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Once años al frente de la Clínica Psiquiátrica

Por amor al arte y a la gente

Palabras para Enrique Probst con motivo de su culminación
como Profesor Director de la Clínica Psiquiátrica

La oportunidad invita a ser elocuente y afectuoso, y si es posible breve. ¡Ojalá fuese poeta por quince minutos!

El reciente 28 de noviembre de 1996, cumpleaños de Enrique Probst Dinerstein, queda señalado por la norma que prescribe que sus responsabilidades como Profesor Director han llegado al límite previsto. Así sucederá con Esteban Gaspar el próximo año y así hubiera sucedido con Hugo Trenchi si la muerte no le hubiese detenido, también se acogerá al retiro del Hospital de Clínicas, la enfermera Irene Castels, mujer de todas las tareas. Me agrada mencionar de entrada junto a Enrique a esos tres entrañables compañeros de años complicados y fértiles.

Todo límite mueve sentimientos tristes, aún cuando estos límites resulten razonables.

Esta norma es inteligente y más aún, generosa con quienes aportamos lo mejor de nosotros a la vida universtaria.

Una insensata enfermedad de fin de siglo, en las antípodas del verso de la bossa nova, quiere el exilio de los límites y de la tristeza y la eternidad del goce...filosofía superficial que bien mirada sólo trasluce amibiciones de poder, éxito, juventud eterna.

Cuando ya el cumpleaños se nos venía con todos estos sentimientos encima, alguien soñó lo siguiente. "Este salón con todo pronto estaba vacío, pasaba el tiempo sin que nadie acudiera, estaba sólo Enrique, (luego de una pausa onírica, de esas que no tienen puntuación gramatical) Enrique está muy inquieto y con fastidio le dice. ¡Ginés dónde está..debe andar con esas planillas¡".

Convocados estos sentimientos y estos fantasmas propios de la circunstancia, las buenas razones nos indican que Enrique Probst cumple 65 años en la plenitud de sus cualidades de persona amable, generosa y creativa. Una madura satisfacción debe florecer en su ánimo para regocijo de sus dos familias: la que construye con su esposa Ofelia y su hijo Guillermo, y la que construye con nosotros en esta insólita aventura universitaria, tan a contrapelo de las modas de este tiempo, de desarrollar la educación, la asistencia y la investigación en los espacios públicos, hoy deliberadamente constreñidos en nombre de la modernización.

Once años al frente de la Clínica Psiquiátrica. ¡Qué once años!

A partir de la apertura democrática este espacio universitario ha transitado transformaciones profundas que constituyen el período decambios de mayor densidad y rapidez desde su nacimiento en 1908. Obviaré los fundamentos de tan rotunda afirmación, que por otra parte ha sido documentada y apoyada en el cálculo de miles de planillas como las mentadas en el sueño. Estos notables cambios fueron facilitados y estimulados por la Facultad, y en especial por tres personalidades que pueden citarse en cualquier orden, Pablo Carlevaro, Carlos Mendilaharsu y Juan Carlos Rey.

Estas transformaciones imponen soluciones de continuidad en relación con la Clínica Psiquiátrica histórica y la perspectiva altamente probable - aún a corto plazo- de nuevas discontinuidades en relación a la situación actual. Trenchi, Probst, Gaspar y quien ésto dice fuimos formados en condiciones muy diferentes a aquellas en las que hoy se forman las nuevas generaciones. Nuestra situación ha sido la de aprendices de brujo, que puedo asegurarles que es bastante incómoda.

En este desafío ante los jóvenes viene al metro paraversear a Alfredo Zitarrosa: Podemos ayudarles a volar pero no podremos seguirles el vuelo.

Estas rupturas también incluyen continuidades. Tengo la convicción de que en estos importantes cambios honramos lo mejor de la Clínica histórica, de los cuadros docentes encabezados por Bernardo Etchepare, Santín Carlos Rossi, Antonio Sicco, Elio García Austt, Fortunato Ramírez, Juan Carlos Rey y Hector Puppo Touriz que precedieron a Enrique Probst.

Aprendimos con José Martí que para valorar a una personalidad que en algún sentido puede ser referencia indentificatoria, es menester evitar la idealización. Martí, en sus relatos para niños, al describir a los héroes de América dice aproximadamente lo siguiente: esos hombres eran como soles y como el sol tenían sus sombras, y agregaba además, la gente buena recuerda su luz, la gente mala ve sólo sus sombras.

Las realizaciones de este periodo han tenido un fuerte carácter colectivo, esa condición hace difícil indicar qué puso cada quién, pero no eludiré la tarea de discutir los aportes de Probst -cada cual hará su propio balance- comenzando por señalar que esta primera dificultad en la primera virtud: haber conducido a la Clínica de una situación enrarecida por las tensiones -enseguida de la derrota de la dictadura y de la intervención de la Universidad a un colectivo que fue afianzando sus cualidades habitables y propicias para las tareas universitarias.

De las luces encendidas, que harán de Probst una buena estrella, quiero destacar algunas: el empleo en profundidad de los procedimientos democráticos que generó un espacio amigable ycreativo, una Clínica sin muros: la cooperación permanente, en el espíritu del Programa Nacional de Salud Mental, con el MSP y ASSE, la descentralización del servicio y su reestructuración en red en la asistencia pública de Montevideo, la apertura de una sala de internación en un hospital general, aspiración de décadas de la psiquiatría nacional. El desarrollo de nuevas modalidades asistenciales para personas con graves trastornos mentales, innovaciones que permitirán superar en un futuro no lejano el modelo llamado "asilar", la construcción del primer programa de psicoterapias y enfoques piscosociales -consolidado- en los servicios públicos de salud, la creación de la Residencia Médica en psiquiatría, herramienta formidable para la reestructuración del servicio y para la formación del recurso humano, la transformación radical de la enseñanza de psiquiatría en relación a la medicina, la introducción de la evaluación sistemática y de controles de calidad, así como la concepción de un proyecto para el desarrollo de la investigación que está en sus comienzos.

De las sombras proyectadas sobre su persona sólo tomaré una que es trascendente para cualquiera de nosotros y en especial para los jóvenes. Donde los troyanos vieron al psicoanalista camuflado, los tirios vieron al psiquiatra converso. La psiquiatría y la medicina han de ser a la medida de la gente. Desde el ácido desoxirribonucleico hasta la filosofía y la religión todo queda incluido, renovándose en un nivel superior la certera afirmación del maestro latino de que nada de lo humano nos es ajeno. En la aceleración científico técnica la velocidad se devora al tiempo y en el mercado capitalista contemporáneo las especialidades médicas casi que se devoran entre sí. La tendencia a la fragmentación en medicina y psiquiatría es muy fuerte: cada quien debe reconstruirse resolviendo esta complicada ecuación. La flexibilidad y la capacidad de cambios le permitieron a Probst encontrar la suya. Más de una vez discutimos esta cuestión y él decía "¿qué camiseta me pongo? ¿o me pongo las dos, una arriba de la otra?...hasta que en estas tensiones llegamos a la camiseta universitaria, que incluye en su raíz la universidad: plural, abierta y sin fronteras.

Nadie es por sí mismo. Levantemos por un momento el telón de la razón compartida y permitamos que la memoria de los orígenes, que es un milagro del pensamiento alucinatorio se abra paso. Y caminará entre nosotros, por las calles en madreselva de los años veinte y hasta la Fábrica Nacional de Cerveza una obrera jovencita y tucumana cuyas raíces arrancan en Rusia y Ucrania: es Paulina Dinerstein. Y en el tranvía al Cerro el empleado del Frigorifico, el joven bachiller polaco Sigmund -acriollado- Segismundo, hombre culto y de aventura, que eligió el Uruguay por el fútbol que vio en Colombes; lo vemos jugando con la aurinegra, haciendo ciclismo y lucha. O solidario en la huelga del Frigorífico que se perdió, y así se perdió el trabajo. O presidiendo el club deportivo.

Una vez me dijo Probst "mi padre no tenía ambiciones económicas, ni usaba traje".

También me contó que fue el primero que le habló de Freud; que le hizo escuchar, en tiempos de la guerra, la Sinfonía de Shostakovich donde se conciertan el arte y la lucha contra la opresión. O cuando luego del despido lo acompañaba tempranito al Mercado Agrícola para aprovisionar el puesto que puso en Punta Carretas. Enrique hizo sus primeras comuniones con otros niños en la Escuela 64 de la Aguada y en la Escuela Grecia, luego renovó comuniones en el Zorrilla, el IAVA, la Facultad de Medicina, la Clínica madrileña de Lopez Ibor, la Asociación Psicoanalítica; le oí decir con reconocimiento "si la enseñanza no hubiese sido gratuita yo no hubiera llegado aquí".

Cuando Enrique comenzó la escuela los abuelos paternos que extrañaban Polonia se volvieron a Lodz, el camino del amor a la tierra natal terminó para la abuela en Auschwitz, entre las brumas de flores caquécticas disipada en un humo de multitudes.

Pero miremos ahora hacia adelante. Enrique Probst en la madura plenitud de su personalidad seguirá aportando a la Clínica y a la Universidad por este sendero transformador que tanto ha hecho por gestar. Y los más jóvenes, pero también los más veteranos, seguiremos creciendo en esos encuentros humanos que son sus entrevistas con los vecinos que se arriman a nuestros servicios de salud -y que impropiamente llamamos clases clínicas- porque si incluyen arte, técnica y ciencia ellas quedan por completo al servicio de la más alta calidad vincular y solidaria, y el vecino en busca de alivio no obtendrá todas las soluciones pero al menos abrirá una rendija a la esperanza y el alumno no encontrará todas las respuestas pero multiplicará sus preguntas. Nosotros no curamos. Y ésto es hoy dificil de comprender en la omnipotente embriaguez tecnológica de la medicina actual, algo que era tan sencillo para el innovador cirujano Ambroise Paré en el siglo XVI: "Yo lo vendé, Dios lo curó". Nosotros vendamos con muy eficaces procedimientos biológicos, psicoterapeúticos y psicosociales en cuya médula está la calidad del vínculo, ellos en general mejoran y a veces se curan.

Y Probst seguirá aportando desde un grupo de trabajo filosófico y ético, como ya lo ha hecho, solitario en estos años, en muchos ensayos recogidos en dos tomos.

Necesitamos de esta reflexión como el pan, en este período de fin de siglo donde al decir del historiador británico Eric Hobsbawm la humanidad transita sin rumbo. Etica que sea conducta, como le gusta a Enrique. Podría relatar varias pero me quedaré con una. Probst tendrá como única jubilación asalariada la que deriva de esta tarea docente que hoy celebramos. ¿De cuántos de los 1.700 que tiene laFacultad o de cuántos de los diez mil integrantes del cuerpo médico nacional se podrá decir lo mismo?

Enrique Probst será una luz en esa tropilla de baqueanos que nos anticipan en buscar los nuevos rumbos, que trabajan en la Clínica Psiquiátrica por amor al arte y a la gente, de garra vareliana -por Obdulio y José Pedro- donde por felicidad se cuentan decenas que representaré en Daniel Murguía " alta la testa y el ojo avisor", en Humberto Casarotti y en Fanny Schkolnik.

Dije estas cosas par nosotros y para Enrique, anticipando en veinte días la noche buena del 96. Para que estas palabras le acompañen, cuando a pretexto de jugar al golf, se deslize como un niño por la falda del Cerro de Montevideo.

¡Larga y fértil vida a Enrique Probst y a sus dos familias!

Montevideo, 4 de diciembre de 1996

Prof. Dr. Angel Ginés

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