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Enrique Souto, médico de la Fundación Roslik
La salud en San Javier
El Dr. Enrique Souto es médico de la Fundación Roslik y la policlínica de Salud Pública de San Javier, desde 1993. «Es imposible comparar mi trabajo con la experiencia de Vladimir. Nuestro gran objetivo, siguiendo el ideal del Dr. Roslik, es la plena democratización de los servicios de salud que reciben los sanjavierinos». Nacido en Montevideo y especializado en Cuba, Souto es traumatólogo de los hospitales de Fray Bentos y Paysandú.
por Armando Olveira
¿Es muy pesada la carga profesional y afectiva de ocupar el mismo puesto de Roslik?
Nosotros llegamos a San Javier por una vacante de la Fundación Roslik. Comprendimos que llegábamos a un pueblo con grandes necesidades sanitarias. Pero antes hubo muy buenos colegas que también se esforzaron por desarrollar un plan de salud local.
Es imposible comparar mi trabajo con la experiencia de Roslik. Él era un hombre del pueblo que vino a cumplir con una deuda moral con su gente. Se formó en una universidad distinta a la nuestra y le tocó sufrir la difícil circunstancia de una dictadura.
Nuestro arraigo no es el mismo, ni nuestra identificación, por más que después de hacer raíces uno aprende a querer el pago y a entender el profundo contenido humano de la función. Estoy cumpliendo cinco años y medio en San Javier y localidades vecinas. En verdad es una experiencia maravillosa.
Cuando reflexionamos sobre las obligaciones de un médico de San Javier, surge siempre una comparación con Roslik.
Usted no es solamente el médico de un pueblo de Río Negro, se nota algo muy fuerte en el entorno.Es cierto. Hubo que hacer un trabajo paciente para que los sanjavierinos comprendieran que vivimos otra época del país y del mundo. No es fácil, porque sufrieron momentos difíciles, de una fuerte polarización. La gente debe tener claro que hemos iniciado una lucha silenciosa por la democratización de la salud para el pueblo.
En otra época no era así. De la misma forma que a Roslik se le negó el acceso a la policlínica de Salud Pública, tampoco era igualitario el trato a los vecinos. No era justa la entrega de medicamentos, ni la atención clínica, ni el traslado en ambulancia. Había personas que por no ser asiduos al médico, se les cobraba el gasoil del transporte.
Los vecinos son testigos del cambio que hubo en los últimos años. Se trabaja en la reestructuración de la policlínica de Salud Pública, paralelamente con la eliminación de los cucos que antes existían en torno a la Fundación Roslik. Para cumplir con eso tenemos la ventaja de haber unificado los dos cargos. Seré feliz cuando la gente se sienta identificada con ambas instituciones. Las dos son públicas y gratuitas, en una se atiende de mañana y en la otra de tarde. Intentamos dar por terminada aquella oscura época de segregación.
¿Es su primera experiencia en medicina rural?
Prácticamente sí, porque soy de Montevideo y pasé unos cuantos años en Cuba por un posgrado. Trabajé muchos años en el exterior, bajo un sistema unificado de salud. La experiencia me ha señalado el camino, pero me costó la adaptación al Uruguay.
¿Qué diferencia subraya respecto del trabajo médico en la ciudad?
El médico que viene a trabajar al interior debe sumergirse en los problemas de la gente. Nadie se hace rico en San Javier. En el mejor de los casos, de manera hasta simbólica podemos decir que hacemos una consulta particular. No cobramos ni el 30% de los aranceles previstos por FEMI o el SMU. Hay cosas que se deben cobrar y otras que no es ético cobrarlas.
La salud se ha transformado en un excelente rubro de mercantilización para muchos particulares vinculados a empresas y para algunos médicos metidos en determinados niveles de la actividad. El tema está en el tapete, aunque algunos estén interesados en ocultarlo. Aquí en el interior es menos lo que queda por especular y repartir.
Si a los gobiernos de este país les interesara la situación de pueblos como el nuestro, debieran ser menos perezosos a la hora de asignar recursos. Con lo que ganamos los médicos de Salud Pública del interior, perfectamente se podría asignar uno o dos puestos más. De esta forma se le aseguraría a la gente una asistencia de mejor calidad.
No es necesario que los gobiernos ofrezcan grandes cosas a los pueblos, alcanza con servicios más chicos que sirvan para mejorar la salud de la gente. Sobre la cabeza de una persona no puede recaer toda la responsabilidad sanitaria de casi tres mil personas.
¿Tiene otros trabajos además de los dos cargos en San Javier?
Soy traumatólogo. Por mi especialidad, tengo la posibilidad de atender en San Javier y sumar trabajos en los hospitales departamentales de Paysandú y Fray Bentos.
El médico no lo es solamente por haber estudiado en Facultad y ejercer, también necesita comprometerse con los distintos estamentos sociales del lugar donde vive, sin importarle si gana mucho o poco dinero.
El médico desvinculado del hospital, no es médico. He tratado de ir enlazando la tarea rural con la hospitalaria. Gracias a eso, San Javier recibe una atención sanitaria digna. A pesar del recorte presupuestal, logramos vincular a la gente con los servicios centralizados departamentales, ya sea para la internación como para acceder a consulta de especialidades y a recibir medicamentos que no reciben las policlínicas de pueblo chico. Creo que así trabajaba el doctor Roslik.
¿Cómo se vinculó a la Fundación?
Fue a finales de 1993. En San Javier había una médica, la doctora Olga Lista, que hacía una tarea muy parecida a la mía. Cuando ella tuvo problemas laborales me ofrecieron cubrir sus horas como suplente. Un día la doctora cambió de rumbo y se me ofreció la oportunidad de quedarme definitivo. Casi sin quererlo me fui aquerenciando.
¿Cuántos pacientes atiende?
Hacemos unas 80 consultas por semana, en cada institución.
¿Hay un grupo de enfermedades prevalentes?
Estamos en un pueblo chico, económicamente estancado y con una fuerte emigración de los más jóvenes. Es muy difícil la situación del agro, con gente que se retira por falta de trabajo. Por eso, la mayor cantidad de consultas nos viene de pacientes mayores de 50 años. Así me fui especializando en geriatría. Las enfermedades comunes son las crónicas vinculadas con la edad; las cardiovasculares, hipertensión arterial, algunas cardiopatías específicas; la diabetes y las vinculadas con hábitos alimentarios que descontrolan el metabolismo.
¿Qué evaluación hace de sus seis años de trabajo?
Hace poco me acordaba de algunos vaticinios. Gente vinculada con la Fundación se ha dedicado a compararme con Roslik, recordando que él hizo del pueblo su objetivo de vida. Hasta llegaron a decir que los que vinimos después somos una especie de parche a la espera de otro Roslik. Alguna gente cree que los médicos de afuera somos soluciones de corto plazo, porque levantamos un poco la cabeza y emprendemos viaje.
Nunca hice pronósticos, pero estoy seguro de que soy uno de los que más duró en el puesto y, por ahora, no tengo proyectado marcharme. Se va rompiendo la regla. La familia se siente muy bien, mis hijos adoran el lugar con sus 16 y 17 años, por lo que los sanjavierinos tienen doctor para rato.
¿La gente le hace sentir la presencia de Roslik?
Al tema hay que encararlo en la situación general del país. En la memoria que nos trae todos los días una historia que ocurrió en el país, nos guste o no. En los que no queremos olvidar y los que sí quieren cortar con el pasado reciente por pura conciencia crítica.
Para quienes conocieron a Roslik su muerte no fue hace 15 años... fue ayer. Para Mary no es capítulo cerrado, porque la historia vive y ella está interesada en que siga viviendo. Pero también hay gente que prefiere olvidar, quizá interesadamente.
Cuando lo asesinaron, yo estaba en Cuba. Me fui enterando del caso a través de boletines de emigrantes y exiliados que nos llegaban casi diariamente. Luego profundicé en la historia cuando comencé a venir a San Javier, por la importancia que tiene el tema en gente maravillosa como Mary.
El primer consultorio Los Roslik vendieron la chacra familiar en 1968 a un productor de apellido Pons. «Cuando Valodia se fue a estudiar todavía estábamos en la casa de los abuelos, pero cuando volvió de Moscú nos habíamos mudado a San Javier... La casa del pueblo fue toda hecha de barro, piecita por piecita. Mis padres iban en carro para la colonia, todas las noches. Allá embarraban el cielorraso, las paredes. Mamá preparaba el barro en la costa, papá lo cargaba y colocaba. Después, cuando volvió Valodia ya recibido, papá dijo: 'Vamos a levantar una pieza más'. Pero hicieron dos, una para el primer consultorio, otra para que la gente esperara. Así fueron haciendo la casa familiar». Son los recuerdos de María. /