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Cómo ser mujer, médica y no desfallecer en el intento

por Melisa Machado

La visión histórica debe ser complementada con el testimonio de devoción profesional y defensa de sus derechos, protagonizado por mujeres médicas de hoy. No están todas las que debieran, pero por boca de estas cuatro profesionales tal vez hablen todas las que, de un modo u otro, afrontan a diario el desafío de ser mujer, médico y no desfallecer en el intento.

"Como una loba"

"Hay una canción que dice algo así como 'defendiendo su espacio como una loba'. Yo he tenido que defender ese espacio desde que era chiquita. Mi familia me apoyaba pero por momentos también me pasaban mensajes del tipo '¿no estará medio loquita?'. Es que a mí se me ocurrían hacer cosas distintas que a mis hermanos. Entonces, siempre tenía que estar justificándome, algo que me modeló el carácter. Ahora sé fundamentar mis decisiones y defenderlas", dijo la directora del Hospital de Clínicas, Graciela Ubach, de 51 años, quien se encuentra en ese cargo desde febrero de este año.


Dra. Graciela Ubach: "las cosas me han sido más difíciles que a algunos de mis colegas hombres"

Cuando tenía 16 años comenzó preparatorios de Derecho, luego se cambió a Ingeniería y cuando ya estaba dando los exámenes de matemática B, se le ocurrió hacer Medicina. "Mis padres me tenían una gran paciencia. En el momento en que se me ocurrió este último cambio tuve una entrevista con el director del IAVA, Hugo Fernández Artuccio, quien me dijo que él tenía que hablar con mi padre por la autorización. Él vino y dijo: 'la que está estudiando es ella y la que quiere cambiar de carrera es ella, así que, ¿qué quiere que le diga?".


Dra. Stella Cerruti: "Por suerte siempre se encuentran compañeros y amigos en la marcha"

Se recibió de médica en 1979, hizo una maestría en Salud Pública, fue becada por la OPS a un curso internacional que se llevó a cabo en Cuba, realizó en Rio una especialización en Administración de Recursos Humanos para la Salud, obtuvo un título por "competencia notoria" en Administración de Servicios de la Salud, es docente, coordinadora responsable de la Maestría en esa área y tiene un diploma en Economía. "Un posgrado que hice porque entendía que me hacía falta completar ciertas cuestiones que no estaban atendidas en las especializaciones que había hecho", acotó.

Está casada hace 30 años con un "foto-periodista", tiene tres hijos, dos varones y una mujer, "una nietita preciosa y otro en camino". Reconoce que "es difícil" combinar las tareas de esposa, madre y ocupar un puesto de alta responsabilidad, pero para ella "estar en cuatro cosas al mismo tiempo es mi manera habitual de ser. Siempre fui muy inquieta, trato de aprovechar el tiempo, de estar organizada y de no dedicarme a cosas poco relevantes. Es decir, no reniego de las tareas de la casa, me encanta cocinar, por ejemplo, y mis comensales dicen que es muy rica, pero trato de hacer todo en el menor tiempo posible. Además, en casa, todos hacemos todo; desde que son chicos, mis hijos y mi pareja, han aceptado las responsabilidades del hogar en forma conjunta. Eso ha posibilitado que yo pueda hacer otras cosas".

Cuenta con el apoyo de su esposo quien, según ella, es "un ser fantástico, con un sentido del humor maravilloso. Es pura calma y paz; yo a su lado soy una especie de revoltijo. Nos respetamos en nuestras profesiones y nunca tuvimos un problema, si alguno de los dos tenía que viajar para formarse, nos arreglábamos para cuidar a los chiquilines. Fue tan así que casi nunca pudimos viajar juntos, hasta hace muy poco que nos fuimos a México".

A pesar de haber recibido ayuda de su familia, sabe que a las mujeres les resulta más difícil acceder a puestos de trabajo, sobre todo si se relacionan con la dirección y la responsabilidad. "En nuestro país la presencia masculina en este tipo de cargos es muy fuerte; las mujeres recién estamos llegando a esta área y tenemos que probar doblemente nuestra competencia. A pesar de que en la salud predominan las mujeres tanto en la matrícula como en los egresos, la proporción se va invirtiendo en la medida en que se complejizan los cargos. Estoy contenta con ser mujer, no me quejo y creo que, en general, tenemos intuiciones que superan a las de los varones en la administración y la planificación de los tiempos. De todas maneras reconozco que las cosas me han sido más difíciles que a algunos de mis colegas hombres. Una vez, un periodista de nuestro medio me hizo una entrevista y antes de empezar me dijo: 'a usted, le voy a exigir más que a los otros'. Caramba, pensé yo, ¿y eso por qué?; ¿acaso tengo alguna culpa que pagar?".

El "autodesarrollo" es para ella una especie de obsesión. "Hay cosas que me las debo y que algún día haré, como cantar, hacer teatro y aprender a tocar la guitarra. Me falta tiempo, pero cuando logre organizar más esta etapa de mi trabajo que todavía me exige mucho, voy a darme esos gustos".

Su jornada empieza con el primer rayo de sol, "soy muy diurna, con la primera luz me quedan los circuitos conectados". Ingresa al hospital entre las ocho y las nueve de la mañana y se va de noche a la misma hora. A estas jornadas se le suma el "tiempo para pensar. Tengo que proyectar, planificar, priorizar. A veces llego a mi casa y me quedo pensando cosas o me levanto tempranísimo en la mañana". Y como es lógico, se cansa. "Tengo un amigo que me dice que afloje un poco, que no soy la mujer biónica. Me encanta estar en una reunión rodeada de amigos y personas queridas; ahí me entra una paz, un estado de relajación, entonces aflojo y dormito 10 o 15 minutos. Los que me conocen me lo bancan porque saben que a eso de las once de la noche estoy agotada". Del mismo modo que "baja la guardia" cuando está en familia puede estar alerta en otras circunstancias. "Soy capaz de estar en una reunión de diez personas y reproducir los gestos y lo que dijo cada uno", contó.

"Un baño de aceite"

Lo primero que percibió Margarita Serra cuando nació fue el olor y la textura del aceite de oliva. Su padre, quien era químico pero trabajaba durante los fines de semana como estibador de frascos de aceite, en un denodado esfuerzo por aumentar sus ingresos, se convirtió, sin desearlo, en la persona que le dio su primer baño. Estaba estibando cuando le anunciaron que su hija había nacido y la noticia lo conmovió tanto que rompió uno de los frascos. No se detuvo a cambiarse de ropa y se fue al hospital. Con la niña embadurnada en brazos y ante las quejas de la familia y de las enfermeras, se le ocurrió decir: "Tómenlo como un buen presagio. Esta niña va a tener muchísima suerte". Así cuenta su nacimiento la doctora Serra, de 54 años, ginecóloga, directora del Plan Nacional de Sida del Ministerio de Salud Pública desde 1995, cuando se le pregunta por las posibles causas de los éxitos de su carrera profesional.

Española, nacida en Valencia y "andaluza hasta los 10 años", vino con su familia a vivir a Uruguay, al departamento de Artigas.

En 1963, llegó a Montevideo para estudiar medicina. Se recibió en 1970 y consiguió trabajo como médica de asistencia externa en el Ministerio de Salud Pública, fue médica de las Clínicas Preventivas, adjunta a la Dirección de Epidemiología junto a la doctora Gloria Ruocco y, más tarde, directora del Departamento de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS).

Desde 1981 está vinculada a la lucha contra el sida. "En ese año comenzó la epidemia de sida en todo el mundo y la OMS puso énfasis en la educación. Para ello solicitó colaboración a la IPPF (Federación Internacional de Paternidad Planificada), entrenó el grupo Médicos del Mundo, formado por profesionales de todos los países con más de diez años de experiencia en planificación familiar que estuviesen interesados en difundir todo lo relativo a la sexualidad y al VIH. El profesor Hermógenes Álvarez, que era presidente de la Asociación de Planificación Familiar (AUPFIRM) me preguntó si tenía interés en formar parte de ese grupo. Acepté y fui a hacer un entrenamiento en Miami y en Saint Louis, Missouri. Cuando regresé hablé con el entonces director del Programa Nacional de Sida, doctor Jaime Rosquier y comencé a trabajar", contó la ginecóloga.

Cuando la doctora Serra no está trabajando se dedica a su jardín. Cerca de Rivera y Colombes, donde tiene su casa, corta el césped y planta sus flores. Otra de sus pasiones son las blusas, los perfumes y los libros de historia. Pero lo que más le gusta es trabajar. "Soy una adicta al trabajo, no puedo estar sin hacer algo; desde pequeña me gustó organizar y programar actividades".

A pesar de esta afición no cree que "en ningún momento haya abandonado mi rol de esposa y madre. Todas las mañanas, a las ocho en punto, voy con mi carrito al supermercado y hago las compras. De noche dejo la comida pronta y paso la aspiradora, los fines de semana yo misma limpio mi casa y sólo los miércoles viene una persona a ayudarme".

Hace unos meses que la doctora Serra descubrió que "me quería dedicar a mí misma algunas horas al día". Así que adelgazó 20 kilos, comenzó a reunirse con sus amigas, va al cine algunos miércoles y todas las mañanas, entre las seis y las ocho, sale a caminar por la rambla. "Nunca pensé que podía ser tan bueno, me despeja la mente, me encuentro conmigo misma. Veo el amanecer, los pájaros, todo ese firmamento rojo. Es como una gran conversación conmigo misma", dijo.

Vestida con un traje sastre de color marrón, una blusa con puntillas, lentes, y el pelo corto, reconoce que nunca fue muy coqueta. "Hasta que me recibí usé el pelo largo, recogido hacia atrás en una trenza. Ahora, hace diez años que lo uso así. Cuando me vine a vivir a Montevideo mi madre me regaló un tubo de pintura para labios y un lápiz de ojos. Hasta el día de hoy los tengo; jamás me pinté", dice casi con orgullo. No fue nunca a "un lugar nocturno", y a la playa iba "obligada, porque era bueno para mis dos hijas chicas -que como experta en planificación las tuve cuando quise y como quise- pero me quedaba todo el tiempo abajo de la sombrilla: no me gusta quemarme".

No considera que haya tenido dificultades para ascender profesionalmente y le agradece "profundamente a mi suegra que me ayudó a criar a mis dos hijas y me permitió que me desarrollara".

Brillante como el silencio

En su apartamento de la calle Libertad, cerca del parque Rodó, Adelina Braselli, 65 años, grado cinco de Infectología, toma el té rodeada de sus plantas y de las fotos de sus sobrinas, de sus sobrinos-nietos y de sus ex alumnos. La más pequeña tiene seis meses y en una hora irá a cuidarla para que los padres puedan ir al cine.

En la pared de su sala de estar cuelga un tapiz de lana que le regalaron sus alumnos de la Universidad el día de su retiro. Sobre el sofá, un buzo de lana a medio tejer habla de otras de las actividades a las que se dedica Adelina cuando no atiende en el CASMU -cuatro horas por día- o concurre como consultante de enfermedades infecciosas al Hospital Maciel, al Hospital de Clínicas o al Instituto de Infectología.

"Es brillante, pero le cuesta hablar", dice Margarita Serra. "Si fuera por mí pasaría el día sin abrir la boca. Me acostumbré a hablar cuando empecé a dar clases", explica Braselli.

Se recibió a los 28 años. Igual que Serra nunca le atrajo salir. "De joven, cuando no estaba trabajando o leyendo, estudiaba. Ahora me gusta ir al parque por la naturaleza". En el balcón de su apartamento, que da al norte y recibe el sol durante toda la tarde, tiene una colección de tunas diminutas que aumenta todos los domingos visitando la feria del parque Rodó. "Siempre me gustaron; necesitan pocos cuidados", dice.

Luego de recibida trabajó en el Hospital Saint Bois, en Asistencia Externa; en el Hospital Militar hasta 1971 y a lo largo de los años se desempeñó en la Universidad como docente de Infectología. Se decidió por esta especialidad mientras fue practicante del Pedro Visca, "un hospital que me encantó porque en aquel momento las enfermeras trataban a las chiquilinas como si fueran hijas suyas. Había una sala de niñas grandes, una de lactantes y otra de infecto-contagiosos. Allí había un médico veterano, creo que se llamaba Fonseca, que tenía una cultura general impresionante y que hizo que me interesara la infectología".

Fue tesorera del Partido Comunista y en 1974 destituida como docente. Al poco tiempo tuvo que irse del país. "Agarré un bolsito, firmé unos poderes a mi cuñada que era escribana para alquilar o vender mis cosas y me fui a Buenos Aires. Me dolió dejar a mis sobrinas a las que estaba cuidando porque los padres habían caído presos, tanto que ahora, a pesar de tener tantos sobrinos y sobrinos-nietos, me cuesta acercarme a ellos".

En Argentina, se fue a vivir a la casa de un primo "muy macanudo" y estuvo indocumentada, sólo con la cédula de identidad uruguaya, desde enero a agosto de ese año. Aun así consiguió trabajo e inició los trámites de residencia. "Pero en ese momento mataron a Michelini y a Gutiérrez Ruiz y todos lo días aparecía algún muerto en las cunetas. Entonces decidí irme a Cuba. El 19 de agosto, junto a otros uruguayos, fuimos sacados por las Naciones Unidas y la Cruz Roja".

En Cuba revalidó el título y a los tres meses tenía trabajo. "Los cubanos son buenísimos y comparten todo. Si tienen racionado el café es lo primero que ofrecen; sin embargo extrañé. Nunca me pude adaptar a esa idiosincrasia".

Aunque hace 13 años que tiene novio, nunca se casó. Sus padres eran maestros. Tiene un hermano ingeniero y una hermana que dejó la Facultad de Arquitectura, fue edila del Partido Comunista y estuvo presa entre el 75 y el 84.

Es la primera vez que Braselli concede una entrevista a pesar de que la han llamado de diarios, revistas y canales de televisión para pedirle su opinión en relación con infecto contagiosos. Quizá se deba a que ahora, luego de casi cuarenta años de trabajo, tiene tiempo para conversar. Aunque más que ganas de conversar "necesitaría mantener el contacto con los jóvenes. Son imprescindibles; uno ya siente que se le viene la muerte encima y ellos ayudan a mantenerse activa".

"Quero una mama-mama"

De adolescente quería estudiar Ingeniería Aeronáutica pero finalmente se convirtió en doctora en Medicina, magister en Bioética y especialista en Ginecotocología y Sexualidad Humana. Cuando Stella Cerruti preparó la materia Médica I, lo hizo con su hija de 18 meses en la falda, haciendo dibujos sobre el escritorio y con su bebé de seis meses, en el cochecito, entreteniéndose con algún móvil y muchos globos de colores. Mientras, "para calmar a las fieras", sonaban los acordes de Las cuatro estaciones, Manuelita. "Mi hija me repetía en su media lengua: 'leeme un librito, yo no quero una mama dotora, quero una mama-mama'. Tenía sentimientos de culpa y encima trabajaba como docente de Secundaria. De acuerdo con las pautas de socialización, el ser madre es una tarea prioritaria y es difícil no sentirse egoísta cuando hay que estudiar o hacer guardias. Por suerte mis padres, mis suegros, mi hermana y mi cuñada me ayudaron muchísimo".

A pesar de que han pasado varios años -ya tiene tres nietos- no ha dejado de estar ocupada: contestó esta entrevista mientras estaba en Alemania camino a Asia. Por correo electrónico contó que se recibió a los 31 años, "en plena intervención de la Universidad"; entró a Facultad de Medicina a los 19, se casó a los 22, cuando estaba cursando cuarto, y a continuación nacieron sus tres hijos. Desde ese momento todo fue, según sus palabras, "bastante más lento".

De estudiante recuerda la sensación "de que debíamos dedicarnos a la pediatría o especialidades más suaves y de menor exigencia. Las carreras quirúrgicas y el salón de operaciones eran espacios masculinos; las mujeres funcionábamos bien como auxiliares o ayudantes, pero no en el rol protagónico".

A pesar de estos "mandatos", Cerruti continuó con su carrera y ahora se siente bien ya que "el tener una carrera profesional, si bien es una exigencia mayor porque muchas veces hay que hacer doble o triple jornada, también da incentivos y abre perspectivas de vida propia que se transmiten al ámbito familiar. Siempre consideré fundamental conversar con mis hijos para que pudieran comprender las diversas actividades que debía desarrollar. Lo importante es la calidad del tiempo que se comparte con ellos y la conversación sobre los proyectos a desarrollar. Los hijos viven el ejemplo de construir un hogar más democrático, donde todos colaboren y participen del ámbito doméstico. En mi caso particular, fui al exilio sola con mis tres hijos pequeños y allí finalicé la especialidad de Ginecotocología e hice mi segunda formación en Sexualidad Humana. Mis hijos fueron mi mayor incentivo y mis grandes colaboradores, me ayudaron y estimularon para que hiciera mi tercera especialización, el magister de Bioética en la Universidad de Chile".

Si no hubiera sido médica le hubiera gustado ser astronauta, paracaidista, antropóloga o arqueóloga, actriz de teatro, novelista, bailarina clásica, cantante, restauradora de muebles o de antigüedades, decoradora, dueña de una empresa de viajes, dueña de un buen restaurante con la salvedad de poder dirigir al chef y hasta le hubiera gustado ser trapecista de circo "para tener la posibilidad de hacer piruetas en el aire. Creo que hubiera necesitado más de diez vidas adicionales para cumplir todos estos deseos, pero si pudiera elegir nuevamente no dudaría en ser médica y seguramente elegiría las mismas especialidades".

Reivindica lo vivido y afirma que "volvería a ser madre aunque demorara otra vez en recibirme y me desfasara de mi generación. Por suerte siempre se encuentran compañeros y amigos en la marcha".

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