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Noticias - Diciembre de 1998 - No 96 SEPARATA

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«No podía concebir la amistad sino en la dimensión de la hermandad»
Palabras del Profesor Daniel Murguía (Emérito de la Cátedra de Psiquiatría)
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Cardoso fue un implacable fiscal contra la corrupción. A mediados de los 60 fue nombrado interventor de la Colonia Etchepare. Abandonó el cargo cuando Jorge Pacheco Areco suprimía por decreto la actividad política del Partido Socialista, en el primer antecedente totalitario de su gestión.

La Cátedra de Psiquiatría de la Facultad de Medicina me ha solicitado que evoque, en este acto de homenaje a José Pedro Cardoso, su perfil y su trayectoria como psiquiatra. Conocí al Dr. José Pedro Cardoso hace larguísimos años, en el momento de mi inicio en la carrera médica. Lo conocí en el recinto de la Asociación de Estudiantes de Medicina, allá en el local de la Avenida 18 de Julio y Yaguarón. Cardoso era un estudiante, pertenecía a una promoción anterior a la mía. En esa legendaria AEM muchas generaciones se iniciaron en el conocimiento y discusión de problemas universitarios, sociales y aun políticos. En asambleas multitudinarias, vibrantes pero ejemplares, algunos asambleístas combativos y apasionados, otros románticos e idealistas, discutían con fervor sus puntos de vista en los problemas que se planteaban y las soluciones propuestas. En medio del fragor de la discusión, cuando esta era más vehemente, cuando las posiciones parecían inconciliables, surgía una voz sensata, serena, firme, convincente y respetada, que era conocida por todos y que valoraba muy bien las soluciones planteadas. Era la voz del compañero Cardoso, que colocaba siempre los problemas en su justo lugar y apoyaba las posiciones más equidistantes, menos proclives a una radicalización inoperante y distorsionante. Ya tenía un perfil definido, una identidad consumada, que no iba a cambiar a lo largo de su vida extensa de luchador social. Después de muchos años volví a encontrar a Cardoso. Ambos ejercíamos la misma especialidad médica y eso me dio la oportunidad de encontrarlo frecuentemente en el ámbito de la Cátedra de Psiquiatría, en el Hospital Vilardebó, donde Cardoso ejercía funciones asistenciales honorarias; en la Sociedad de Psiquiatría, donde compartí una Directiva en la que fue Presidente y en la práctica clínica diaria, donde muchas veces me aproximé a él para pedirle consejo y apoyarme en su erudición, talento y madurez. Tuve el privilegio de ir entablando una amistad con Cardoso, que nos comprometió mucho a ambos emocionalmente. Cardoso me abrió las puertas de su casa, compartí su mesa y su familia y a mi vez lo acompañé en momentos dolorosos, cuando tuvo que sufrir una serie de intervenciones quirúrgicas o en momentos en que tuvo desfallecimiento cardíaco, cuando estuvo preso por la dictadura y en los últimos años de su vida, cuando Cardoso se apoyó mucho en mí y tan poco pude hacer por él, como no fuera verlo a diario y tener un diálogo amistoso y fraterno, porque Cardoso no podía concebir la amistad sino en la dimensión de la hermandad.

 

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Profesor Daniel Murguía

Cardoso fue una persona multifacética. De joven fue practicante de Medicina por concurso, desempeñando el cargo sobre todo en servicios del Hospital Vilardebó. Una vez recibido fue Jefe de Clínica Psiquiátrica por concurso de oposición, desarrollando una actividad docente en la Cátedra de Psiquiatría. Después sus compromisos políticos, que fueron muy precoces e importantes, fueron obstáculos para una carrera docente en la que hubiera terminado en los más altos grados. Pero nunca se apartó del ámbito de la Cátedra. Desempeñó durante toda su vida una tarea asistencial honoraria en la sala 22 del Hospital Vilardebó, hasta que los enfermos fueron trasladados al Hospital Musto. Tuvo una actividad científica destacada. Muy joven, fue coautor en trabajos firmados con Santín Carlos Rossi y otros distinguidos psiquiatras de la época y luego autor de trabajos personales. La Sociedad de Psiquiatría lo tuvo entre sus partícipes y reconociendo sus valores científicos le dio una medalla conmemorativa que Cardoso recibió en este mismo recinto del SMU. Con esa humildad que tanto lo caracterizaba, Cardoso consideró esa distinción como un gesto de generosidad más que de justicia. Fue nombrado Interventor de la Colonia Etchepare. Se aplicó con denuedo a la tarea y en pocos meses consiguió grandes éxitos. Luego, por dignidad política debió retirarse de esa gestión, no pudiendo alcanzar lo que se había propuesto. Además de todo esto, fue un médico con mayúscula. Voy a hacer una aclaración: la Medicina y sus especialidades son ciencias que procuran siempre los resultados más exactos posibles; pero la Medicina constituye una ciencia muy particular, porque su objetivo no es la cosa inanimada o la abstracción, sino el ser humano, que es sensible, complejo, conflictivo y débil, sobre todo en los momentos de enfermedad. Si cualquier científico puede arrojar fríamente una fórmula más o menos exacta para solucionar una situación, el médico nunca puede comportarse tan fríamente, tiene que dar la fórmula a través de un puente emocional, a través de un mensaje amistoso, fraterno y de solidaridad. Por eso es que siempre se ha considerado al médico semejante a un oficiante religioso. Y bien, Cardoso tenía esa capacidad de aproximarse al enfermo, de hablarle en tono coloquial y fraterno, dándole esa fórmula a modo de consejo cariñoso, en un mensaje de amor. Esa era una condición superlativa de Cardoso, una condición auténtica que era un modo que tenía de sentir la Medicina. Esa condición la tuvo toda su vida. Desde «El Estudiante Libre», órgano periodístico de la AEM, denunció ante las autoridades de Salud Pública la condición afligente de los enfermos del Hospital Vilardebó. Una noche, con un compañero tomaron fotos que mostraban una Sala hacinada de enfermos, algunos de ellos durmiendo en el suelo sobre colchonetas delgadísimas, algunos cubiertos por mantas insuficientes para abrigarlos en pleno invierno. Eso pudo representarle a Cardoso una grave sanción. Las autoridades felizmente fueron comprensivas y en vez de sancionarlo se aplicaron a modificar las condiciones dolorosas del Hospital Vilardebó. Esa sensibilidad, Cardoso la demostró en su actividad parlamentaria, defendiendo siempre lo que consideraba justicia social, a los desamparados, afligidos y sesgados por la sociedad. Quizás fue esa sensibilidad la que lo llevó a abrazar una especialidad que pone al médico ante el desafío de una enfermedad terrible como es la locura. Fue tal vez esa misma sensibilidad la que lo llevó a abrazar un ideario político de justicia social. La Facultad de Medicina, valorando esa vida extensa, generosa, dedicada siempre a la salud, a la asistencia, a la ciencia y a la docencia, teniendo en cuenta su talento, sus virtudes cívicas y su moral incorruptible, tomando en cuenta la excelsitud de su espíritu, lo designó -meses antes de su muerte- Profesor ad honorem de la Facultad. Nada más justo. Cardoso, ya muy enfermo, recibió un mediodía en su apartamento de la calle Cuareim a las autoridades de la Facultad que le llevaban la designación. Vivamente emocionado, rodeado por un grupo de amigos que lo acompañábamos, agradeció, pero me consta que en lo íntimo de su persona, con esa humildad y esa modestia que eran ingénitas en él, lo consideró también un acto de generosidad y no le dio la trascendencia de justicia que tenía esa designación. Es difícil encontrar giros verbales o palabras elocuentes que, a quien no lo conoció, le permitan tener rediviva la imagen de José Pedro Cardoso y tener actualizada esa semblanza de vida siempre inspirada por una vocación de justicia y de servicio social. Quizás quienes no conocieron a Cardoso, escuchando en este homenaje algunos recuerdos emocionados, puedan tener vivencias que les den capacidad para captar lo que fue la dimensión formidable que fue el amigo Cardoso, el Profesor ad honorem José Pedro Cardoso. Muchas gracias.

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