios
desdibujados por el tiempo. En su memoria quedaban impresos los hechos casi como
conceptos, como juicios, y resultaba trabajoso revestir el esqueleto conceptual con el
músculo del detalle, de la anécdota, del matiz. En el ambiente agradable y reducido de
su escritorio muy a menudo Cardoso quedaba con la vista fija en el techo y el grabador
registraba un interminable silencio. A veces era evidente que aquellas pausas reflejaban
una lucha por rescatar los recuerdos perdidos; y otras, era evidente que los recuerdos
quedarían definitivamente como secretos, después de otra lucha que sopesaba la
oportunidad de contar y la determinación de callar. Se obsesionaba por ser justo y
equitativo a la hora de mencionar personajes, bajo el criterio de que la mención era un
reconocimiento. Prefería por tanto no mencionar a nadie antes que omitir un nombre. Lo
mismo ocurría para calificar: de repente los recuerdos surgían como torrente y el
testimonio adquiría la consistencia y el valor de la historia vivida personalmente.
Había un mecanismo que me revelaba cómo su monólogo se acercaba a la génesis de los
hechos históricos y me ponía en tensión: invariablemente Cardoso bajaba la voz, que se
convertía en apenas un susurro a medida que revelaba detalles inéditos. Pero muchas
veces se arrepentía, y aquel ejercicio de reconstrucción, que lo trasladaba muy atrás
en el tiempo, era inevitablemente matizado por una conducta personal que ni el paso del
tiempo ni el valor de la verdad histórica, utilizados como argumentos, lograban doblegar.
Los juicios siempre eran tajantes para reconocer virtudes, pero nunca para formular
condenas. «Vamos a no poner eso de fulano -me decía- porque es muy duro, y va a
molestar». «Pero doctor, se ha dicho tanto, y hace tanto tiempo que falleció...»,
replicaba yo. «Cierto, pero, sabe, este hombre todavía tiene un nieto vivo, y no quiero
que se sienta agredido». Sobrevenía entonces una agotadora negociación; cuando creía
zanjado el asunto, Cardoso me pedía disculpas, días después, y me entregaba las
transcripciones prolijamente tachadas. «Reflexionar
sobre lo vivido»
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Senador José
Korzeniak, Gral. Líber Seregni, Dres. Rodríguez Juanotena y Macedo y Olga Cardoso
saludando al senador Carlos Julio Pereyra. |
La otra gran valla fue su humildad, su modestia. Era capaz de hablar con un entusiasmo
contagioso del movimiento estudiantil que crecía a influjos de la Reforma de Córdoba y
del papel que jugaron los universitarios en la construcción democrática, en la defensa
de la legalidad, en la oposición al fascismo; pero era incapaz de referir su propio rol
personal en todo ese proceso. Fue necesario mencionárselo para que admitiera su carácter
de fundador de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay. El recuento de su
vida, como estudiante, como médico, como parlamentario, como dirigente socialista,
estuvo, durante aquel año de conversaciones, limitado por esas vallas. Quedó registrada,
sin embargo, una particular y riquísima apreciación de nuestra historia reciente donde
el testimonio, más allá de documentar ciertos aspectos poco conocidos o de ilustrar los
hechos bajo una óptica comprometida, expresaba la vivencia intransferible de un hombre,
por sobre todas las cosas profundamente sensible, capaz de acumular y sobrellevar el dolor
de los demás, de superar las frustraciones y de compartir las alegrías, caminando a
través de las décadas en pos de ideales de justicia y bienestar, nunca desteñidos por
los rumbos que tomaban los acontecimientos. Reflexionar sobre lo vivido, después de vivir
casi un siglo, cuando para muchos 100 años puede ser la medida del tiempo histórico
entre el anhelo y la concreción, no resultó para Cardoso un ejercicio del lamento o la
nostalgia.
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Senador Rafael Michelini. |
Había cierta sabiduría benévola al evocar las inmensas posibilidades que se abrían
ante el derrumbe de la dictadura de Terra, o las expectativas que en 1971 forjó el Frente
Amplio. Y hubo la misma serenidad generosa para recrear las instancias complejas y
difíciles de la negociación que llevaron al término de la última dictadura, sin caer
en el ajuste de cuentas por las críticas y los denuestos. Quizás lo más formidable de
toda aquella evocación era la fuerza de sus convicciones, inalterables, que lo llevaban a
afirmar, con gesto de sorpresa: «¿Pero qué otra posibilidad, que no sea el socialismo,
se abre frente al capitalismo?». Cardoso era antes que nada un político, entendido como
militante; por eso sus recuerdos no se separaban en planos autónomos. No había un
Cardoso legislador y otro Cardoso médico. Había un Cardoso que era legislador, médico o
docente porque era socialista. Sus relatos apasionados sobre sus concepciones sanitarias,
sobre el sistema de salud que descubrió en su viaje a Inglaterra, sobre la adecuación de
esas experiencias a los programas del Partido Socialista primero y de Frente Amplio
después, eran una proyección, una prolongación natural, de su condición de socialista.
Cardoso creía en el inevitable rumbo de la humanidad hacia instancias superiores de su
propia condición, y se reía cuando le mencionaba una supuesta «ley del retroceso
relativo del avance». Su admiración por Salvador Allende, también médico, también
socialista, nos llevó una tarde a hablar de su admirable ejemplo, de su trágico fin y de
la oscuridad criminal que sobrevino en Chile y que cubrió a una América Latina que
sentía como suya. Hablamos de los derechos humanos, de los incomprensibles mecanismos que
forjaron las conductas del terrorismo de Estado, y de la manera de prevenir las
reiteraciones. ¿Qué antídotos? Cardoso pensó y sólo tuvo una respuesta: «Hay que
cambiar la enseñanza, la formación de los militares. El poder político debe encontrar
la forma». La inestimable cosecha de ese año de trabajo fue el contacto con un hombre
excepcional, con un ser de una dimensión humana que lo convertía en ejemplo. Cardoso no
era una figura señera de un Uruguay pasado, sino un ejemplo a imitar en un Uruguay por
venir. Su calidez, su bondad, su firmeza y su convicción, eran cualidades que se
anteponían a las posturas o las opciones políticas. Quizás algo de ese contacto se
transunte en «Recuerdos cargados de futuro». Sin duda, el libro, apenas un largo
reportaje, no hace honor al papel que jugó en la vida del país, y la tarea de
escribirlo, sin el contrapeso de su propia modestia, está aun por hacerse. Porque de esa
vida se extraen enseñanzas y ejemplos que hacen a nuestra historia y que no deben ser
ignorados. |
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