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Juan Fernando Dalmas
El 1º de abril falleció el Dr. Juan Fernando Dalmas en un accidente de tránsito carretero en el departamento de Paysandú, cercano al paraje donde había marcado un surco profundo en la medicina uruguaya, en un camino ascendente y promisorio de futuras realizaciones. Desapareció también una figura humana de valores excepcionales, que supo y logró crear a su alrededor un ambiente de trabajo honesto, sincero y abierto para todos, en el cual la amistad y los valores éticos eran los vectores resultantes.
Como colega, intentaré, en lo posible, mantenerme dentro de los límites de la sobriedad para recordar su trayectoria.
El Dr. J. Fernando Dalmas, como solía firmar, se recibió de médico en 1969. Orientado precozmente hacia la neurología, logró su título de posgrado tres años después, y en 1973 ingresó por concurso al cargo de Asistente de Neurología. Cumplido en desempeño de este cargo en 1976, comenzó su vinculación con la neuropsicología, junto a sus maestros Carlos Mendilaharsu y Sélika Acevedo de Mendilaharsu. Llegó en 1977, también por concurso, al cargo de Asistente de Neuropsicología, disciplina a la que desde entonces se dedicara en forma prioritaria. En 1980 realizó una pasantía de actualización en la Unidad de Investigaciones Neuropsicológicas y Neurolingüísticas del Prof. Henri Hecaen, en París. En 1982 fue nombrado Profesor Adjunto de Neurología y en 1989 Profesor Agregado de Neuropsicología. Desde ese momento encabezó dicho departamento, dentro del Instituto de Neurología, desarrollándolo en sus actividades docentes, asistenciales y de investigación. De manera paralela ejerció la docencia en el Curso de Fonoaudiología de la Escuela de Tecnología Médica y en el Instituto de Lingüística de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Su labor asistencial como neurólogo y neuropsicólogo fue jerarquizando este último aspecto con el correr de los años, aunque nunca pudo desprenderse de su calidad de clínico ni de las características que lo distinguían como neurólogo: su sagacidad y su practicidad.
Dentro de la neuropsicología, fue uno de los fundadores del Centro Neuropiscológico, de Montevideo, en 1979.
Su actividad internacional en cargos destacados comenzó en 1985 como integrante del Comité Organizador de las Primeras Jornadas de Neuropsicología del Cono Sur, en Montevideo. Siguió como vicepresidente del Primer Congreso Latinoamericano de Neuropsicología (Buenos Aires), y como miembro fundador de la Sociedad Latinoamericana de Neuropiscología (SLAN). En 1989, como presidente del Tercer Congreso Latinoamericano de Neuropsicología (Montevideo, 1993), y culminó en 1995 al ser nombrado presidente de la SLAN, máximo honor al que puede tener acceso un neuropsicólogo de América Latina. Fue además miembro de varias sociedades nacionales y extranjeras de neurología y neuropsicología.
Todos estos reconocimientos internacionales hablan de la penetración de la obra neuropsicológica de Dalmas fuera del país. Dentro de fronteras es posible que esa obra no sea tan conocida, salvo para el círculo neuropsicológico, por lo cual recordaré algunos de sus aspectos. En el Centro Neuropsicológico, junto con la Dra. Mirtha Flores, la psicóloga Cristina López y la fonoaudióloga Amalia Bermúdez, desarrolló una política de difusión de los conocimientos neuropsicológicos dentro de la comunidad, mediante ateneos clínicos y jornadas de divulgación, sobre temas como las dificultades en el aprendizaje escolar, las demencias, el retardo mental o la neurolingüística.
Dirigió el grupo de Neurolingüística del Laboratorio de Afecciones Corticales (luego Departamento de Neuropsicología), integrado por neurólogos, psicólogos, fonoaudiólogos, asistentes sociales, psiquiatras y lingüistas. El grupo puso énfasis en el trabajo multidisciplinairo con el paciente afásico y su familia. Como resultado de este trabajo se produjo un material publicado en forma de libro, Respuestas para el paciente afásico y su familia, así como diversos estudios sobre factores pronósticos en la afasia, afasias subcorticales y alteraciones fonológicas en el paciente afásico.
También sobre el tema "Memoria" integró grupos de trabajo relacionados con distintos aspectos o enfoques del mismo. El libro La memoria desde la neuropsicología, publicado por Dalmas en 1993, es fruto de estos estudios.
Como escribió Alfredo Ardila en el prefacio, este libro "Llena un vacío casi total dentro de la literatura científica. Mucho más que eso: nos coloca ante la necesidad de participar activamente en la empresa del conocimiento. Trabajos como éste nos recuerdan que todavía hay mucho por hacer, y que más aún, es posible hacerlo".
Esta rápida recolección de los méritos, la obra y los logros del Dr. Dalmas, si bien es ampliamente suficiente para caracterizarlo como una de las principales figuras de la medicina nacional de las últimas generaciones, no alcanza para definirlo como persona, como ser humano.
En el homenaje que, pocos días después de su muerte, surgió casi en forma espontánea dentro del Instituto de Neurología, participaron autoridades, amigos, discípulos, compañeros. De las palabras de los que hablaron, de los silencios de los que callamos obligados por la emoción, fue dibujándose como motivo central de la sentida evocación y por encima del Dr. Dalmas, médico, neurólogo, neuropsicólogo, la imagen de Fernando, el ser humano. Su bonhomía, su bondad esencial, su tolerancia, su capacidad para escuchar, fueron reiteradamente recordadas como las condiciones capaces de explicar sus aptitudes docentes, asistenciales y de investigador, así como su vocación de universitario integral y sincero.
Los amigos conocimos bien su valor como médico, pero supimos también que este valor se multiplicaba en su condición humana. Como tal, no puedo menos que hacer uso de la memoria, esa memoria tan ajetreada por Dalmas el neuropsicólogo para presentar a Fernando a aquellos que no tuvieron la suerte de conocerlo de cerca.
Tuvo una infancia que él calificó de dura. De sus comentarios, muchas veces elusivos, fui elaborando la imagen de un niño de familia humilde, que dejando de lado sus tareas de campo, vestía su túnica blanca y su moña azul para asistir a una de esas escuelas rurales con pocos niños y de edades diversas. De la escuela al liceo en Paysandú, Del liceo a Montevideo, a la Facultad de Medicina y a una pensión. Trajo con él ingredientes de su personalidad que nunca abandonó ni quiso hacerlo: un cierto retaceo en la sonrisa como no queriendo mostrarla entera, un acento pajuerano que a veces acentuaba con orgullo, y ese calificativo de "hermano" con que solía saludar a los amigos.
En Facultad no coincidimos en los cursos, él ingresó un año después. Sin embargo lo recuerdo bien, paseándose con su portafolio de cuero envejecido, su camisa sin corbata abotonada hasta el cuello, su campera de tela y sus amigos, casi todos del interior, entre los cuales no puedo olvidar que Didier y Quique no sólo compartieron con Fernando su vida de estudiantes sino que tragedias del destino les hizo compartir el máximo dolor que puede asolar a un padre. Fue después de recibidos que comenzamos a intimar como noveles médicos en el Instituto de Neurología. ¡Qué difícil era llegar a Sala, antes que él, o conocer mejor los enfermos¡ ¡Con qué facilidad se comunicaba con los pacientes! Nos empezó a unir una amistad que desbordaba la que habitualmente une a los médicos de una misma hornada y que afortunadamente no se desvaneció con el tiempo. Aprendimos juntos a administrar las alegrías y los infortunios que nos deparaba la asistencia de enfermos compartidos, dentro y fuera del hospital. Me asombraba su intuición diagnóstica, me llamaba la atención su interés por los colegas, en especial sus maestros, Arana, Bottinelli, De Boni, Avellanal en neurología entre otros, y obviamente los Mendilharsu en el entonces "Laboratorio de Lenguaje" o de "Afecciones Corticales", de quienes siempre tenía algo que comentar, o la globalidad del encare de Carlos, o la exquisita inteligencia de Sélika.
Tenía una filosofía de vida que defendía de la manera más sincera, sin necesidad de argumentos hablados: sentía y actuaba en coherencia con esa filosofía. En una época en que varios sufrimos crisis de pareja, recuerdo una vez que sin concesiones al comentario frívolo defendió ante el asombro de unos y la suspicacia de otros el valor de la fidelidad.
Logró la felicidad con Lizi, su esposa, y formó una magnífica familia con Laura, Lucía y Federico, que eran ejemplo y referencia de buen funcionamiento familiar.
Uno de sus descansos preferidos era ir de pesca al arroyo con su hijo Federico, que desde muy niño se interesó por cañas y aparejos "de esos de chaura arrollada en una lata" como aclaraba Fernando. La muerte accidental de Federico fue un golpe brutal para todos. La marca que dejó en Fernando fue profunda. A pesar del tiempo, a pesar de los árboles plantados, un rincón de tristeza quedó para siempre en su alma.
Tenía una profunda admiración por el hombre paisaje de nuestra tierra, por su sencillez, por sus costumbres y por su música, lo que le permitía un diálogo fácil con los pacientes, en especial los de campaña.
Escuchándolos, más de una vez encontró en un dicho o en un giro del idioma, una veta de interés neuropsicológico. De la misma manera, solía encontrar en distintas manifestaciones culturales puentes de unión con su disciplina.
Recuerdo que, conversando sobre el poder de observación de los artistas, capaces de poner en evidencia signos de enfermedades antes de ser descritas por los médicos, me llamó la atención sobre dos cuentos, "Funes el memorioso" de Borges y otro de Benedetti, cuyo título no recuerdo, que contenían precisas descripciones de alteraciones de la memoria.
Tuvo muchas felicidades que sintió tan intensamente como sus desdichas. Compartí con él dos de ellas en los últimos meses. Una de ellas fue su nombramiento como presidente de la Sociedad Lantinoamericana de Neuropsicología. A su retorno a Montevideo, en un improvisado festejo, entre bocados de asado y sorbos de vino tinto, nos contaba lo sucedido, radiante. Motivos de sobra tenía para sentirse orgulloso. Sin embargo, nos explicaba, tratando de convencernos, que su nombramiento no era un merecimiento personal sino que se hacía como reconocimiento a Uruguay, cuna de la neurosicología latinoamericana con los Mendilaharsu. Admiré su modestia, sabiendo que su nominación había sido indiscutida y surgió totalmente ajena a las maniobras de intereses que habitualmente hay detrás de estas candidaturas.
Termino con el último episodio feliz que compartimos. Fue el casamiento de su hija Lucía hace un par de meses. Al despedirnos, dejó escapar un "Hermano", ¡es bravo!" Era su memoria episódica, ese objeto de tantos de sus estudios que le hacía una zancadilla inundándolo en un instante con miles de recuerdos. Nos abrazamos fuertemente. Aún siento el calor de ese abrazo.
Eduardo Wilson /