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Una gota
Tengo miedo de releer esos papeles
que yacen sobre la mesa
como el reflejo fósil de aquel estallido
que aún me quema.
Tengo miedo de volver a ver
esas fotos detenidas en la última mirada
que deambulan como sombras
en torno de una falta.
Tengo miedo de perder lo que no tengo,
lo que nunca tuve,
pero que buscaba detrás de sus palabras.
Por eso, es mejor que detenga este momento
y me asome a la ventana,
que me pierda en el futuro de esas nubes
donde todo es incierto y aún posible,
o me deje caer desde el cielo
hasta la tierra,
como una gota que la busca
y se disuelve en ella.
Tu vacío me golpea súbitamente
con una proximidad casi insoportable
como luz de fuego necesaria para ver.
pero quemante cercanía de un exceso.
Ya no hay lugar para nosotros
en la alteridad del sueño:
estamos juntos en la misma carne,
o no separamos, para perdernos.
Sólo al escribirte te conservo,
sólo al contornearme una y otra vez,
con el lápiz y la idea,
con el dolor y el deseo, te tengo.
Tus palabras escritas me miran
desde el papel desleído por el tiempo,
como una mirada que atraviesa el texto
y disuelve mi historia, hasta suprimirla.
Empiezo y termino en esas líneas,
nazco y muero en un mismo punto
como una semilla abierta al mundo,
que vive, pero no puede proyectar su vida.
Me dejaste detenido y mudo,
bordeando a diario el riesgo de hundimiento
suspendido en una espera inútil,
como esa letra, cuando no es leída.
Fuimos un hombre y una mujer, perdidos en el
tiempo.
Fuimos una mujer y un hombre, desorientados.
Buscamos a tientas nuestros propios pasos,
ciegos, y tomados de la mano poe el miedo.
Nos amamos, como dos hermanos dolorosos
que sabían de antemano lo imposible del amor:
pero aún así, lanzaron su deseo y su gozo
más allá del límite, y más allá de lo que son.
Las cuatro paredes del mundo, lo necesario,
lo predecible, todos los seres y las cosas
que hacen la vida real, pero la oprimen, todo lo
ajeno
pudo más que nosotros mismos.
Aún así, quedó algo de cada uno de nosotros
en cada uno de nosotros.
Una señal de gratitud por lo vivido,
aunque ya no fuera nuestro.
El otro incorporado en la sangre y en los huesos,
en las palabras, en las ideas y en los sueños.
Quedó entre ambos un cordón tendido al infinito,
algo nunca dicho, ni nunca escrito,
que ni siquiera necesita del gesto y del sonido
Que morirá contigo. Que morirá conmigo.
Que vivirá.
Te llamo desde fuera de mi voz
desde un sitio donde ya no soy,
desde un lugar memorable y precario
donde persisto de ti expatriado;
helado, por la amenaza de tu memoria,
pendiente, si es posible,
sobre el agujero de azar
que un golpe de dados
de tu descuido
pudiera abrirme.
Tu palabra puede ser
mi escritura inversa
mi borramiento.
De todos modos,
nada será igual después que hables.
Siempre estás en el borde de mis palabras,
a punto de caer del fondo de la memoria;
si no eres imagen, eres nostalgia
y detrás de tus ojos humanos, que siempre veo
se esconde la más imposible de las cosas
que deseo y que temo.
Siempre estás en el comienzo del día
a punto de rozar los dedos de mi mano,
porque has guardado en mí, aunque no lo sepas,
la presencia silenciosa de su vida,
y aunque esté condenado a sufrir tu falta
siempre puedo acudir al lugar donde me vienes.
Siempre estás en el comienzo del sueño
cerrando mis ojos como una muerte grata
porque has dejado en mí, aunque no lo imaginas,
un vacío que organiza mi existencia,
un lugar de nada, que hace nacer la vida.
¿Has sentido
el terremoto que produce una mirada
cuando nos sorprende en la orilla del mundo
y está a punto de quebrarse
el hilo del agua que nos sostiene;
cuando flota un dolor sobre todos
pero un dolor que no es de nadie?
¿Has visto
a los mejores hombres y mujeres de este tiempo
caer desde el cielo, empujados por las sombras
sobre plazas muertas y vacías, donde solo crecen
pájaros sin alas, metales sin sonido
y ojos infantiles abiertos, desolados
como bocas con un horror de párpados?
Después de algunas miradas,
el amor y la rabia se escriben diferentes;
después de ver y escuchar el mundo,
la vida y la muerte van rompiendo las palabras,
casi no se puede la poesía,
casi no se puede el vuelo.
Pero se vuela y se escribe todavía.
Un hombre es apenas eso;
un nombre, un cuerpo y un sueño
pero que tampoco le pertenecen:
lo nombran, lo sostienen y lo sueñan,
pero si no lo hacen, se desvanece.
Vive en esa suerte
de imagen vertical e incierta,
y aún así, sigue viviendo:
como si detrás del nombre,
dentro del cuerpo,
más acá del sueño,
alguien hubiera.
Un hombre es apenas eso:
un signo más en la escritura del universo,
una pregunta suspendida de un secreto,
y una esperanza, aún en medio del desierto.
Estamos tan privados de todo
tan temerosos
solemnes
caídos
en una esquina de dos calles
sin nombre,
aunque a veces
sorprende
el estallido de pájaros
de una sonrisa; desnombrados
desnudos
aunque llame a veces una mirada
derramando nombres;
porque sabemos
que llegaron tarde
nuestros días.
Cuando gritamos
nuestro grito
no es despertar de nadie.
Vacilaba la hora entre el día y la sombra,
las siluetas recortadas vagaban silenciosas
y el ser de las cosas perdía su tenue materia
faltante y sediento de alguna permanencia.
Pensé sin decirlo, para no resultar funesto
que dentro de cien años ya no estaremos,
que en el mejor de los casos, lograremos
ser un buen recuerdo sepultando entre otros
una brizna de memoria, una sonrisa ausente
eb retratos de familia empolvados por el tiempo.