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Miroslav Smerdel, ortopedista croata especializado en cirugía de guerra

«Aun en el campo de batalla los médicos no tenemos enemigos»

La vida del traumatólogo croata Miroslav Smerdel cambió dramáticamente la gélida noche del 15 de setiembre de 1991. La primera bomba serbia cayó a pocos metros del hospital Dubraba, mientras operaba la rodilla de un basquetbolista del popular equipo Croacia Zagreb. Durante seis meses, hasta marzo de 1992, debió dedicarse exclusivamente a la atención urgente de víctimas de un despiadado enfrentamiento étnico.

por Armando Olveira

La guerra contra Serbia dejó un trágico saldo: 20 mil muertos y 50 mil heridos. «En el campo de batalla, y sin formación previa, un grupo de 300 médicos nos vimos obligados a aprender una nueva especialidad», recuerda. Smerdel forma parte del prestigioso cuerpo docente de la Asociación de Médicos de Guerra de Croacia, una sociedad científica que recibe becarios de las principales universidades del mundo.


Salvador Dalí: «Presagio de la Guerra Civil» (1936)

Nos imaginamos, Dr. Smerdel, que la introducción de los médicos croatas en la medicina de guerra fue más práctica que teórica.

No lo duden. Antes de esos seis terribles meses de invasión serbia, incluidos bombardeos aéreos y fuego de cañones diarios, cada uno de nosotros tenía una especialidad común. Solo para nombrar a mis compañeros: Miroslav Bekavac-Beslin es ortopedista pediátrico y Drago Pergonet es otorrinolaringólogo. Hasta 1991, yo era un simple ortopedista general, dedicado al tratamiento de piernas y brazos de deportistas.

Mi única lectura sobre operaciones en campos de batalla había sido un manual de la OTAN que nos llegó casi por casualidad, unas semanas antes de la invasión. Bekavac-Beslin me aconsejó leerlo por prevención. Había sospechas serias de un ataque serbio y nos pareció lógico saber algo más sobre ortopedia de urgencia y cirugía.

Después de la guerra fuimos reconocidos por nuestros colegas de Europa y Estados Unidos. Antes no había una tradición de gran medicina croata. Nuestra Universidad fue creada en 1698, pero no tenía el prestigio de otras... Hoy, la medicina croata es sinónimo de cirugía de guerra.

Los hechos superaron todas las previsiones...

Fueron terribles. La primera noche debimos atender a más de 300 compatriotas, casi todos civiles. Permanecimos más de una semana sin salir del hospital, porque el enemigo no respetaba las convenciones internacionales. En el afán de cumplir su objetivo de sorpresa, atacaron todo lo que podían ver desde sus aviones.

El sonido de las bombas es inolvidable. Caían y caían sin parar. Sentíamos los gritos... la desesperación de familias enteras que eran bombardeadas en sus hogares.

Operábamos en cualquier lugar. Si llegaba una víctima desangrándose, había que intervenirla en la entrada del hospital, en un sillón, una mesa o en plena calle. Fue así que hicimos nuestro «posgrado» en medicina de guerra.

En plena invasión alcanzamos una práctica quirúrgica tal, que podíamos intervenir en cualquier lugar y con instrumentos mínimos. Ni hablemos del estado de shock que presentabanlos pacientes... Así fuimos templando nuestro espíritu, porque había que salvarles la vida.

¿Alguna vez estuvo a punto de morir ejerciendo la medicina?

La guerra no es más que la suma de crímenes y mutilaciones. En un hospital atacado por obuses, cañones y metralletas, o en una trinchera, el médico vive muy de cerca la muerte.

Recuerdo una mañana congelada de enero de 1992. Habíamos permanecido en el hospital Velika Gorika, que queda a 27 kilómetros del centro de Zagreb, porque la noche anterior ingresaron decenas de solados heridos.

Sin descansar, y sin chofer, tomé la ambulancia para ir a ver a unos niños lesionados por derrumbes de edificios bombardeados. La mañana invernal estaba tranquila, como siempre después de un ataque nocturno.

A los pocos minutos, en plena ruta, aparecieron dos aviones serbios en mi misma dirección. Me divisaron y comenzaron a tirar bombas, creyendo, seguramente, que llevaba patriotas croatas. Las dos primeras cayeron detrás de la ambulancia y la tercera unos metros delante. Los aviones siguieron su camino. Pero durante más de media hora permanecí paralizado en el asiento, con la mente en blanco. Quizá, esperando que volvieran para matarme.

¿A cuántas víctimas operó en el campo de batalla?

Es imposible contarlo individualmente. Mi equipo operó a 3.500 personas en seis meses. Eso sin sumar las intervenciones imprevistas, realizadas al pasar por zonas arrasadas.

Con Miroslav y Drago tenemos la triste experiencia de haber atendido a 120 soldados en las 16 horas que duró la batalla de Novsaka, en febrero de 1992.

Pero ellos tienen un record aun mayor, con otros dos colegas atendieron a más de 300 personas, entre civiles y militares, en la localidad de Knin. Luego de poco más de veinte horas de cañoneos y luchas cuerpo a cuerpo, los patriotas lograron frenar al invasor. Fue la última batalla, después llegaron las tropas de ONU.

Para nosotros es incomprensible la guerra de los Balcanes. ¿Cuál es el motivo para tanto odio?

La guerra es incomprensible si no vives allá. Partamos de la base de que no hay nada peor que dos ejércitos peleándose en medio de un pueblo invadido. La guerra étnica es la peor, porque siempre trae consigo la humillación y el exterminio. Ese fue nuestro caso.

Los serbios siguen soñando con gobernar a sus vecinos, imponiendo sus intereses políticos y económicos, sus credos y su forma de vivir. Quieren reflotar la vieja Yugoslavia, pero no como una confederación, sino bajo el signo paranoico de Slobodan Milosevic. Basta con mirar el pasado reciente. Quisieron apropiarse de Croacia, Eslovenia, Macedonia, Bosnia, Kosovo, y hasta la Krajina.

Los croatas somos profundamente nacionalistas, amamos nuestra patria, y la vamos a defender con el alma. Pero sentimos la necesidad de una paz definitiva. Fuimos una nación invadida durante seis meses, con un tercio de nuestro territorio en manos de un ejército genocida. Los croatas sabemos valorar la difícil paz actual, quizá porque somos católicos muy creyentes.

Seguramente, si le preguntamos a un serbio, los acusará de lo mismo...

Pero no nos pueden acusar de genocidas. Nosotros a ellos, sí. Recuerden el caso de Goran Jelisic, el «Adolf serbio». Un tribunal de La Haya, creado para juzgar los crímenes en la ex Yugoslavia, lo condenó recientemente a 40 años de prisión.

Llegó a confesar que, entre 1991 y 1992, torturó y asesinó a 20 o 30 croatas por día antes de tomarse un café de desayuno.

Le recuerdo la reciente extradición desde Argentina del ex criminal de guerra croata Dinko Sakic y de su esposa Nadia Luburic. Fueron acusados por el exterminio de 700 mil personas (judíos, gitanos, serbios y partisanos croatas) en el campo de concentración de Jasenovac, más conocido como el Auschwitz de los Balcanes...

Ese es un pasado lejano que, personalmente, me avergüenza. Soy de familia de partisanos. Tengo muchos parientes que murieron luchando junto a Tito. Jamás me consideré indiferente a los crímenes ustashi (croatas pronazis).

Les recuerdo que Sakic fue extraditado hacia Zagreb, por pedido de un tribunal croata que lo juzga por esos mismos crímenes. No negamos el pasado. Simplemente decimos que la Croacia moderna nada tiene que ver con aquella ficticia República Independiente creada por un acuerdo entre Hitler y oficiales ultranacionalistas.

Acusarnos genéricamente de nazis es tan absurdo como decir que todos los españoles son franquistas, o todos los italianos fascistas.

¿Es partidario del presidente Franjo Tudjman? (el reportaje fue realizado al tiempo que se anunciaba su muerte, la noche del 11 de diciembre).

Tudjman tuvo el valor de acompañar a Tito cuando era perseguido por los ustashi. Fue héroe de la resistencia partisana, que cobró buen rédito luego de la muerte del mariscal. También fue valiente al declarar la independencia, en junio de 1991, algo que el pueblo y la historia le exigía.

Pero me considero un liberal, opositor de su estilo autocrático. Es malo el régimen de partido único impuesto por la Unión Democrática Croata (HDZ). Soy lector del diario Jutarni List (Pensamiento libre) de Zagreb. Es un sello opositor.

Tengo la esperanza de que luego de la muerte de Tudjman, el presidente provisional del Parlamento, Ulatko Pavletic, llame a elecciones libres.

¿Reflexionó sobre la paradoja de que una guerra de exterminio fuera el lanzamiento internacional de una medicina croata jerarquizada?

Hubiera preferido seguir con mis tranquilas consultas en clubes deportivos o atendiendo a ancianos en el hospital universitario. Hay un antes y un después de la guerra contra Serbia.

Desde hace algunos años, nos llaman de todas partes del mundo para dar clínicas sobre lo que hemos aprendido en el campo de batalla. Nos vimos obligados a elaborar textos que son referencia en grandes universidades, todo en base a práctica viva. Salvamos a muchas personas y acompañamos en la muerte a otras. Recuperamos a muchos mutilados, pero también perdimos muchos casos por el fuego de las armas y minas antipersonales.

¿Nunca se planteó la posibilidad de negarse a asistir al enemigo? ¿Cómo separar el odio étnico del ejercicio médico?

Sí, me lo planteé. Pero pudo más la conciencia médica que el nacionalismo. Para un médico profesional no debe existir la diferencia entre croatas y serbios. Sería inmoral hacer esa discriminación. No conozco un solo colega que haya negado la atención a un soldado enemigo. Se lo salvaba y listo. Luego sí, que lo juzgue un tribunal. Los médicos no estábamos en guerra. Fuimos formados para ganarle a la muerte. Por algo hicimos un juramento sagrado.

¿Debió atender a soldados serbios?

Una tarde de octubre de 1991, al hospital de Dakovo, en la frontera con Serbia, ingresaron varios soldados compatriotas junto con algunos enemigos. Al revisarlos me di cuenta que un serbio se estaba desangrando por la amputación de una pierna. Necesitaba atención urgente. Los otros también estaban bastante mal, pero podían esperar un poco más. El oficial a cargo me preguntó enseguida: «¿A quién atiende primero?». Me puse firme y le respondí. «Al serbio, porque es el único que corre riesgo de muerte». El militar me miró fijo y me recordó que era enemigo. Pero yo insistí: «Los médicos no estamos en guerra, solamente atendemos a gente que sufre la guerra... primero el serbio». El oficial entendió el mensaje. «Usted manda, doctor» fue su única respuesta. Es que aun en el campo de batalla los médicos no tenemos enemigos.

 

«Miros»

Miroslav Smerdel («Miros» para sus compatriotas) nació en Zagreb, la capital de la República de Croacia, hace 46 años. En 1977 se graduó en la Universidad de su ciudad. En 1984 se recibió de médico ortopedista.

Desde 1992, es titular de la cátedra de Ortopedia de la Universidad de Zagreb y jefe de la especialidad en los hospitales Universitario y Velika Gorika de la capital. Desde 1993, es docente de la Alta Escuela de la Asociación de Médicos de Guerra de Croacia (HLD).

Junto con sus compañeros y amigos, el ortopedista Miroslav Bekavac- Beslin y el otorrinolaringólogo Drago Pergonet (actual presidente de la HLD), son considerados las máximas figuras europeas de la cirugía en el campo de batalla. El correo electrónico colectivo de los expertos es:

miroslav.bekavac-beslin@ zg.tel.hr

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