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Lo que ha unido Dios que no lo separe el hombre

En casa tendríamos que trabajar todos, la vida está muy cara, y nosotros, Way y yo, no hemos podido conseguir empleo. Por eso salimos muy contrariados de la redacción. No podíamos creer que rechazaran nuestro comunicado solicitando trabajo en la sección de avisos económicos de La Gaceta Dominical.

Nuestra oferta no tenía nada condenable, ningún término obsceno, ninguna intención fraudulenta, no ofendíamos a institución o persona alguna. Estábamos en nuestro pleno derecho de procurar una forma de ganarnos el pan.

Y sin embargo se negaron a publicar nuestro digno petitorio.

Les pareció mal nuestro aviso, que dice así:

Nos ofrecemos para todo trabajo. Vigilancia, cuidado de niños, acompañamiento, jardinería, detección de sospechosos, eliminación de ratas y ratones, lavado de coches, atención o rechazo de cobradores molestos, etc. Alojamiento en casilla pequeña, puede ser de perro, que sea amplia. Sin pretensiones. Aceptamos trabajo en la Costa de Oro y alrededores de Montevideo.
Teléfono 946943.

Finalmente logramos que el aviso se publicara en El Comercio que tiene muy poco tiraje, pero que no nos puso objeción.

En nuestra familia abundan, como todo el mundo sabe, los gemelos siameses. Es un hecho extraño. Lo único que tenemos que pudiera vincularnos remotamente con el mítico Reino de Siam es una heladera que lleva esa marca de fábrica. Pensábamos naturalmente que se trataba de una mera coincidencia.

Los médicos del Centro de Enfermedades Genéticas de la Universidad dictaminaron que el famoso fenómeno de los hermanos Chang y Eng se produjo en nuestra familia por una patología del huevo in útero... o algo así. Repetimos lo que ellos dijeron, sin entenderlo bien.

En un total de ocho hermanos, cinco somos siameses... ¡Perdón querido lector! Advierto tu mirada de asombro. Es cierto: debí decir seis... seis somos siameses, pero me cuesta confesarlo, trato de excluirme por pudor, temo que la gente se burle... porque yo soy gemelo con un perro.

Los seis estamos adheridos por nuestras espaldas, es decir que científicamente hablando somos dorsópagos. Ana-Rosa y Pedro-Pablo son los nombres de los otros hermanos, en cuanto a nosotros tenemos un nombre compuesto: yo me llamo Galo y el perro se llama Way. La gente nos dice Galoway, lo cual suena un poco inglés, pero no es así. Ocurre que al perro le llamamos Way para imitar el sonido cuando ladra. Razón onomatopéyica.

Con mi hermano el perro nos entendemos muy bien, llevamos una vida sencilla y sin pretensiones, pero necesitamos perentoriamente un empleo.

Como tenemos mucho tiempo libre aprovechamos el gran sol y el aire vivificante y cada tanto algún espectáculo.

A Way le agrada trotar por la rambla y yo voy acostado arriba. Eso es placentero, pero a veces no lo es. Días pasados vio un gato y se puso a perseguirlo de una manera desenfrenada, se metieron ambos en un baldío y Way, olvidándose de mí, me restregó contra un alambre de púa. Tuvimos que ir a un servicio de emergencia médica, pero como en el lugar no se admitía que entraran perros me tuvieron que salir a curar en la vereda.

A veces se detiene, se sienta en sus cuartos traseros y empieza a rascarse enérgicamente, muchas veces la pata sobrepasa la zona de rascado y me raya dolorosamente en mi costado con sus pezuñas. Son inconvenientes de nuestra obligada y estrecha convivencia.

Tengo que permitirle ciertos esparcimientos. Levanta la pata cuando pasamos frente a algún árbol o alguna columna. Huele todo lo que encuentra y a veces tengo que sufrir que hunda el hocico en los tarros de basura. No tengo derecho a esclavizar sus instintos, aunque él los refrena bastante porque me respeta y me ama. Ayer sin embargo no pudo evitar montarse una perra sarnosa, y yo arriba, en una posición por demás incómoda, tuve que soportar todo el traqueteo.

A veces él, como buen hermano, me tiene que conceder algo. A mí me gusta el fútbol. Cuando vamos al estadio yo me siento de frente a la cancha y él queda mirando hacia atrás. Way no permite que a nuestro alrededor alguien grite contra nuestro cuadro favorito. Como es un perro dálmata le tengo que pintar las manchas de blanco antes de ir a los partidos. No queremos que la gente crea que lleva los colores de la casaquilla del Wanderers, nuestro más enconado rival.

El domingo un vendedor pasó junto a nosotros ofreciendo en su mano levantada un frankfurter con mostaza, Way se lo comió de un tarascón con la velocidad de un rayo.

He aprendido mucho de mi hermano perro. Utilizo cada vez mejor el olfato, y ahora sé distinguir cuando un tipo es jodido, cuando alguien me quiere embromar, porque en esas circunstancias percibo olor a podrido. Distingo también el llamado del amor en una mujer, porque al igual que las perras emite su mensaje olfativo a dos cuadras a la redonda.

También sin saber por qué, cuando alguien arroja algo lejos, cualquier cosa que sea, salgo corriendo y lo alcanzo, pero luego dejo que Way lo tome entre sus dientes y él mismo lo devuelva.

Dormimos en medio barril, donde hemos hecho nuestra cama, y me resulta muy grato dar vueltas y vueltas sobre el sitio donde nos vamos a acostar completamente arrollados.

Son cosas lindas de perro. Pero lo que no me gustó fue ponerme collar, pues el Municipio no quiere entender que yo no soy perro, y me obliga a llevar una cinta de cuero en mi cuello con el número de mi patente. Otra cosa que no me agradó fue lo que me hicieron en la Comisión Honoraria de Prevención de la Hidatidosis, los purgantes que me obligaron a tomar y el plan de vacunas caninas, que no es justo se le apliquen a un ser humano.

En casa tendríamos que trabajar todos, la vida está muy cara, y nosotros, Way y yo, no conseguimos empleo.

Los demás, todos aportan. Las muchachas, por ejemplo, tienen un quiosco frente al Obelisco. Ana vende helados y alisa el copete de cada cucurucho. Rosa, pegada a su espalda, fríe los churros y sirve chocolate expres de una máquina, calentito. Son bonitas las dos, pero no tienen suerte. En el amor me refiero. Los fines de semana van a las reuniones del Acambiche y bailan toda la noche. Lo hacen sueltas naturalmente pues no pueden hacerlo abrazadas con su pareja. Allí conquistaron varios novios, pero fracasaron siempre en estas relaciones porque no consiguen intimidad. Rosa por ejemplo se hace la dormida, pero el galán de Ana no logra concentrarse y se pudre todo. Porca miseria. Se sabe que los novios quieren todos lo mismo.

Pedro-Pablo juegan muy bien al fútbol. Están fichados en el Alianza. Este equipo entra a la cancha con sólo diez jugadores. Utiliza la táctica de "dejar una punta ciega"; este vacío se debe a que mis hermanos aunque son dos ocupan una sola plaza. La escuadra tiene 22 piernas pero hay cuatro de ellas que nunca se separan. Para expulsarlos de la cancha el juez debe mostrarles cuatro amarillas, lo cual es una ventaja sin duda. Se han destacado siempre por sus impecables "chilenas"; uno de ellos se agacha, y el que queda arriba, con toda tranquilidad, espera que llegue la pelota y le pega con fuerza y precisión.

También hacen grandes "paredes"...

Cuando uno de ellos enfila hacia la ciudadela contraria, llevando el balón al ras del suelo, su gemelo encoge las piernas y se achica como si fuera una mochila para no entorpecer el avance; al mismo tiempo con estratégicas y rápidas pataditas, el que oficia de espaldero impide la aproximación de los defensas contrarios.

El gol que hicieron contra el Fortaleza en el último partido fue de antología. Fue el gol del triunfo. La hinchada deliraba. Resulta que vino un centro desde la derecha y ellos, separando las cabezas, dejaron incrustar la pelota entre ambas. La retuvieron así y corriendo velozmente atravesaron la línea del gol. El arquero no tenía otro recurso que atrapar al doble cuerpo que se le metía. Pero lo pensó bien, porque no sólo le hubieran sancionado un penal, sino que lo expulsarían por "foul cometido por el último hombre" y no intentó ninguna defensa.

En casa tendríamos que trabajar todos, la vida está muy cara, y nosotros, Way y yo, no conseguimos empleo.

El médico que nos atendió en oportunidad de mis heridas con el alambre de púa se interesó mucho por nosotros y nos llevó a consultar en el Hospital de Clínicas. Allí varios especialistas planificaron la arriesgada operación de separarnos a Way y yo. Aceptamos, pensamos que eso nos facilitaría la vida y la verdad que tuvimos una atención maravillosa.

Estando convalecientes en el posoperatorio, nos vino la notificación. Una excelente familia de Carrasco nos proporcionaba el empleo que habíamos solicitado; nos hablaban de una casilla de material, con paneles de calefacción, cucheta abrigada, agua, luz y kitchenete. Todo y mucho más de lo que habíamos soñado.

Tuvimos que empezar a maldecir al cirujano que nos operó y nos hizo perder el empleo. Mucho más al verlo pavonearse en la tele y en los diarios por haber sido el primero en desacoplar a un hombre-perro. Ahora somos dos: ambos sin trabajo y más tristes que nunca. Separados ya definitivamente hemos perdido nuestra carismática condición mitológica, ahora somos simplemente un hombre y un perro.

Seudónimo "Genetista"

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