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Con motivo de cumplir
65 años, la familia Cardoso se reunía en 1968 en la vieja casona de Agraciada y 19 de
Abril. Lo acompaña su esposa, la Dra. María Isabel Cruz. |
Ocupó cargos importantes en gremios rurales y tenía claras convicciones coloradas. Su
esmerada educación se manifiesta en una serie de cartas de muy cuidadosa y rica
redacción castellana que conserva mi padre. Pero el estímulo intelectual de los
muchachos se debió en buena parte a ella. La foto del ajedrez es una demostración
elocuente. - Alguien debía ser progresista, para que, en aquella época, en la zona rural
de Rocha y Maldonado, surgiera un dirigente estudiantil e histórico de la izquierda
uruguaya... - Es verdad, pero recordemos también que llegó a los quince años a
Montevideo. La abuela lo que le trasmitió fueron principios de solidaridad, rigor,
coexistencia, organización entre personas con lazos comunes. Y el amor por la cultura y
la educación. A tanto llegó ese amor que mis abuelos establecieron una escuela rural en
su predio, al lado de su casa. Allí hizo mi padre los primeros años de primaria. Bueno,
si me permite voy a llamarlo de aqui en adelante «el viejo», que es la manera cariñosa
con que solía dirigirme a él. Creo que la orientación ideológica del dirigente
político y social se gestó en Montevideo, pero la semilla había sido sembrada en Puntas
de José Ignacio.
- ¿La familia es de origen portugués?
- No lo tenemos muy claro. Si es por la «s» en lugar de la «z», tal vez sea
portugués. Mi padre se inclinaba por el origen luso-brasileño. Los Cardoso están en
Rocha y Maldonado desde hace muchas generaciones, así que el origen se pierde en el
tiempo. Pero cierta vez un escribano de San Carlos nos contó que entre los fundadores de
esa ciudad había un tal Narciso Cardoso, proveniente de Canarias. Parece mucha
casualidad, porque el antiguo uso familiar era llamar Narciso al primogénito. La abuela
era vasca pura, entre francesa y española: Etcheverry Alzuri. - Su mamá, la Dra. María
Isabel Cruz, también era médica. - Ambos hicieron bastante paralelamente la carrera.
Tenían la misma edad, ingresaron a Facultad allá por 1921. Mi madre hizo una carrera
brillante, egresó con medalla de oro. Fue una gran pediatra y pudo haber sido una de las
estrellas de la medicina uruguaya, si no hubiera optado por colocarse en un segundo plano.
Limitó así el alcance de su actividad profesional para dedicar parte de su tiempo a la
familia y al apoyo logístico de mi padre. El tema fue discutido y acordado entre ellos.
Mi madre fue fundadora del CASMU y además ejerció, entre otros, un cargo de médico en
el recordado plan de dispensarios Gota de Leche del Consejo del Niño.
- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia en familia?
- El viejo estaba mucho tiempo fuera de casa, lógicamente, a causa del cúmulo de
actividades que cumplía, pero lo recuerdo siempre presente en su enorme dimensión
humana. Tenía una calidez y un amor paterno tales, que compensaban cualquier ausencia.
Tengo historias muy cálidas de ambos. Vivimos en distintas casas, pero lo que más
recuerdo es el apartamento del edificio «Obertillo», de Pereira 2757, sobre la proa de
Rivera. Allí el viejo pudo reproducir un clima parecido al de su infancia, en plena
ciudad. En el mismo edificio vivían mi hermana Olga y mis tías, lo que nos daba un
entorno de familia grande. Las navidades en el apartamento de las tías eran inolvidables.
Hay una anécdota muy graciosa que él mismo se encargaba de repetir con humor. Una vez la
vecina de abajo que lo llamó como médico, lo recibió con un «a usted yo lo conozco, lo
he oído muchas veces. Enseguida pensó en su popularidad política, pero la señora no le
dio tiempo a ilusionarse... «lo oigo todas las noches cuando pasea al nene», le aclaró.
Tengo la mejor imagen familiar. Jamás percibí, ni sospeché, ni hubo, la menor falta de
respeto entre mis padres. Recibí un ejemplo de armonía y amor, aun en el caso de que las
opiniones no fueran idénticas. - Los amigos y compañeros de Cardoso le reconocieron
siempre su buen carácter. ¿Era así también en la intimidad? - Era sumamente paciente,
sumamente tolerante, sumamente receptivo. Jamás levantaba la voz ni utilizaba palabras
gruesas. Al mismo tiempo tenía un fuerte poder persuasivo. Esa serenidad iba unida a una
fuerte autoridad moral, que no se expresaba por medios ejecutivos, sino a través de
opiniones de mucho peso. Todos en la familia, no solo yo, tenían una sensación de amparo
y seguridad por la capacidad de convicción y reflexión del viejo y por el acierto de sus
observaciones. Por mi casa desfilaban familiares y amigos de todos lados y con todos los
problemas. Todos a pedir consejo. Persona que tenía alguna dificultad, necesariamente iba
a hablar con José Pedro. Si había un conflicto, mediaba José Pedro... «Hablar con
José Pedro» era un verdadero concepto familiar que expresaba su liderazgo. Era una
autoridad firme, pero persuasiva. Lo que él aconsejaba por lo general se llevaba a la
práctica.
- ¿Que tenía que ver con ello su profesión de psiquiatra?
- Su vocación médica no era ajena a la capacidad de resolver problemas humanos. Por
algo se hizo psiquiatra. Creo que tenía la capacidad de acercarse al prójimo para
influir positivamente. Tenía una constitución psíquica y moral sana y fuerte. A la vez
poseía una profunda afectividad que le permitía llegar a personas que parecían
absolutamente cerradas.
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Julia, la madre de
José Pedro, era una gran aficionada al ajedrez. No dudó en enseñarle las reglas del
deporte ciencia a sus hijos. Uno de los aleros de la estancia "Las Vertientes"
era el lugar preferido para compartir largas partidas (aprox. 1925) |
- ¿Trabajaba mucho como médico?
- Más de lo que la gente piensa. Inclusive, ya muy mayor, cerca de los noventa, tenía
tres personas a las que iba a visitar como médico a la casa. Fui testigo presencial de
los hechos, porque lo llevaba en auto. Siempre venía algún paciente a la casa, en busca
de esa hermosa síntesis de vida que era mi padre: médico, amigo, consejero. En la época
de pleno ejercicio tenía sus días de consulta, que respetaba religiosamente y atendía
en clínicas y Salud Pública. Tenía muy buena reputación profesional entre sus colegas.
En este ámbito se notaba muy claramente su capacidad de adaptación a los tiempos. Se
formó como psiquiatra tradicional, pero cuando empezaron a llegar nuevas tendencias, no
dudó en darles cabida y aceptar de ellas lo que entendía bueno. Inclusive, tenía muy
buena relación con el psicoanálisis y no le negaba eficacia. A tal punto que enviaba
pacientes a psicoanalistas, cuando lo entendía conveniente. Así como en la política
siempre fue joven, ocupando lugares de primera línea, también fue abierto en su vida
profesional, a la evolución de teorías y prácticas médicas. Aunque fue un hombre
formado en las primeras décadas del siglo, su pensamiento se fue amoldando a los cambios
del mundo. Fue siempre joven: a los 30, a los 70 y a los 90.
- ¿Quiénes fueron los grandes amigos de Cardoso?
- Nombrar a personas sería cometer una injusticia. Eran tantos los amigos que lo
querían y respetaban íntimamente y a quienes quería y respetaba del mismo modo, que lo
único que puedo hacer con relación a esta pregunta es recordar improvisadamente algunos
nombres vívidamente presentes en mi memoria de infancia: Mario Cassinoni y Arturo Dubra;
RicardoYannicelli; Pablo Carlevaro (en homenaje al cual me pusieron Pablo); Irigoyen y
Lorenzotti; Juan José Crottogini; los Artigas, y los demás... Recuerdo las visitas
familiares a aquellos amigos entrañables, y tengo particularmente presentes las visitas a
las casas de Cassinoni y Dubra. El Dr. Daniel Murguía, además de ser un íntimo amigo de
la juventud, lo acompañó y lo ayudó mucho hasta el final. Quiero asimismo mencionar la
sólida amistad de mi padre con el escribano Alfredo Abete, siempre al firme junto a
nuestra familia, lo mismo que José Díaz, el coronel Aguerre y sus esposas. Y con el Dr.
Carlos Gómez Haedo. Este es una generación más joven que mi padre: seguramente era
todavía estudiante cuando yo iba de chico a lo de Cassinoni y lo de Dubra. El Dr. Gómez
Haedo fue durante muchos años, hasta el final, médico, amigo, confesor y compinche del
viejo. Y, aun más joven (más joven que yo...), José Pereira, compañero, médico y de
hecho miembro de la familia. Por favor que no se vea en estos nombres más que un
pantallazo momentáneo, parcial e incompleto por definición.
- ¿La docencia universitaria fue una materia pendiente?
- Sentía tal vez como materia pendiente el no haber desarrollado más su vocación
docente en lo académico. Pero en los últimos meses recibió una de las mayores alegrías
de su vida cuando fue nombrado profesor ad honorem de la Facultad de Medicina, en una
ceremonia muy emotiva que tuvo lugar aquí en su casa. Como le dijo el entonces decano
Touya, no fue un título simplemente honorífico, sino que lo habilitaba para enseñar en
la Facultad. Todos los catedráticos presentes subrayaron la vigencia actual de su
referencia ética y profesional para estudiantes y colegas. No se quejaba cuando decía
que le faltaba una materia, solamente lo expresaba con cierta nostalgia. Había sido
gremialista, parlamentario, médico, dirigente político. Pero creo que ese casillero se
llenó de la manera más honrosa y plena. Fue durante siete meses profesor de su querida
Facultad de Medicina.
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"Estes será su
monumento", fue el comentario de la hermana Talita cuando sacó a José Pedro en un
peñón de La Paloma (aprox. 1917) |
- ¿Por qué fue diputado por Salto?
- Al Partido Socialista le tocó en su momento un diputado por Salto, cargo que
justamente ocupó mi padre. Mi recuerdo es que la vinculación con el departamento se
transformó en algo muy profundo. La mejor síntesis surge de una foto de la
multitudinaria despedida que las fuerzas vivas salteñas le tributaron poco antes de un
viaje a Gran Bretaña para estudiar la medicina social de ese país, en 1950.
- ¿Tenía un perfil interpelador?
- Creo que en la vida parlamentaria tenía la dureza y rigor que no demostraba en
familia o entre amigos. Nunca con falta de respeto, pero muy incisivo y contundente en sus
juicios. Más allá de los temas sociales, que le preocupaban y mucho, era casi obsesivo
en su lucha contra la corrupción política y administrativa. Para mi padre, tan
importante como lo social era la ética política. Tengo muy marcada su imagen del índice
levantado, haciendo declaraciones de principios éticos y morales. Sentía una profunda
necesidad de denunciar y corregir las inmoralidades públicas. - Nos comentaron que sabía
mucho de temas agropecuarios. - Tenía parte del camino hecho por haber nacido en una
familia rural. Pero además estudió el tema en profundidad, quizá sensibilizado por la
triste experiencia de quiebra económica que sufrió la familia en 1930. En este ámbito,
dedicó una gran labor de análisis al Instituto Nacional de Colonización en el marco de
un proyecto de reforma agraria.
- ¿Qué significa para usted la imagen de Emilio Frugoni?
- Fue una persona muy recurrente durante mi infancia, no del círculo de amigos de mi
padre, pero sí muy presente en lo político partidario. Lo recuerdo como una figura
patriarcal. Recuerdo su estampa, su agudeza y sus frases siempre perfectas y profundas.
Tengo la sensación de que cada reflexión irónica de Frugoni me dejaban pensando.
- ¿Recuerda la fundación del Frente Amplio?
- En ese entonces yo vivía en Inglaterra. Fue una enorme alegría comprobar que mi
padre seguía adelante con sus ideales, renovadamente joven. Su pensamiento político fue
siempre de búsqueda de soluciones de fondo y con ello se relaciona su aporte a la
creación del Frente. Muchas veces había acompañado iniciativas nucleadoras, por ejemplo
en la defensa de la República Española y en la lucha contra la dictadura de Terra. El
Frente Amplio fue una especie de culminación de ese sueño unitario, sueño que vivió
con ardor y madurez al mismo tiempo. Tengo la sensación de que su pensamiento fue en 1971
aun más joven que en las décadas anteriores.
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La familia Cardoso
Etcheverry en el casco de la estancia "Las Vertientes" (aprox. 1920).
Posan José Pedro, Narciso (Tito), Mario, Natalia (Talita), Ramiro, Tomasita, Narciso
(padre), Julia (madre) y Julita. |
- ¿Cambió mucho Cardoso a partir del golpe de Estado de 1973?
- Fueron mis últimos años de permanencia en el país. Aunque sufrió mucho el golpe,
jamás demostró angustia. La tristeza era compartida con los íntimos, pero el mensaje
hacia adentro y hacia afuera era de aplomo y de capacidad de influir en la situación. Y
de jugarse por la democracia. Nunca se dejó abatir por los contratiempos, fueran los que
fuesen. Tengo el recuerdo de su tozuda disciplina opositora frente al régimen. Estuvo en
todo lo que tenía que estar. Fue preso político en varias oportunidades, con más de 70
años. - Hay un episodio de reclusión que casi le cuesta la vida. - Es verdad, fue en
1980, cuando ya andaba por los 77 años. Estuvo detenido dos meses en muy malas
condiciones. Lo llevaron a la Cárcel Central de San José y Yi, donde lo recluyeron en
una celda fría y húmeda. Permaneció allí toda una noche de agosto, sin cama, ni
abrigo, con sólo una silla, y con una ventana abierta. Después de unas horas sintió
perturbaciones cardiovasculares, y se dio cuenta de que estaba sufriendo una angina
péctoris. Consiguió así la presencia de un oficial, al que alertó: «por el propio
interés de ustedes, habría que atenderme». Si no recibía una atención inmediata,
seguramente iba a morir allí mismo, con todo lo que representaba ese hecho a nivel
nacional e internacional. Fue entonces trasladado al Hospital Militar. La segunda etapa de
detención la cumplió en un sanatorio del CASMU y la tercera aquí en su casa, en
reclusión domiciliaria. Mi padre no había sido un cardíaco manifiesto, pero a partir de
ese episodio el mal se fue agravando. Primero la angina de pecho, luego el preinfarto,
hasta que fue operado exitosamente en Ginebra. Uno de los peores episodios de su historia
cardiovascular se dio en Suecia, durante una reunión con exiliados. Se sintió mal, solo,
de noche... tenía casi 80 años. Se trató con aspirina nada más. El proceso fue
empeorando hasta 1986, año de la operación. Quiero mencionar al cirujano argentino que
con tanto cariño, tanto acierto y tan buen resultado lo operó en Ginebra: Osvaldo
Martínez Peralta. También al cardiólogo Fausto Buitrón, ecuatoriano radicado en el
Uruguay, quien fue el encargado de los estudios arteriales previos y viajó con él a
Ginebra. La operación fue un éxito enorme: le devolvió y le alargó la vida. Nunca más
sufrió problemas cardiovasculares graves. Fue una operación que le permitió sobrellevar
varias intervenciones posteriores, sobre todo la extirpación del estómago, practicada
con notable éxito por el profesor Muzio Marella. En verdad, la historia médica de mi
padre, como paciente, está marcada por una sucesión de médicos brillantes. Y por su
condición de paciente brillante, que recompensó con su longevidad la dedicación de los
médicos. -Nos imaginamos su cercanía a Cardoso cuando viajaba como emisario de la
resistencia de la dictadura en foros internacionales o en visitas a uruguayos exiliados en
Europa. - Era sagrado para él quedarse un tiempo en casa cuando viajaba por Europa, fuera
donde fuera. Vivió ese ejercicio de divulgación, muy intensamente. Y fue muy eficaz e
incansable. Tras su paso siempre quedaba algo importante en los países que visitaba; algo
cambiaba en favor de una mejor respuesta exterior a los problemas de los uruguayos. Fue
una labor que se inscribe en el proceso de reconquista activa de la democracia. - El
Sindicato Médico es un gran pretexto para esta evocación. ¿Qué sentía Cardoso por su
gremio? - Para mí, las palabras Sindicato Médico forman parte de un núcleo de nociones
primarias que acompañan los recuerdos de mi niñez. Palabras como, por ejemplo, José
Ignacio, Rocha, Facultad de Medicina, Socialismo, Gota de Leche, Sindicato Médico, están
en lo más hondo de mis primeras vivencias asociadas a mis padres. El Sindicato tenía la
particularidad de ser para mi padre un empeño compartido con mi madre. Ella ponía toda
su alma como técnica del CASMU y él hacía lo mismo como gremialista del SMU. Digo más,
en casa se hablaba del Sindicato, así, a secas, y todos sabíamos de qué se trataba. El
« Sindicato» era uno, el Médico. Para mí, niño, era una palabra cubierta por una
aureola de bondad; una expresión de bien absoluto. Cuando se hablaba del Sindicato, se
trataba de la protección que teníamos fuera de casa. El Sindicato eran los amigos más
queridos. Era, en grande, todo lo bueno que en la vida íntima eran mis padres. Después
supe que encarnaba en rica síntesis el ideal humano del viejo. - Cuéntenos alguna
anécdota linda sobre el final de su vida. - Dos historias, entre otras, nos emocionaron.
Una, la entrega del diploma de profesor ad honorem. Se sentía mal, ya estaba muy mal,
pero fue tan fuerte el estímulo de ver allí a colegas y amigos, que hasta pudo
improvisar un discurso sobre su trayectoria y la Facultad. No conforme con ello, a la hora
del brindis, participó, dentro de sus posibilidades, en un animado debate sobre el futuro
del Hospital de Clínicas. Creo que gozó del hecho de que allí, en su casa, se estuviese
diseñando en parte un proyecto importante de la medicina pública uruguaya. Poco antes de
la muerte, mantenía la capacidad de involucrarse en la lucha por la salud. Seguía la
discusión con una cara de felicidad enorme. Ese día hasta se tomó un vinito, justo él
que no se apartaba nunca de cierto refresco gaseoso... Otra, su sorpresiva aparición en
el acto de apoyo a Tabaré Vázquez en Plaza Lafone en 1996. Todos (médicos, familiares,
compañeros) querían convencerlo de que se quedara en casa, por su salud. Pero no hubo
manera. Consideraba su deber salir a defender a Tabaré. Su rebeldía contra la injusticia
iba unida a su cariño por Tabaré, de quien se preciaba en considerarse uno de los
«descubridores». Quienes lo rodeábamos terminamos por comprender, y admitimos que lo
único que se podía hacer era llevarlo en las mejores condiciones posibles. Fue su
última participación en un mitin político, y estuvo marcada por un recibimiento cálido
por parte de la multitud. Un gran recuerdo.
- ¿Resalta alguna faceta de la personalidad de su padre, resumible en una
idea?
- Me quedo con la plenitud de su vida. A veces vemos fotos del viejo a los 80 y pico y
decimos: "cuando era joven". Ese joven tenía casi 90 años. Pero asumía
responsabilidades y actividades de un hombre joven de 40 años. Esa plenitud, la tuvo a
los 40 y la tuvo a los 90. A los 90 presidía la Comisión de Apoyo a Nicaragua,
marcándole el paso a muchachos y siendo un ejemplo de militancia y conducción. Aunque yo
le dijera cariñosamente «viejo», el Cardoso viejo jamás existió. El abuelo presente
«Para mis hijos, Ignacio de 27 años y Cecilia de 25, el abuelo mantiene una presencia
constante en sus vidas, a pesar de la distancia geográfica que los separó. No pasaban
más de dos años sin verse, y cada encuentro era fecundo en diálogo y afectividad. Ambos
viven en Suiza, pero siguieron siempre muy de cerca su trayectoria. El abuelo fue para
ellos un vínculo muy fuerte con el Uruguay. Cecilia estuvo presente en la ceremonia de la
entrega del título de la Facultad de Medicina, algo que también sirvió para que nos
uniéramos abuelo, padre e hija en torno a una emoción inolvidable. Ignacio mantuvo una
importante correspondencia con el abuelo, a quien le encantaba ponerse al tanto de los
estudios sobre cultura afrouruguaya que hacía -y hace- el nieto, que es etnólogo. La
disciplina de Cecilia es la historia, cosa que, como se imaginará, contribuía a
enriquecer la comunicación entre ellos». Pablo Cardoso realiza un viaje imaginario a
través de los 58 años de vida compartidos con su padre. Aunque resaltó varias facetas
de una rica personalidad, subrayó "la plenitud de su vida, casi hasta el final. A
veces vemos fotos de mi padre a los 80 y pico y decimos 'cuando era joven'. Ese joven
tenía casi 90 años". "Su vocación médica no era ajena a la capacidad de
conciliador. Por algo se hizo psiquiatra. Tenía la capacidad de acercarse al prójimo
para influir positivamente. Tenía una constitución psíquica y moral sana y fuerte y una
afectividad profunda", afirmó. Cardoso evocó dos anécdotas ocurridas en el final
de la vida del dirigente: la entrega del título de profesor ad honorem de la Facultad de
Medicina y su participación, ya muy anciano y enfermo, en un acto de apoyo a Tabaré
Vázquez en Plaza Lafone.
- ¿Cómo caracterizaría a su familia paterna?
- Era de clase media rural. Mi abuelo, en su mejor época, tenía una estancia de unas
1.500 cuadras. Además fue afectado por la crisis del 29, quebró y tuvo que vender. Se
fue para Aiguá primero, y para Montevideo después. Terminó muy mal económicamente. Mi
abuela Julia murió cuando yo tenía cuatro o cinco años años, pero la recuerdo muy
sentidamente. Era una presencia fuerte, muy cálida. Mi primer gran dolor fue su muerte.
Ella influyó mucho en los hijos, en especial en mi padre, porque tenía una gran
sensibilidad e inteligencia. Había leído... y tenía ideas muy claras en el plano de la
organización y objetivos de la vida, la ética, la firmeza de principios. Era un
referente constante para sus hijos, el ancla y el timón de la familia. - Entre otras
cosas, les enseñó a jugar al ajedrez. - Parece increíble para la época. Ella les
enseñó a todos las reglas del ajedrez, y los desafiaba constantemente. Lo que demuestra
que la sensibilidad intelectual del viejo, mucho tiene que ver con la abuela.
- ¿Y el abuelo?
- Era un ganadero ilustrado. Un hombre de trabajo, con mucha influencia en la zona de
Rocha y Maldonado. Ocupó cargos importantes en gremios rurales y tenía claras
convicciones coloradas. Su esmerada educación se manifiesta en una serie de cartas de muy
cuidadosa y rica redacción castellana que conserva mi padre. Pero el estímulo
intelectual de los muchachos se debió en buena parte a ella. La foto del ajedrez es una
demostración elocuente. - Alguien debía ser progresista, para que, en aquella época, en
la zona rural de Rocha y Maldonado, surgiera un dirigente estudiantil e histórico de la
izquierda uruguaya... - Es verdad, pero recordemos también que llegó a los quince años
a Montevideo. La abuela lo que le trasmitió fueron principios de solidaridad, rigor,
coexistencia, organización entre personas con lazos comunes. Y el amor por la cultura y
la educación. A tanto llegó ese amor que mis abuelos establecieron una escuela rural en
su predio, al lado de su casa. Allí hizo mi padre los primeros años de primaria. Bueno,
si me permite voy a llamarlo de aqui en adelante «el viejo», que es la manera cariñosa
con que solía dirigirme a él. Creo que la orientación ideológica del dirigente
político y social se gestó en Montevideo, pero la semilla había sido sembrada en Puntas
de José Ignacio.
- ¿La familia es de origen portugués?
- No lo tenemos muy claro. Si es por la «s» en lugar de la «z», tal vez sea
portugués. Mi padre se inclinaba por el origen luso-brasileño. Los Cardoso están en
Rocha y Maldonado desde hace muchas generaciones, así que el origen se pierde en el
tiempo. Pero cierta vez un escribano de San Carlos nos contó que entre los fundadores de
esa ciudad había un tal Narciso Cardoso, proveniente de Canarias. Parece mucha
casualidad, porque el antiguo uso familiar era llamar Narciso al primogénito. La abuela
era vasca pura, entre francesa y española: Etcheverry Alzuri. - Su mamá, la Dra. María
Isabel Cruz, también era médica. - Ambos hicieron bastante paralelamente la carrera.
Tenían la misma edad, ingresaron a Facultad allá por 1921. Mi madre hizo una carrera
brillante, egresó con medalla de oro. Fue una gran pediatra y pudo haber sido una de las
estrellas de la medicina uruguaya, si no hubiera optado por colocarse en un segundo plano.
Limitó así el alcance de su actividad profesional para dedicar parte de su tiempo a la
familia y al apoyo logístico de mi padre. El tema fue discutido y acordado entre ellos.
Mi madre fue fundadora del CASMU y además ejerció, entre otros, un cargo de médico en
el recordado plan de dispensarios Gota de Leche del Consejo del Niño.
- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia en familia?
- El viejo estaba mucho tiempo fuera de casa, lógicamente, a causa del cúmulo de
actividades que cumplía, pero lo recuerdo siempre presente en su enorme dimensión
humana. Tenía una calidez y un amor paterno tales, que compensaban cualquier ausencia.
Tengo historias muy cálidas de ambos. Vivimos en distintas casas, pero lo que más
recuerdo es el apartamento del edificio «Obertillo», de Pereira 2757, sobre la proa de
Rivera. Allí el viejo pudo reproducir un clima parecido al de su infancia, en plena
ciudad. En el mismo edificio vivían mi hermana Olga y mis tías, lo que nos daba un
entorno de familia grande. Las navidades en el apartamento de las tías eran inolvidables.
Hay una anécdota muy graciosa que él mismo se encargaba de repetir con humor. Una vez la
vecina de abajo que lo llamó como médico, lo recibió con un «a usted yo lo conozco, lo
he oído muchas veces. Enseguida pensó en su popularidad política, pero la señora no le
dio tiempo a ilusionarse... «lo oigo todas las noches cuando pasea al nene», le aclaró.
Tengo la mejor imagen familiar. Jamás percibí, ni sospeché, ni hubo, la menor falta de
respeto entre mis padres. Recibí un ejemplo de armonía y amor, aun en el caso de que las
opiniones no fueran idénticas. - Los amigos y compañeros de Cardoso le reconocieron
siempre su buen carácter. ¿Era así también en la intimidad? - Era sumamente paciente,
sumamente tolerante, sumamente receptivo. Jamás levantaba la voz ni utilizaba palabras
gruesas. Al mismo tiempo tenía un fuerte poder persuasivo. Esa serenidad iba unida a una
fuerte autoridad moral, que no se expresaba por medios ejecutivos, sino a través de
opiniones de mucho peso. Todos en la familia, no solo yo, tenían una sensación de amparo
y seguridad por la capacidad de convicción y reflexión del viejo y por el acierto de sus
observaciones. Por mi casa desfilaban familiares y amigos de todos lados y con todos los
problemas. Todos a pedir consejo. Persona que tenía alguna dificultad, necesariamente iba
a hablar con José Pedro. Si había un conflicto, mediaba José Pedro... «Hablar con
José Pedro» era un verdadero concepto familiar que expresaba su liderazgo. Era una
autoridad firme, pero persuasiva. Lo que él aconsejaba por lo general se llevaba a la
práctica.
- ¿Que tenía que ver con ello su profesión de psiquiatra?
- Su vocación médica no era ajena a la capacidad de resolver problemas humanos. Por
algo se hizo psiquiatra. Creo que tenía la capacidad de acercarse al prójimo para
influir positivamente. Tenía una constitución psíquica y moral sana y fuerte. A la vez
poseía una profunda afectividad que le permitía llegar a personas que parecían
absolutamente cerradas.
- ¿Trabajaba mucho como médico?
- Más de lo que la gente piensa. Inclusive, ya muy mayor, cerca de los noventa, tenía
tres personas a las que iba a visitar como médico a la casa. Fui testigo presencial de
los hechos, porque lo llevaba en auto. Siempre venía algún paciente a la casa, en busca
de esa hermosa síntesis de vida que era mi padre: médico, amigo, consejero. En la época
de pleno ejercicio tenía sus días de consulta, que respetaba religiosamente y atendía
en clínicas y Salud Pública. Tenía muy buena reputación profesional entre sus colegas.
En este ámbito se notaba muy claramente su capacidad de adaptación a los tiempos. Se
formó como psiquiatra tradicional, pero cuando empezaron a llegar nuevas tendencias, no
dudó en darles cabida y aceptar de ellas lo que entendía bueno. Inclusive, tenía muy
buena relación con el psicoanálisis y no le negaba eficacia. A tal punto que enviaba
pacientes a psicoanalistas, cuando lo entendía conveniente. Así como en la política
siempre fue joven, ocupando lugares de primera línea, también fue abierto en su vida
profesional, a la evolución de teorías y prácticas médicas. Aunque fue un hombre
formado en las primeras décadas del siglo, su pensamiento se fue amoldando a los cambios
del mundo. Fue siempre joven: a los 30, a los 70 y a los 90.
- ¿Quiénes fueron los grandes amigos de Cardoso?
- Nombrar a personas sería cometer una injusticia. Eran tantos los amigos que lo
querían y respetaban íntimamente y a quienes quería y respetaba del mismo modo, que lo
único que puedo hacer con relación a esta pregunta es recordar improvisadamente algunos
nombres vívidamente presentes en mi memoria de infancia: Mario Cassinoni y Arturo Dubra;
RicardoYannicelli; Pablo Carlevaro (en homenaje al cual me pusieron Pablo); Irigoyen y
Lorenzotti; Juan José Crottogini; los Artigas, y los demás... Recuerdo las visitas
familiares a aquellos amigos entrañables, y tengo particularmente presentes las visitas a
las casas de Cassinoni y Dubra. El Dr. Daniel Murguía, además de ser un íntimo amigo de
la juventud, lo acompañó y lo ayudó mucho hasta el final. Quiero asimismo mencionar la
sólida amistad de mi padre con el escribano Alfredo Abete, siempre al firme junto a
nuestra familia, lo mismo que José Díaz, el coronel Aguerre y sus esposas. Y con el Dr.
Carlos Gómez Haedo. Este es una generación más joven que mi padre: seguramente era
todavía estudiante cuando yo iba de chico a lo de Cassinoni y lo de Dubra. El Dr. Gómez
Haedo fue durante muchos años, hasta el final, médico, amigo, confesor y compinche del
viejo. Y, aun más joven (más joven que yo...), José Pereira, compañero, médico y de
hecho miembro de la familia. Por favor que no se vea en estos nombres más que un
pantallazo momentáneo, parcial e incompleto por definición.
- ¿La docencia universitaria fue una materia pendiente?
- Sentía tal vez como materia pendiente el no haber desarrollado más su vocación
docente en lo académico. Pero en los últimos meses recibió una de las mayores alegrías
de su vida cuando fue nombrado profesor ad honorem de la Facultad de Medicina, en una
ceremonia muy emotiva que tuvo lugar aquí en su casa. Como le dijo el entonces decano
Touya, no fue un título simplemente honorífico, sino que lo habilitaba para enseñar en
la Facultad. Todos los catedráticos presentes subrayaron la vigencia actual de su
referencia ética y profesional para estudiantes y colegas. No se quejaba cuando decía
que le faltaba una materia, solamente lo expresaba con cierta nostalgia. Había sido
gremialista, parlamentario, médico, dirigente político. Pero creo que ese casillero se
llenó de la manera más honrosa y plena. Fue durante siete meses profesor de su querida
Facultad de Medicina.
- ¿Por qué fue diputado por Salto?
- Al Partido Socialista le tocó en su momento un diputado por Salto, cargo que
justamente ocupó mi padre. Mi recuerdo es que la vinculación con el departamento se
transformó en algo muy profundo. La mejor síntesis surge de una foto de la
multitudinaria despedida que las fuerzas vivas salteñas le tributaron poco antes de un
viaje a Gran Bretaña para estudiar la medicina social de ese país, en 1950.
- ¿Tenía un perfil interpelador?
- Creo que en la vida parlamentaria tenía la dureza y rigor que no demostraba en
familia o entre amigos. Nunca con falta de respeto, pero muy incisivo y contundente en sus
juicios. Más allá de los temas sociales, que le preocupaban y mucho, era casi obsesivo
en su lucha contra la corrupción política y administrativa. Para mi padre, tan
importante como lo social era la ética política. Tengo muy marcada su imagen del índice
levantado, haciendo declaraciones de principios éticos y morales. Sentía una profunda
necesidad de denunciar y corregir las inmoralidades públicas. - Nos comentaron que sabía
mucho de temas agropecuarios. - Tenía parte del camino hecho por haber nacido en una
familia rural. Pero además estudió el tema en profundidad, quizá sensibilizado por la
triste experiencia de quiebra económica que sufrió la familia en 1930. En este ámbito,
dedicó una gran labor de análisis al Instituto Nacional de Colonización en el marco de
un proyecto de reforma agraria.
- ¿Qué significa para usted la imagen de Emilio Frugoni?
- Fue una persona muy recurrente durante mi infancia, no del círculo de amigos de mi
padre, pero sí muy presente en lo político partidario. Lo recuerdo como una figura
patriarcal. Recuerdo su estampa, su agudeza y sus frases siempre perfectas y profundas.
Tengo la sensación de que cada reflexión irónica de Frugoni me dejaban pensando.
- ¿Recuerda la fundación del Frente Amplio?
- En ese entonces yo vivía en Inglaterra. Fue una enorme alegría comprobar que mi
padre seguía adelante con sus ideales, renovadamente joven. Su pensamiento político fue
siempre de búsqueda de soluciones de fondo y con ello se relaciona su aporte a la
creación del Frente. Muchas veces había acompañado iniciativas nucleadoras, por ejemplo
en la defensa de la República Española y en la lucha contra la dictadura de Terra. El
Frente Amplio fue una especie de culminación de ese sueño unitario, sueño que vivió
con ardor y madurez al mismo tiempo. Tengo la sensación de que su pensamiento fue en 1971
aun más joven que en las décadas anteriores.
- ¿Cambió mucho Cardoso a partir del golpe de Estado de 1973?
- Fueron mis últimos años de permanencia en el país. Aunque sufrió mucho el golpe,
jamás demostró angustia. La tristeza era compartida con los íntimos, pero el mensaje
hacia adentro y hacia afuera era de aplomo y de capacidad de influir en la situación. Y
de jugarse por la democracia. Nunca se dejó abatir por los contratiempos, fueran los que
fuesen. Tengo el recuerdo de su tozuda disciplina opositora frente al régimen. Estuvo en
todo lo que tenía que estar. Fue preso político en varias oportunidades, con más de 70
años.
- Hay un episodio de reclusión que casi le cuesta la vida.
- Es verdad, fue en 1980, cuando ya andaba por los 77 años. Estuvo detenido dos meses
en muy malas condiciones. Lo llevaron a la Cárcel Central de San José y Yi, donde lo
recluyeron en una celda fría y húmeda. Permaneció allí toda una noche de agosto, sin
cama, ni abrigo, con sólo una silla, y con una ventana abierta. Después de unas horas
sintió perturbaciones cardiovasculares, y se dio cuenta de que estaba sufriendo una
angina péctoris. Consiguió así la presencia de un oficial, al que alertó: «por el
propio interés de ustedes, habría que atenderme». Si no recibía una atención
inmediata, seguramente iba a morir allí mismo, con todo lo que representaba ese hecho a
nivel nacional e internacional. Fue entonces trasladado al Hospital Militar. La segunda
etapa de detención la cumplió en un sanatorio del CASMU y la tercera aquí en su casa,
en reclusión domiciliaria. Mi padre no había sido un cardíaco manifiesto, pero a partir
de ese episodio el mal se fue agravando. Primero la angina de pecho, luego el preinfarto,
hasta que fue operado exitosamente en Ginebra. Uno de los peores episodios de su historia
cardiovascular se dio en Suecia, durante una reunión con exiliados. Se sintió mal, solo,
de noche... tenía casi 80 años. Se trató con aspirina nada más. El proceso fue
empeorando hasta 1986, año de la operación. Quiero mencionar al cirujano argentino que
con tanto cariño, tanto acierto y tan buen resultado lo operó en Ginebra: Osvaldo
Martínez Peralta. También al cardiólogo Fausto Buitrón, ecuatoriano radicado en el
Uruguay, quien fue el encargado de los estudios arteriales previos y viajó con él a
Ginebra. La operación fue un éxito enorme: le devolvió y le alargó la vida. Nunca más
sufrió problemas cardiovasculares graves. Fue una operación que le permitió sobrellevar
varias intervenciones posteriores, sobre todo la extirpación del estómago, practicada
con notable éxito por el profesor Muzio Marella. En verdad, la historia médica de mi
padre, como paciente, está marcada por una sucesión de médicos brillantes. Y por su
condición de paciente brillante, que recompensó con su longevidad la dedicación de los
médicos. -Nos imaginamos su cercanía a Cardoso cuando viajaba como emisario de la
resistencia de la dictadura en foros internacionales o en visitas a uruguayos exiliados en
Europa. - Era sagrado para él quedarse un tiempo en casa cuando viajaba por Europa, fuera
donde fuera. Vivió ese ejercicio de divulgación, muy intensamente. Y fue muy eficaz e
incansable. Tras su paso siempre quedaba algo importante en los países que visitaba; algo
cambiaba en favor de una mejor respuesta exterior a los problemas de los uruguayos. Fue
una labor que se inscribe en el proceso de reconquista activa de la democracia. - El
Sindicato Médico es un gran pretexto para esta evocación. ¿Qué sentía Cardoso por su
gremio? - Para mí, las palabras Sindicato Médico forman parte de un núcleo de nociones
primarias que acompañan los recuerdos de mi niñez. Palabras como, por ejemplo, José
Ignacio, Rocha, Facultad de Medicina, Socialismo, Gota de Leche, Sindicato Médico, están
en lo más hondo de mis primeras vivencias asociadas a mis padres. El Sindicato tenía la
particularidad de ser para mi padre un empeño compartido con mi madre. Ella ponía toda
su alma como técnica del CASMU y él hacía lo mismo como gremialista del SMU. Digo más,
en casa se hablaba del Sindicato, así, a secas, y todos sabíamos de qué se trataba. El
« Sindicato» era uno, el Médico. Para mí, niño, era una palabra cubierta por una
aureola de bondad; una expresión de bien absoluto. Cuando se hablaba del Sindicato, se
trataba de la protección que teníamos fuera de casa. El Sindicato eran los amigos más
queridos. Era, en grande, todo lo bueno que en la vida íntima eran mis padres. Después
supe que encarnaba en rica síntesis el ideal humano del viejo. - Cuéntenos alguna
anécdota linda sobre el final de su vida. - Dos historias, entre otras, nos emocionaron.
Una, la entrega del diploma de profesor ad honorem. Se sentía mal, ya estaba muy mal,
pero fue tan fuerte el estímulo de ver allí a colegas y amigos, que hasta pudo
improvisar un discurso sobre su trayectoria y la Facultad. No conforme con ello, a la hora
del brindis, participó, dentro de sus posibilidades, en un animado debate sobre el futuro
del Hospital de Clínicas. Creo que gozó del hecho de que allí, en su casa, se estuviese
diseñando en parte un proyecto importante de la medicina pública uruguaya. Poco antes de
la muerte, mantenía la capacidad de involucrarse en la lucha por la salud. Seguía la
discusión con una cara de felicidad enorme. Ese día hasta se tomó un vinito, justo él
que no se apartaba nunca de cierto refresco gaseoso... Otra, su sorpresiva aparición en
el acto de apoyo a Tabaré Vázquez en Plaza Lafone en 1996. Todos (médicos, familiares,
compañeros) querían convencerlo de que se quedara en casa, por su salud. Pero no hubo
manera. Consideraba su deber salir a defender a Tabaré. Su rebeldía contra la injusticia
iba unida a su cariño por Tabaré, de quien se preciaba en considerarse uno de los
«descubridores». Quienes lo rodeábamos terminamos por comprender, y admitimos que lo
único que se podía hacer era llevarlo en las mejores condiciones posibles. Fue su
última participación en un mitin político, y estuvo marcada por un recibimiento cálido
por parte de la multitud. Un gran recuerdo.
- ¿Resalta alguna faceta de la personalidad de su padre, resumible en una
idea?
- Me quedo con la plenitud de su vida. A veces vemos fotos del viejo a los 80 y pico y
decimos: "cuando era joven". Ese joven tenía casi 90 años. Pero asumía
responsabilidades y actividades de un hombre joven de 40 años. Esa plenitud, la tuvo a
los 40 y la tuvo a los 90. A los 90 presidía la Comisión de Apoyo a Nicaragua,
marcándole el paso a muchachos y siendo un ejemplo de militancia y conducción. Aunque yo
le dijera cariñosamente «viejo», el Cardoso viejo jamás existió. |