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Comisión de Género y Políticas de Salud
«Todo es según el dolor con que se mire»
Quienes trabajan en salud sin una perspectiva de género «no aprenden más que la mitad de la lección, porque para trabajar en salud es obligatorio adoptar el lugar social del sufriente», dijo el R.P. Luis Pérez Aguirre al cerrar las Primeras Jornadas sobre Género y Políticas de Salud organizadas por el SMU.
por Ana Marta Martínez
«Femenino-Masculino: Hacia una teoría de las diferencias en el ámbito de la salud», se denominó la primera actividad pública de la Comisión de Género y Políticas de Salud del Sindicato Médico del Uruguay. En la apertura, el Dr. Juan Carlos Macedo, presidente del SMU, resaltó que esta actividad permitía al gremio médico cumplir con una de sus funciones básicas: «ahondar y expandir el pensamiento democrático».Comentando el título de las Jornadas dijo: «Parecería que es necesario deconstruir las diferencias, no para terminarlas ni destruirlas sino para reconceptuarlas». Luego citó la famosa frase de Marx: «...a cada cual según sus necesidades», aclarando que no vale por marxista sino por coincidir con el pensamiento de este siglo. «Yo he venido a aprender», concluyó.
Representantes de la Intendencia Municipal de Montevideo saludaron la actividad y comprometieron su esfuerzo para futuras reflexiones y acciones conjuntas.
La socióloga Carmen Álvarez, representante del Ministerio de Salud Pública, a continuación reconoció que si bien desde el Estado existen programas relacionados con la salud de la mujer, los mismos «han estado largamente compartimentados, lo cual nos ha devuelto una visión fragmentada de esta. Hoy tenemos -anunció- la voluntad política de introducir por primera vez perspectivas de género en las políticas de salud».
Por último, la Dra. Stella Cerruti, miembro responsable de la Comisión, sostuvo que esta era una «asignatura pendiente del Sindicato Médico, pues es un tema de salud, de calidad de vida y de equidad».
Sexo y género
La Dra. Elsa Gómez Gómez, socióloga, demógrafa,
Asesora Regional del Programa «Salud, Mujer y
Desarrollo» de la Organización Panamericana de la Salud
(OPS), desarrolló la ponencia más rica y sustancial del
encuentro.
La experta de la OPS dividió su exposición en tres
áreas: la precisión de los conceptos de género y
equidad como ejes conceptuales, la relevancia de género
como marcador de iniquidad en políticas de salud
pública y los cuestionamientos pertinentes desde una
perspectiva de equidad a las políticas de salud
desarrolladas en la región.
«Género no equivale a sexo», precisó. Sexo se refiere
a características biológicas más o menos invariables
entre hombres y mujeres y género a las construcciones de
la masculinidad y femineidad. Género es mutable (cambia
en el tiempo y es sujeto de intervenciones) y relacional.
«Cuando nos referimos a género no hablamos de mujer ni
de hombre. El referente empírico son las relaciones de
desigualdad entre hombres y mujeres y una característica
esencial es que son jerárquicas», dijo. Explicó que,
lejos de ser neutras, estas construcciones asignan un
valor diferencial a lo masculino y lo femenino,
privilegiando lo masculino y desvalorizando lo femenino.
Hizo hincapié en la importancia que tiene género como
categoría ordenadora en el nivel macro en la asignación
y distribución de recursos. Pues afirmó que asegura la
existencia de una esfera no remunerada donde la fuerza de
trabajo se reproduce, se disciplina y se pone en
circulación (trabajo reproductivo normalmente
desempeñado por mujeres), y en la esfera del mercado de
trabajo condiciona las opciones de hombres y mujeres
actuando como segmentador del trabajo productivo.
«La centralidad del rol doméstico, característico de
las mujeres y responsabilidad primaria, influye de manera
importante en cómo ellas pueden participar en el mercado
de trabajo. Esta característica hace que las mujeres
tengan una situación de desventaja social, económica y
política porque su trabajo es profundamente
desvalorizado. Es lo que está en la raíz de que las
mujeres representen una proporción mayoritaria en los
sectores de pobreza. Como dice el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo de Población en documentos
elaborados a partir de distintos indicadores de todo el
mundo, 'ningún país, ninguno, trata tan bien a sus
mujeres como trata a sus hombres'».
Sobrevivencia y calidad de vida
Al examinar el eje de equidad, comentó un
cuestionamiento frecuente: «¿Qué es este énfasis
puesto en la mujer cuando todos sabemos que los hombres
se mueren primero y las mujeres son quienes más utilizan
los servicios de salud y representan la mayoría del
sector salud?». «El hecho -explicó- de que haya una
mayor sobrevivencia en las mujeres no quiere decir que
tengan mejor salud. Se ha visto a nivel internacional que
hay tasas de morbilidad más altas entre las mujeres;
aunque los hombres mueren más rápido, las mujeres
enferman más. Además las mujeres tienen necesidades
especiales relacionadas con la reproducción, el embarazo
y el parto y por lo tanto también mayores necesidades de
servicios de salud que no siempre son satisfechas».
«Hay dos áreas básicas que debemos analizar cuando
miramos equidad y salud. Una sería el desbalance entre
necesidades y acceso a servicios, y la otra entre la
contribución y la retribución por el trabajo en
salud», precisó. «Respecto al elemento distributivo
-señaló la experta-, la noción de equidad se basa en
la de necesidad, como bien sostenía el Dr. Macedo. La
idea no es que se distribuyan los recursos por cuotas
igualitarias sino diferencialmente de acuerdo con las
necesidades de los grupos particulares». Equidad
implicaría que todo el mundo tiene la misma oportunidad
de disfrutar de la salud, por lo cual las enfermedades,
discapacidades o muertes que son prevenibles, o
evitables, serían indicadores de iniquidad desde el
punto de vista distributivo.
«Pese a los compromisos de equidad de género adquiridos
por nuestros gobiernos en las conferencias
internacionales de El Cairo, Pekín, Viena y Copenhague,
esto aún es retórica -informó- y las evaluaciones
hechas hasta el momento no demuestran que efectivamente
la equidad de género esté integrada en las políticas
públicas de salud».
«El enfoque que se ha hecho de las mujeres
tradicionalmente desde Salud Pública ha sido la
consideración del papel reproductivo materno. Ahí se ha
concentrado el interés en menoscabo del amplio rango de
necesidades y riesgos ligados a las distintas etapas de
la vida y a los diferentes roles desempeñados. La mirada
desde la Salud Pública ha tenido un carácter
instrumentalista y asistencialista. Instrumentalista en
el sentido que las mujeres se han visto menos como un fin
en sí mismas que como un vehículo para garantizar la
salud de otros, fundamentalmente de los hijos.
Asistencialista porque han sido objeto pasivo de
atención, se las mira como grupos vulnerables y
textualmente se ponen dentro del mismo grupo con los
discapacitados, ancianos y niños. Esta concentración en
lo materno sigue alimentando que no se preste atención a
otros elementos de salud de la mujer que son
tremendamente importantes y que continúan siendo
descuidados aunque son causas de morbimortalidad en la
región, como ser el cáncer cérvico-uterino, el de
mama, la desnutrición, o el desgaste de la doble jornada
(trabajo doméstico y público). Cómo eso impac-ta en la
salud, las condiciones inferiores de seguridad
ocupacional en el trabajo y la desprotección
prestacional que sufren las mujeres en mayor proporción
que los hombres.»
Uruguayos campeones
La Dra. Gómez Gómez prosiguió considerando la
situación de las mujeres en tanto actoras del trabajo en
salud. «Una gran parte de los programas de atención
primaria -alertó- se apoyan en los roles de género y el
trabajo no remunerado de las mujeres; si no fuera por
este trabajo esos programas no saldrían adelante, de
manera que se está utilizando explícitamente el trabajo
de las mujeres como instrumento para garantizar que los
programas funcionen. Ahí aparecen las formulaciones
neutras, pero estas encierran profundos sesgos de género
y el más importante es ignorar la contribución
económica que representa el trabajo doméstico.
La economía se mira siempre en función de bienes y
servicios de mercado, mientras que actividades tan
fundamentales como la crianza de los hijos, el acarreo de
agua o combustibles, el cuidado de ancianos y enfermos,
la administración del hogar, la preparación de
alimentos... sin las cuales lo económico no
funcionaría, la fuerza de trabajo no funcionaría, no se
contabilizan en las cuentas nacionales. El trabajo
doméstico es absolutamente invisible y por eso tampoco
se atiende en términos de requerimientos especiales. La
base de la subordinación social y económica de las
mujeres está en esta desvalorización del trabajo
doméstico».
Cuando las mujeres salen al mercado de trabajo se
concentran en aquellas áreas relacionadas con lo
reproductivo: la preparación de alimentos, la
enseñanza, la salud, que son las de menor remuneración
y prestigio. El acceso a la Seguridad Social o los
seguros de salud tiene que ver con el rol laboral; si
este no le da para acceder a determinadas prestaciones
quedará en inferioridad de condiciones.
«La división del trabajo marca una desventaja
sistemática de la población femenina que se
manifestará en términos de acceso a servicios de salud.
Más de 50% de las mujeres están fuera del mercado de
trabajo. Por otro lado tienen las mayores tasas de
desempleo, en cualquier país. Para tener acceso a la
Seguridad Social dependen de un hombre o de una persona
que esté ligada a la Seguridad Social. O sea que no lo
tienen por derecho propio, y el retener ese acceso
depende de que mantengan esa relación con la persona que
sí lo tiene y de que la misma sea monógama e
indisoluble. Este no es el caso en la región, donde
tenemos 30% y 40% de hogares encabezados por mujeres.»
Explicó que cuando la mujer queda sola, porque el marido
muere o la abandona, cae en la pobreza, no por el
abandono sino por el hecho intrínseco de su dependencia.
Otro problema que agrava la cuestión es el de los
términos del acceso cuando participa en el mercado de
trabajo. Los ingresos de las mujeres en el mercado de
trabajo son mucho más bajos que los de los varones,
incluso en el mismo tipo de trabajo.
«El Banco Mundial -informó- hizo un estudio en Jamaica
y en Ecuador que mostró que, aunque las mujeres tenían
más nivel de educación que los hombres, los ingresos
eran comparativamente 20% y 30% más bajos que lo que
deberían ser de acuerdo con este. El ingreso de las
mujeres como porcentaje de los hombres varía entre 44%
en Uruguay en el año 1990 y 71% en Costa Rica». Con
respecto a la situación de Uruguay, dijo que le llamó
la atención que, de todos los países, fuera el que
tiene la diferenciación más grande. «Más grave aún
porque en lugar de disminuir la brecha está aumentando
ya que los datos de 1980 eran de 53,9% y ahora está en
44,3%. Esto sirve para apreciar -reafirmó- que las
iniquidades no tienen que ver con el nivel económico,
sino que son otros los elementos que entran en juego».
Iniquidad y políticas públicas
La consultora de la OPS reiteró que formulaciones
tales como «reducción de costos, eficacia, eficiencia,
descentralización, llevan implícitas una transferencia
de costos de la economía remunerada a la economía que
se asienta en el trabajo gratuito de las mujeres. Las
premisas que sustentan algunas medidas de ajuste,
implementadas desde la década de los ochenta, para
reducir gastos recortando servicios, son que en las
familias se puede obtener el cuidado de la salud; dicen
'familia' como un eufemismo para decir mujeres. Cada vez
que se recortan estadías hospitalarias o se quitan
servicios de atención a ancianos, aumenta el trabajo no
remunerado de las mujeres».
Para finalizar, la Dra. Gómez Gómez planteó preguntas
básicas «que deberíamos hacernos cuando miremos
políticas públicas en términos de salud».
A saber: «¿En qué medida estas políticas y los nuevos
paquetes de servicios que se están implementando se
sesgan en favor de estructuras familiares particulares?
¿En qué medida se está pensando en función de
familias nucleares, por ejemplo, donde la cabeza del
hogar es el padre?
¿En qué medida se reconoce la división del trabajo por
género en el hogar, el mercado laboral y en el área de
la salud?
¿En qué medida se reconoce explícitamente el impacto
de los determinantes biológicos y sociales del género
en las necesidades de salud de hombres y mujeres?
¿Cómo estas medidas responden a las necesidades
particulares y se ajustan a las diferencias de los
perfiles epidemiológicos de mujeres y hombres?
¿Se basan en supuestos relativos a igualdad de acceso y
control de los recursos dentro y fuera de la familia?
(Esto es importante porque en general en planificación
se toma la unidad de la familia y se supone que todos los
recursos al interior se distribuyen equitativamente. Pero
no es el caso, la distribución de los recursos
económicos, el poder, el tiempo, la información no es
equitativa al interior de las familias.)
¿Consideran estas políticas de salud a las mujeres más
allá de su rol materno, se apoyan implícita o
explícitamente en el trabajo no remunerado de ellas como
medio para reducir gastos en la provisión de atención?
¿Promueven la participación ciudadana de las mujeres en
la toma de decisiones sobre los sistemas de salud? Esto
es muy importante en particular en el contexto de
reforma.
¿Impactan o impactarían diferencialmente por sexo el
acceso y la utilización de recursos y servicios de
calidad?
¿Impactarían en la distribución intergénero de las
responsabilidades del cuidado de la salud, en del hogar y
a nivel comunitario?».
En cuanto a políticas que ya están siendo implementadas
tomó como ejemplo la descentralización. «En la
perspectiva de género puede ser un arma de doble filo
-sostuvo-. Por un lado, puede ser una oportunidad de
ganar poder para las mujeres, participar en la toma de
decisiones a nivel local, pero a un tiempo puede servir
para la transferencia de responsabilidades desde el
Estado hacia las familias. Responsabilidades que no
tendrán ninguna remuneración y que serán una carga
mayor del ya recargado trabajo de las mujeres. Si bien
las mujeres hacen el trabajo comunitario, los que
representan las comunidades hacia afuera son los
hombres».
«Lobotomía frontal»
Luego de la brillante exposición de la Dra. Gómez
Gómez, una Mesa Redonda integrada por el antropólogo
Mario Consens, la socióloga Rosario Aguirre y la Dra.
Stella Cerruti confluyó en un abordaje
interdisciplinario de la problemática de género.
La Dra. Cerruti, además de aportar una perspectiva
bioética, instó a salir del trabajo con los números en
rojo, aludiendo a la violencia doméstica presente en 47%
de los hogares de Montevideo y Canelones.
Luego, un Panel que contó con la presencia de las
doctoras Carolina Seade, Silvia Peláez y Victoria
Szuchmacher y el Dr. Enrique Pons desnudó los
obstáculos y desafíos más importantes que implica la
incorporación de la perspectiva de género en la
práctica médica y los programas de salud.
El R.P. Luis Pérez Aguirre, síndico del Fondo de
Contribuciones Voluntarias para el Desarrollo y la
Erradicación de la Pobreza de las Naciones Unidas, tuvo
a su cargo el cierre de estas Primeras Jornadas de
Género.
«La Comisión Mundial sobre la Salud de las Mujeres fue
creada en 1992 y estimó indispensable tomar el tema
desde la óptica del conjunto de la vida. No sólo a
través de las diferentes etapas de la vida de una mujer
sino también en su entorno cultural, ambiental y
sociohistórico. En este contexto, el físico
estadounidense Braian Swin decía que la postura mental
patriarcal de nuestra cultura es muy parecida a una
lobotomía frontal. Cuando los hechos científicos
actuales sean interpretados por una conciencia de género
empezaremos a ver dónde estamos, quiénes somos y qué
estamos haciendo.»
«La ciencia -continuó Pérez Aguirre- está lejos de
ser neutral. Además de raza, clase social y credo, la
ciencia tiene sexo, como sostuvo Evelyn Keller.
Investigaciones científicas realizadas por varones han
interpretado y justificado una realidad de sumisión como
innata, como si estuviese inscripta en los genes,
haciendo creer que facultades e interpretaciones propias
del varón son por naturaleza el patrón universal. Es
hora de caer en la cuenta de que las ciencias médicas y
políticas sanitarias no escapan a este problema».
Pérez Aguirre mostró su asombro al ver cuántos en el
campo de la salud «apenas se preocupan por distinguir
las categorías de sexo y género».
Coincidió con el concepto de género vertido por la Dra
Gómez. «Así como existe un fenómeno de incorporación
desvalorizada de las mujeres a los sistemas económicos
de producción y de mercado provocando lo que se ha
llamado feminización de la pobreza y su concomitante que
hace que la pobreza de las mujeres sea invisible, me
atrevería a decir que también existe una feminización
de la enfermedad y una concomitante invisibilidad de
ciertas patologías en las mujeres. La feminización de
la enfermedad está vinculada con el lugar que ocupan las
mujeres en una sociedad determinada. Sus patologías
ignotas e invisibles no tienen que ver con su condición
biológica sino con el lugar que ellas ocupan en la
sociedad. Lo biológico, las diferencias sexuales, no
pueden justificar ni inferioridades ni superioridades en
el campo de lo humano. Esas escalas son producto de
diferencias que se establecen en el ámbito de lo social
socavando siempre la condición de la mujer en todos los
campos. El de la salud no escapa a esta ecuación de
hierro.
La confusión entre género y sexo es perversa porque
invisibiliza lo natural del varón y lo cultural de la
mujer y no hace justicia a ninguno de los géneros ni a
lo humano en general.»
Pérez Aguirre aseveró que en los comienzos de nuestra
cultura se puso el Logos griego como fundamento y en los
albores de la modernidad la razón cartesiana, pero hoy
ya nadie sostiene que la razón explique y abarque toda
la realidad. «La existencia humana se abre hacia arriba
y hacia abajo de la razón. Abajo existe algo más
primitivo, profundo y elemental: la sensibilidad, y hacia
arriba se abre la experiencia espiritual. La experiencia
humana base es el sentimiento, la capacidad de ser
afectados y de afectar, la pasión. La trampa en la que
cayó nuestra cultura es la de haber cedido la primacía
al Logos sobre el Eros desembocando en mil cercenamientos
de la creatividad y gestando mil formas represivas de la
vida.»
«No en vano -recordó- Ernesto Che Guevara gustaba
decir: 'Hay que endurecerse sin perder la ternura'. Sin
temor a parecer ridículos tenemos que defender y
entender al ser humano como ternura, porque el ser humano
se caracteriza por ser capaz de amar, pero la ternura nos
zafa de la trampa del lenguaje».
El prisma del dolor
«Los paradigmas científicos -advirtió- terminan
reflejando como espejos el contexto social y cultural en
el que fueron concebidos y la investigación se ha vuelto
una competencia masculina en la selección y definición
de los problemas estudiados, sus métodos y los sujetos
experimentales utilizados y sus interpretaciones y
aplicaciones».
Esta manera clásica de hacer investigación considera
que las variables propias del género confunden o
desnaturalizan el proceso investigativo. Trabajar por la
salud y los derechos humanos, por el desarrollo de la
persona, es «comulgar con el otro o la otra entendidos
como individuos, como persona colectiva. A partir de esta
situación nos introducimos, ahora sí, en el problema
metodológico mayor: no se puede trabajar por la salud,
desde cualquier lugar y desde cualquier disposición
interior. Hay lugares, hay posiciones personales desde
donde simplemente no se puede trabajar en el campo de la
salud. Entonces urge preguntarnos: dónde estoy parado,
dónde están mis pies en mi praxis médica. Porque la
cuestión es saber si estoy en el lugar correcto para mi
tarea. El lugar es tan o más decisivo para la tarea que
la calidad o los contenidos que quiero instrumentar en
las políticas de salud o en cualquier práctica
médica».
Parafraseando a Mario Benedetti dijo: «Todo es según el
dolor con que se mire».
«Nuestra convicción es que sólo aquella mirada
doliente sobre la realidad de las víctimas en primera
instancia de esta realidad pasiva de las mujeres nos hace
verdaderamente humanos. Para trabajar en salud es
obligatorio adoptar el lugar social del sufriente, cómo
sanar sin actuar desde el lugar debido. Porque no desde
cualquier lugar de práctica sanitaria se puede
intervenir y actuar correctamente. Aquí es donde aparece
como piso y eje el problema de género.»