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Moviendo el esqueleto


por Jorge (Cuque) Sclavo

 

Para que dos amantes se reconozcan tan sólo necesitarán mirarse. Dos filatélicos, en cambio, pueden cruzarse sin reconocerse. También dos melómanos, salvo que alguno de ellos silbe o cante algo. Pero dos enfermos de cadera, por ejemplo, ya de vista se reconocen y dos operados de cadera, tan sólo por el olfato. Y cuando digo dos me refiero al inicio de un diálogo al que se incorporará muy pronto un grupo para luego congregar a un tumulto, si se dan las condiciones para ello.

Al Hombre le gusta hablar de sí mismo pero por sobre todas las cosas: de su esqueleto. Esa percha del cuerpo le parece (y lo es) una maravilla de la Creación. Aunque yo creo que es un tanto exagerado eso de imaginar que de una mis magras costillas pudo nacer Sharon Stone.

El Hombre puede hablar horas enteras de sus vértebras, de sus fémures, o sus tibias, tal como si se tratase de un Rolex o un Austin Healey. A lo mejor porque skeleton proviene del griego skelein, que significa secar, la fauna osteosufriente no puede hacer otra cosa que hablar de eso ni bien se encuentra. Generalmente se concentra en los mismos lugares, santuarios de la secta tales como: piscinas, clubes deportivos, Rambla, mutualistas, farmacias, Abitabs o agrupaciones de tercera edad. Existen otros lugares menos tradicionales, como ser ómnibus, paradas de taxi, colas de banco, etcétera. Lugares estos donde el tiempo adquiere dimensiones inconmensurables y sobrenaturales. Ello permite al usuario osteosufriente relatos preciosistas y harto detallados del origen, desarrollo o calvario y cura (o no) de sus nanas.

Presumo que para un médico el osteosufriente debe ser, generalmente, un paciente aburrido y quejoso. Porque pongamos por caso: un hepático es un tipo que presumiblemente gozó de las comidas, las bebidas, del amor (se ama con el hígado). Detrás suyo hay todo un pasado hedonista, excepto que el odio haya sido el culpable de la superproducción de bilis. Pero, al fin y al cabo, con sus odios y amores, este tipo convivió con ese órgano que como un crítico de teatro tiene más de cien funciones y será por eso que es tan amargo como la hiel. Eso hace que el hepático sea un tipo que se divorció de su hígado pero al cual una vez por mes debe pagarle su pensión, cuota, ticket y a veces hasta le exige que lo visite luego de meses de abandono. Sabe que jamás se divorciarán. El Hombre no podrá comenzar una vida nueva. No podrá juntarse con otra vesícula y, de hacerlo así, ella se encargará de ponerle piedras en su colédoco hasta que desista de sus propósitos de dejarla. La vesícula, aunque no lo parezca, es muy calculadora. Aunque, en fin, las vísceras siempre tienen en el bien o en el mal, esa cosa vital, juguetona, lúdica y sin berretines. El Hombre come, fuma, bebe y fornica más acá y más allá de todas las prohibiciones. Con las vísceras no hay rigideces. De carne somos: se dice. Hasta come la carne y las achuras de otros animales y luego las expulsa con la misma alegría e inconciencia que le brinda la chupandina del festejo.

El esqueleto, en cambio: es un esqueleto. En el 83 y en el 2000 también. El esqueleto es el monumento que, en vida, le ha hecho el Hombre a su propio cuerpo. Se lo hizo de chiquito y después lo fue reformando tal como hace con los trajes. Hasta que se hizo un armazón al fin, que le va a durar más que su vida y hasta su alma. Quizás, luego de milenios, sea sólo unas rayitas que fascinarán a futuros arqueólogos o un manequin de muerte al que le colgarán la boina o un pito los futuros médicos, en las aulas.

De allí que los osteosufrientes les asignemos tanta importancia a cada uno de nuestros huesos, sobre todo a los rotos. Que nos contemos con excepcional lujo de detalles cómo fue la caída de la escalera, el accidente de motoneta o la trancada de aquel back escoba cuando no cobró el penal aquel juez chorro que nos sacó de la historia del fútbol uruguayo. Y luego, inmediatamente, contemos cuando Gugliel-mone nos puso ese histórico clavo en agosto de 1965 en el Instituto de Traumatología porque:

- Mire: la operación mía, la filmaron y la llevaron para exhibirla en un Congreso Mundial que tuvo lugar en Vancouver.

- Usted dice eso porque no vio la que me hizo Maquieira en la cadera. Una obra de arte. Espere. La tengo en la billetera. Ve. La exhibieron en slides en Chicago y la pasaron a vídeo en Cuba.

Y allí nomás, en plena pileta de natación, consiguen un desgraciado para que haga de testigo imparcial.

- Señor, ¡mire esto! ¡Compare! Mire las operaciones.

- Me van a disculpar pero yo no entiendo nada de eso. Si quieren les muestro mi operación de apéndice, ¡dicen que fue brava!

Los osteosufrientes dejan de lado a ese pobre hombre que ni huesos tiene, olvidan su competitividad y continúan su charla normalmente:

- ¿Y usted está haciendo fisioterapia?

- No. Me dijeron que la hidroterapia y hago piscina.

-¿Y el cloro no le saca el calcio?

- Por ahora no lo noté. ¿Y usted qué hace?

- Un poco de piscina. Y bicicleta.

- ¿Bicicleta? ¡Pero eso le puede reventar la cadera!

- ¡Eso no puede ser!

- ¿No?

- Bueno. Me parece que no.

Luego, pueden hablar años. Hasta que sus esqueletos floten en el azul de las aguas.?

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