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«Corajuda y buena el alma»
Palabras del Senador Prof. Carlos Julio Pereyra |
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En Paysandú, hablando
en un acto preparatorio del gran mitin por libertades y leyes democráticas en oposición
al regimen "terrista" (julio de 1938). Cardoso sería un luchador contra las dos
dictaduras de este siglo.l |
S eñor Presidente y dirigentes
del Sindicato Médico del Uruguay, señoras y señores. En primer término quiero
agradecer el honor que se me dispensa, al invitarme a participar en este acto de homenaje
al insigne compatriota que fuera el Dr. José Pedro Cardoso. Conocí de cerca a este
singular ejemplar humano, siguiendo su actuación legislativa a través de amigos comunes,
luego compartiendo la integración del Senado y en los frecuentes encuentros, en los años
negros de la dictadura para encender la llama de la resistencia y devolver la
institucionalidad democrática al Uruguay. Es probable que mis palabras no puedan
trasmitir toda su grandeza espiritual y moral, pero es mi obligación como ciudadano
intentar hacerlo para responder a la generosidad de la invitación y a los dictados de mi
conciencia. Es por ello que tengo la satisfacción de estar hoy con ustedes reunido para
evocar la vida y acción de quien fue un singular triunfador en esa difícil empresa que
es la vida de un hombre. No siempre este puede elegir el camino por el que ha de
transitar, y aun cuando pudiere hacerlo, no es fácil no errar en ese azaroso y muchas
veces penoso andar que ello implica. Las dificultades, los obstáculos, de todo orden, que
va a encontrar en la enmarañada selva que ha de cruzar, son innumerables y casi siempre
muy difíciles de vencer. Así, hay muchos que ven caer sus mejores sueños juveniles ante
las barreras que se le ponen delante en esa dura lucha que constituye la existencia de un
hombre, cuando este intenta serlo en la más amplia y dignificadora concepción de la
palabra. Otros, suelen no encontrarlas por el dudoso privilegio de nacer y vivir sin
limitaciones de carácter económico o cultural; otros por no alcanzar a valorar las
facetas dramáticas del mundo a que han advenido, cegados por la perspectiva de una vida
fácil o por responder a la tentación del egoísmo que los encierra en el goce del culto
a sí mismos, ciegos a las angustias y el dolor de sus hermanos, los demás hombres. No
fueron esas, por cierto, circunstancias, hechos o limitaciones que no fuera capaz de
vencer el hombre a quien tributamos el testimonio de nuestro homenaje. Él fue de aquellos
a los que la fortaleza de su vocación, la fuerza moral de su personalidad, los lleva a
vivir integralmente, buscando la cima de la dignidad que enaltece la vida, aquellos cuya
meta es la satisfacción de cumplir esa tarea inherente a la condición humana que es la
función de servicio, la consagración plena de todos sus esfuerzos, de toda su capacidad,
a la hermosa labor que significa la práctica permanente y plena de amor que es la
solidaridad con los demás hombres y fundamentalmente con aquellos que sufren ante la
injusticia provocada por desigualdades económicas y sociales o de quienes son acuciados
por el dolor de las enfermedades. Para tal empresa -la que eleva al hombre a la plenitud
de la dignidad- es necesario sentir el fuerte llamado de la vocación y de la
responsabilidad que brota de un espíritu tocado por una especial sensibilidad, y una
capacidad de entrega inmune a toda tentación por lo fácil, lo banal o aun de renunciar a
justificables llamados más próximos, como sus propias satisfacciones personales o la
dedicación exclusiva a ese entorno cálido que constituye la familia. Entre los ejemplos
más altos de esos compatriotas, que hemos conocido, está el Dr. José Pedro Cardoso. Por
ello, su recuerdo y veneración hoy nos convoca, para exaltar todos juntos -sus colegas,
sus correligionarios, sus amigos y todos los que sienten que debe mantenerse viva la llama
de sus virtudes- las emociones del recuerdo evocativo de su inmensa dimensión humana,
vencedora del tiempo y de la muerte. Su personalidad de recio perfil de luchador social,
poseído de una gran fuerza moral, derribó muros de incomprensión, embates de calumnias
y durezas del combate, para convertirse en un excepcional ejemplar humano. Quizás,
empezó a modelar su carácter en las fértiles llanuras encerradas por las azules
serranías de los paisajes esteños donde abrió sus ojos al esplendor de la vida, donde
seguramente mezcló sus ingenuos juegos infantiles con los sueños de justicia y pleno
conocimiento de los valores más altos que llenaron y justificaron plenamente su
existencia física, su largo, difícil y a veces dramático paso por ella. La escuelita
pública -principal puntal de la sobrevivencia de nuestro pequeño país y de elevación
cultural y cívica de nuestro pueblo, por allí levantada- le fue abriendo el camino de la
superación por el conocimiento, la comprensión del verdadero sentido de vivir y el amor
por los demás con que llenó luego su vida. El liceo aldeano, surgido en viejas casonas
testigos de opulencias efímeras vencidas por el tiempo, fue acicateando sus sueños
juveniles, esos que comienzan a encender la llama de ideales superiores. Luego lo albergó
la universidad popular, también orgullo de nuestro país, avanzada siempre de su progreso
cultural. Para llegar a ella no sólo había que vencer distancias, sino también
dificultades económicas que a tantos han cerrado el paso. Luego lo recibió en sus aulas
la Facultad de Medicina que sería el centro de sus inquietudes inmediatas hasta graduarse
de médico. |
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Prof. Carlos Julio
Pereyra |
El camino de una vocación inequívoca por la función de servicio social ya llenaba su
espíritu respondiendo al llamado de un carácter firmemente sensible, a su preclara
conciencia. Por esa época, también tenía claras sus definiciones políticas para entrar
a recorrer el camino de su existencia, iluminado por las dos estrellas que lo llamaban
desde el diáfano campo de su responsabilidad: calmar los dolores de los enfermos y luchar
por la justicia social. No creo que existan para el hombre ámbitos más amplios que el
del médico y del político para complementarse en los deberes de la solidaridad cuando
estos responden a un fuerte llamado, capaz de exigir las más grandes abnegaciones y
llevar a los supremos sacrificios. En el ejercicio de la medicina el Dr. Cardoso conoció
de cerca el dolor de los demás, sufrió con sus hermanos enfermos y comprendió que toda
la vasta extensión de esa noble profesión no era suficiente para llenar su vida,
deslumbrada por sueños de justicia universal. Y fue entonces luchador político para ser
integralmente luchador social, porque sólo se justifica el accionar político si está
puesto exclusivamente al servicio de la sociedad, lejos de vanidades o prácticas
demagógicas. El político es un luchador social y si no, no es político o no merece el
nombre de tal. A mi juicio tampoco ha de ser solamente un servidor de su partido, sino
concebirlo, como este debe ser, no como un fin en sí mismo sino como un medio, una
herramienta para servir el interés general. Así lo entendió el Dr. Cardoso y porque fue
así es que hoy estamos aquí hombres de diversos partidos, porque no sólo fue un hombre
insigne del suyo, sino porque fue y sigue siendo una figura histórica del país, por
encima de definiciones partidarias, un uruguayo que honró a lo mejor que los uruguayos
tenemos: el amor a la libertad, el culto de la tolerancia, la admiración por la cultura
y, en general, la veneración por los valores superiores que honran a la condición
humana. Y lo fue así porque fue capaz de luchar contra todas las adversidades y contra
toda expresión de injusticia; porque fue un recio luchador y a la vez un hombre bueno y
generoso, que anduvo por la vida como la imagen nacida del ingenio de Cervantes:
conjugando rebeldías con amor, tratando de convertir sus sueños en realidades
redentoras. Y para todo ello tuvo que tener capacidad para el sufrimiento personal,
tolerancia ante la incomprensión, coraje para enfrentar adversidades y una gran capacidad
para amar, cuando el amor pasa por sobre las individualidades para alcanzar el
inconmensurable horizonte de la universalidad. En ese camino no existió sufrimiento que
no pudiera soportar, ni lucha que no fuera capaz de enfrentar: en la vida diaria, en la
acción parlamentaria, en la lucha contra el oscurantismo totalitario. Las dictaduras no
toleran este tipo humano, ni perdonan a los que cultivan la forma de pensar y sentir que
implica la suprema dignidad de los hombres libres. Por ello conoció -ya en la ancianidad-
el rigor de las cárceles de la dictadura que ensombreció cercanos doce negros años de
nuestra patria. Como todo auténtico luchador, el Dr. Cardoso lo soportó, como algo
ineludible, inherente a su condición de luchador y a la intangibilidad de su conciencia
libre. Por todo lo que él significó para el Uruguay a lo largo de este siglo, por todo
lo que ejemplarizó con su conducta, por todo lo que dio a la sociedad uruguaya, por toda
la bondad y fraternidad que supo sembrar en medio de luchas azarosas, hemos venido a
rendirle junto a sus colegas, amigos y compañeros, el homenaje de nuestra admiración
personal y de nuestro agradecimiento como ciudadano de este país. A este maestro de la
dignidad y del coraje cívico, intérprete auténtico e indoblegable de los sueños de
redención, todo lo que lo identifica con lo mejor de los humanos sueños y lo más puro
de la conciencia de aquellos que saben ser integralmente hombres. Con perdón de los
colegas parlamentarios que aquí están y que me oyeron esta expresión de un poeta
nativista de nuestro país, yo encuentro que viene bien para cerrar estas palabras
definirlo en esos versos finales que el poeta dedicara a un prócer nacional y el Dr.
José Pedro Cardoso fue también un prócer de la nación: «Para llevar esa dura
existencia -dijo- hay que tener duro el cuero, corajuda y buena el alma y andar con un
ideal en ristre como una lanza». |
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