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Prevención contra la desesperanza

Suicidio en Uruguay


En los últimos meses nuestra comunidad ha estado preocupada por diversos problemas que forman parte de la tarea de médicos, psiquiatras, psicólogos y otros técnicos del campo de la salud mental. «Medicamentos para la impotencia», «muertes en las colonias de alienados», «fuga de presos en el Vilardebó», «epidemia de depresión», «epidemia de suicidios», «cuarto lugar en el consumo de psicofármacos», «muerte en accidentes de tránsito y de trabajo», etcétera.


Prof. Ángel Ginés

 

Resulta esperanzador que la opinión pública se ocupe de estos asuntos; ellos tienen implicancias técnicas y profesionales fuertes, pero, además, forman parte de cuestiones que están en los fundamentos mismos de la cultura: amor, muerte, locura. El auxilio de la ciencia, la técnica y los técnicos es notorio, pero a condición de tener claro que desbordan su campo. La participación de la comunidad y de cada persona resultan pertinentes por su insustituible protagonismo.

Para salir de la superficie -que en este caso refleja y genera confusión- es menester dialogar, reflexionar y aceptar la tarea, muchas veces evitada, de pensar... y eso toma tiempo. Con esa consigna, nos limitaremos a aproximar algunas ideas referidas exclusivamente al suicidio.

El primer pensamiento que nos desafía es que «darse muerte a uno mismo» sigue siendo enigmático. Además, la franja de libertad de las personas permite incluir esta posibilidad entre las opciones existenciales (aunque guardemos esa alternativa en la intimidad de nuestros secretos). La conducta suicida implica con fuerza a cada quien. ¿Por qué Baltasar Brum, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni?... y cada lector podrá seguir agregando nombres.

La experiencia acumulada por la medicina -especialmente por la psiquiatría- obtiene sus evidencias de tres fuentes: el estudio de las poblaciones, de los grupos de personas que padecen trastornos similares y de las personas que acuden a la consulta.

Estudio de poblaciones

En nuestro país existen investigaciones sobre suicidio que no pueden obviarse. Fueron realizadas por Federico Dajas (Instituto de Ciencias Biológicas Clemente Estable), Juan Carlos González Rea y Rossana Lucero (Clínica Psiquiátrica y Laboratorio de Bioestadística de la Facultad de Medicina). Estos estudios, tomados en conjunto, consideran los registros de suicidios desde 1963 hasta el año 1992. La tasa histórica de suicidios en nuestro país se mantuvo en el entorno de 10 suicidios por cien mil habitantes por año; con oscilaciones que muestran un máximo de 12,4 en 1973 y un mínimo de 8,5 en 1985. Los hombres tienen tasas francamente superiores a las mujeres (con una relación máxima de 6 a 1 en 1980). La muerte por suicidio ha predominado en las edades entre 45 y 65 años. Comparada con la mortalidad global, el suicidio explica 1,5% de las muertes en hombres y 0,5% de las muertes en mujeres; en la población de entre 25 y 34 años explica 12% a 15% de las muertes. Estos son algunos de los datos estadísticos que poseemos y cuyo análisis ha sido realizado con rigor científico hasta 1992.

Con posterioridad a 1992, algunos técnicos creen percibir en nuestro país un incremento del suicidio especialmente en edades juveniles. Pero, hasta que no se procesen los años posteriores a 1992, no estaremos en condiciones de realizar afirmaciones fundadas en evidencia epidemiológica.

En la comparación internacional para 1992 (que incluye solamente a los países informantes que son la minoría), Uruguay (10,9) ocupa un lugar intermedio por su tasa de suicidios, muy por detrás de Hungría (27,2), Finlandia (22,8), Austria (16), Suiza (15,6), Francia (15,4) y República Checa (15,2); en situación próxima a Japón (12), Australia (11,3) y Estados Unidos (10,5); y muy por encima de España (5,6), Italia (5,5), México (2,8) y Grecia (2,5). La comparación regional ubica a nuestro país con tasa bastante mayor que Argentina (5,6), Brasil (3,1) y Paraguay (2,5) -estas dos últimas son de 1986-. Al interpretar estos datos debe tenerse presente que la calidad del registro varía con los países.

Violencia, trastornos mentales y suicidio

Las muertes violentas (homicidio, suicidio y accidentes de tránsito y trabajo considerados en conjunto), tanto por sus causas como especialmente por sus consecuencias psicosociales se han convertido en un problema muy importante de salud mental. En el período estudiado para nuestro país, la tasa de suicidios se ha mantenido con oscilaciones (10,0), la de homicidios también (3,0); en cambio, ha habido un permanente y significativo incremento de la muerte por accidentes (44,5), que es la que explica el notable aumento de las muertes violentas. Así, la composición de muertes violentas (1986) en nuestro país fue la siguiente: accidentes, 75,7%; suicidios, 18,2% y homicidios, 6,1%. En la comparación regional de muertes violentas, Brasil (69,3) encabezaba el grupo, seguido de Argentina (66,4), Uruguay (56,3) y Paraguay (49,3); en accidentes, Brasil, con notoria distancia está al frente, seguido de Argentina, Uruguay y Paraguay; en homicidios predomina Brasil seguido de Paraguay, Argentina y finalmente Uruguay.

Estudios internacionales son convergentes en destacar una fuerte asociación entre suicidio y desórdenes mentales. Principalmente con los trastornos depresivos (64%), alcoholismo (15%), esquizofrenia (3%), ansiedad (3%). Otros factores de riesgo incluyen el consumo de alcohol y otras sustancias adictivas en personas con trastornos bipolares (alternan episodios de exaltación y de depresión), la disponibilidad de medios mortíferos en el hogar (armas, tóxicos, medicaciones letales en sobredosis, etcétera), el aislamiento social, la pérdida reciente de personas o vínculos significativos. La ausencia de consulta especializada o la negativa a realizarla es un importante factor de riesgo; muchos estudios muestran el descenso significativo de la tasa de suicidio en los grupos que reciben tratamiento apropiado.

Ayudando a vivir

La consulta especializada es por ahora el principal recurso en la prevención del suicidio. Los conocimientos y los recursos terapéuticos actuales permiten afirmar que la prevención del suicidio tiene, por ahora, como instrumento principal la consulta con el médico especializado en psiquiatría. En nuestro país estos especialistas son entrenados para valorar el riesgo suicida, establecer los diagnósticos clínicos que condicionan el riesgo (en sus niveles neurobiológico, psicopatológico y psicosocial) y en la administración del plan terapéutico. El plan se establece con el consentimiento y el acuerdo entre la persona y su familia o ambos y el médico psiquiatra tratante. Este plan terapéutico incluye medidas de protección de la persona (cuando el incremento episódico del riesgo lo aconseja) y el empleo combinado de medicación, psicoterapia y medidas psicosociales. Las nuevas medicaciones empleadas son de tanta efectividad como sus antecesoras pero han reducido los efectos adversos e incrementado su seguridad; las aproximaciones psicoterapéuticas que se emplean en nuestro medio, y que incluyen diversos procedimientos, han sido probadas en su efectividad; los procedimientos psicosociales incluyen el esclarecimiento, la educación y la activa participación de la persona y su entorno.

Estos planes terapéuticos integrados resultan de alta efectividad, próxima al 70% u 80%. Existe, por otra parte, un grupo de pacientes donde la respuesta es insatisfactoria; en estos casos y, en general, en la depresión grave denominada «melancólica y/o psicótica», cuando existe repercusión física severa o cuando la mortificación psicológica es intolerable, el electrochoque es reconocido universalmente como el procedimiento de elección, con alta efectividad, gran seguridad por las condiciones técnicas en que se realiza actualmente y con mínimos efectos adversos.

Desde luego que la medicina y la psiquiatría aspiran a multiplicar sus efectos benéficos a través de medidas de prevención directamente aplicables por la comunidad.

Algunas medidas preventivas merecen ser difundidas: evitar el fácil acceso a instrumentos mortíferos; evitar el consumo de alcohol u otros productos adictivos cuando se hace con la finalidad de calmar la ansiedad, el insomnio, el sentimiento de vacío o la pesadumbre; aproximarse a las personas socialmente aisladas o que han padecido pérdidas significativas.

Realizar la consulta especializada cuando nos percibimos en dificultades teñidas de desesperanza o estimular a nuestros allegados a que la realicen en esas circunstancias sigue constituyendo el procedimiento preventivo más importante.

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