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Eduardo Welch, pediatra chileno, presidente de CONFEMEL

«Los médicos latinoamericanos sufren por la desigualdad»


Para el Dr. Eduardo Welch, titular de CONFEMEL, la organización continental «tiene como principal desafío crear una conciencia sobre la necesidad de políticas de salud equitativas. Salud para todos los pueblos de América, debe ser el gran lema».


¿Han mejorado, Dr. Welch, las condiciones de trabajo de los médicos chilenos en esta primera década de recuperación democrática?

Existe dificultad para el trabajo de los médicos del sector público. Especialmente por falta de medios. No dudamos de las intenciones del gobierno chileno, pero las carencias existen.

Hay grandes limitaciones en la atención primaria, en consultorios periféricos, provocadas por una gran pugna de intereses que vienen de afuera del sistema público.

Pero también se están creando barreras laborales en el ámbito privado. Producto de ello son las HMO (Health Managenement Organizations) conocidas como «isapres», que actúan como centros de presión de los médicos determinando acciones médicas a seguir (tratamientos, terapias) con el único objetivo de contener costos. Así se resiente la relación médico-paciente y se enfrentan peligros concretos porque multiplica la posibilidad de caer en casos de falta de ética profesional.

¿Cuál es la actitud del Colegio frente a las «isapres»?

Fuertemente crítica. La salud administrada por seguros privados es un sistema relativamente nuevo para Chile, pero de vieja data en los Estados Unidos y otras naciones desarrolladas. ¡Y con qué fracaso!... porque, justamente, rompe el equilibrio de la relación médico-paciente.

Defendemos la optimización del sistema público de salud, al que todos los chilenos puedan acceder sin diferencias económicas. De allí para arriba, si las capas más altas desean gastar su dinero en las «isapres», en fin, es cosa de ellos. El Colegio defiende un piso alto de atención, y reivindica el papel del médico como principal agente sanitario del país.

¿Cómo es el sistema?

El sistema se basa en empresas sin influencia ni asesoramiento médico. Para ellas importa más la opinión de un gerente que le pone pautas a los profesionales de la salud. Es muy común que la empresa le diga al médico: «Puede recetar estos medicamentos, pedir tales exámenes y ordenar cuales tratamientos». Dentro de un costo que tiende a la baja, sin mirar las necesidades del paciente.

Los propietarios de los seguros de salud son las grandes aseguradoras que también tienen las jubilaciones privadas.

Además existen los denominados médicos «porteros» (goleros), encargados de enviar (o no) los casos al especialista. Es así que la empresa evita la consulta directa del especialista y consigue ahorrar costos.

¿El «golero» es un médico general?

Casi todos son médicos generales, que se encargan de detener las consultas con especialistas para disminuir costos. Inclusive, su trabajo es remunerado en función de las detenciones que logra y el ahorro que ello significa.

Aquí comienza el dilema ético. Si ese médico tiene clara su obligación profesional, jamás condicionará su decisión al ahorro. Pero, a la larga, si utiliza muy liberalmente a las especialidades, tendrá una baja salarial, y no será bien visto por la aseguradora.

¿Quiere decir que las «isapres» transforman a los médicos en verdaderos subalternos de gerentes administrativos?

Quienes trabajan en los seguros no tienen más remedio que aceptar su calidad de funcionarios técnicos sin capacidad de decisión.

Algunos médicos han sido complacientes con este sistema. Todos los que ofician de «porteros», por ahora, están locos de la vida. Con excelentes sueldos y excelente relación con las aseguradoras. También se benefician los empresarios médicos, que ya reciben seleccionados a sus pacientes.

Viven una etapa de romance con las empresas comerciales, pero dentro de muy poco comenzarán los «apretes».

¿Cómo afecta a la población?

El sistema no es legalmente obligatorio, pero se está creando un ámbito que prioriza a las aseguradoras. Actualmente se ha elevado a casi 33%, la cantidad de cotizantes de los seguros, de ellos, no más del 30% recibe beneficios plenos o más o menos plenos.

Se crea así un ámbito conflictivo para el paciente, porque pierde toda libertad de elegir a su médico. Un ejemplo, la mujer que siempre se atendió con un obstetra, al ingresar al sistema pierde el derecho de seguir con él, salvo que pague los planes más caros (nunca menores a los 500 dólares mensuales) o abone la atención particular.

¿A qué tiene derecho una persona que paga 50 dólares por mes (valor promedio de una cuota mutual uruguaya)?

En el privado, prácticamente a nada, con suerte a un plan mínimo. No tendrá más remedio que atenderse en el estatal Fondo Nacional de Salud (FONASA).

Es que un paciente (de 50 dólares) con patología medianamente complicada, queda fuera del sistema. ¿Entonces, para qué cotiza en las aseguradoras privadas? Allí está la gran trampa: la cotización va para la aseguradora, pero el gasto sanitario lo hace el Estado.

Parece bastante comprometida la calidad del trabajo médico en Chile...

A no dudarlo. A esta pugna entre lo público y lo privado, se suma el problema de la inmigración de médicos extranjeros, que llegan sin revalidar títulos. Esto no es un sentimiento xenofóbico, pero, no es tolerable que yo, médico recibido en Chile, vaya a ejercer libremente en Brasil. Por lo menos no es honesto.

¿Cómo analiza la situación de los médicos chilenos dentro de la región?

El tema está unido a otro que nos preocupa como Colegio: estamos en plena lucha por recuperar la colegiación obligatoria que nos fue quitada por Pinochet. También perdimos la atribución de funcionar como un tribunal ético obligatorio con poder sancionatorio. Es algo grave, porque nadie está más capacitado para juzgar conductas profesionales que sus pares... A pesar de que siempre dicen que nadie tapa mejor sus errores que un médico. Algo con lo que no estoy de acuerdo.

¿Cómo actúa el Colegio en la investigación del papel de médicos militares en casos de torturas?

La participación de colegas en torturas nos provoca una sensación amarga e incómoda. El Colegio ha rechazado y rechaza todo tipo de violación de los derechos humanos, sea de la ideología que sea y sea del país que sea.

No hubo una gran cantidad de casos, y menos aun, la confirmación de faltas graves contra la ética por parte de médicos militares. En Santiago no más de tres o cuatro casos. La cifra es muy baja. Y eso nos tranquiliza como chilenos y como médicos.

¿Qué es la Fundación de Asistencia Técnica Legal Médica?

El FALMED es una institución con personería jurídica propia, autónoma del Colegio Médico de Chile, más allá de que algunos directivos compartimos ambas pasiones. En ella, médicos y abogados nos juntamos en una fundación que se dedica a la defensa del médico.

Allí se defiende al profesional en lo atinente a su ejercicio profesional, pero no interviene, por ejemplo, en infracciones de tránsito u otras situaciones legales no médicas.

El gran tema de FALMED es la malpraxis, y todo lo que este fenómeno conlleva, tanto en lo civil, como lo penal. También se aborda el tema laboral y todas sus complejidades, siempre desde el punto de vista médico.

Se trata de una experiencia distinta a la defensa legal que puede hacer una compañía de seguros. Distinta desde el arranque, porque las aseguradoras estimulan la acción legal de pacientes. Ellos cobran mucho por sus defensas, juegan a dos puntas (demandante y demandado) según como vaya el proceso, y, fundamentalmente, no hacen contrademandas. Tampoco defienden al médico en sumarios administrativos.

¿La existencia de FALMED se justifica en el aumento de demandas por malpraxis?

Sin lugar a dudas. Hace cuatro años que funcionamos, y ya hemos defendido 2.200 casos. Y la tendencia viene en franco ascenso.

Voy a ejemplificar el problema. Trabajando en un hospital, es muy común que lleguen dos pacientes al mismo tiempo. También es muy común que por falta de infraestructura en ese momento haya solamente una cama. El profesional debe decidir frente a dos casos graves. A uno lo interna, sale todo bien, no pasa nada. Pero al otro lo manda a la casa o lo deja aguardando en una camilla. Se muere. Demanda segura. Esa es la triste vida de los médicos de Salud Pública, una lucha contra la falta de recursos. ¿Es culpa del profesional que no haya otra cama? ¿O que no haya posibilidad de un examen de sangre a las tres de la mañana?

Pero también hay demandas más sutiles a nivel privado. Malos tratos, abuso deshonesto. Y, a siete virtudes, siete males. En Chile se ha formado una verdadera red de picapleitos profesionales que viven de la desgracia ajena. Ello justifica la existencia de FALMED.

¿Qué porcentaje de éxito tiene FALMED?

Hasta ahora es absoluto. De los 2.200 casos que recibe la fundación desde 1995, han terminado 400 y ninguno se perdió. El 75% restante está en proceso. La proyección es buena. Hay buenos abogados y, en general, el médico tiene la razón. No me rasgo vestiduras, también hay errores y «horrores» médicos.

¿Cómo ve el futuro de CONFEMEL?

Depende de nosotros, de que cumplamos con nuestros compromisos. Si el proyecto falla por problemas económicos o desentendimiento de las asociaciones nacionales, será un paso atrás para todos los médicos del continente.

Para que ello no suceda debemos crear una conciencia continental sobre la necesidad de políticas de salud equitativas. Es imprescindible una toma de conciencia, tanto de agentes sanitarios como de la población. «Salud para todos los pueblos de América», debe ser el gran lema de CONFEMEL. Debemos comprometer el esfuerzo de todos los gobiernos. Algo que no es sencillo por todos los intereses contrapuestos que hay en juego.

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