Ensayo sobre el pensamiento del Dr. Carlos María Fosalba en las postrimerías del siglo XX

Anexo I

EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL Y EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD (*)

La concepción anarquista de la sociedad, fuera de su concepto económico de la propiedad, en lo que no se diferencia de las otras tendencias socialistas, reposa en el principio, considerado posible en su aplicación práctica, de la libertad de los individuos que integran el organismo social y por consecuencia en la abolición de la autoridad.

Por tanto: comunidad de las riquezas en una sociedad libre, integrada por individuos libres. Esos son los principios. Pero señalados así, sin precisar en detalle cómo entendemos nosotros la aplicación práctica de tales postulados, carece de fuerza de convicción, no sobre la justicia de tal aspiración, que nadie honestamente inspirado puede discutir, sino sobre su posibilidad de cristalizarlos en la realidad. Los individualistas, confiando teóricamente, en una espontánea armonía de las relaciones humanas, basadas exclusivamente en el libre juego de los individuos en el medio social, sostienen que el problema de la libertad está reñido implícitamente con todo sistema de organización social, porque la organización social, porque la organización supone inevitablemente la existencia de la autoridad. Si esta afirmación fuera exacta, no trepidamos en afirmar que la anarquía sólo puede entonces concebirse como una posición filosófica, como una mera aspiración del espíritu, sin ninguna posibilidad de realización práctica, pues no puede existir vida social sin organización. Me parece pueril insistir en la demostración de esta premisa. Me bastaría sólo recordar que no puede hoy concebirse la producción sino en base de la cooperación de vastas agrupaciones de individuos laborando en común, fenómeno determinado por el extraordinario desarrollo de la técnica, que impone el trabajo asociado en oposición al esfuerzo individual aislado. Tan absurda pretensión sería retrotraer a la humanidad a épocas primitivas y salvajes, donde el hombre aislado, si puede dejar de ser esclavo de otros hombres, será, sin embargo, mil veces más esclavo de la naturaleza.

Las tendencias socialistas autoritarias parten del mismo principio de los individualistas y sostienen que, no pudiendo existir organización sin autoridad, es absurdo pretender organizar una sociedad socialista, sino en base de la centralización de todos los poderes en el Estado proletario.

Entre individualistas anarquistas y socialistas autoritarios existe una diferencia: mientras los primeros sacrifican la organización social al goce de la libertad, los segundos sacrifican la libertad a la necesidad imperiosa de la organización, como única manera de salvar a la humanidad de la miseria y la ignorancia que acarrearía la vuelta del hombre al aislamiento individual de la prehistoria, si es que ese aislamiento existió alguna vez, cosa imposible de probar ni de negar.

LIBERTAD Y AUTORIDAD

Los comunistas-anarquistas consideramos en cambio, que es posible la organización social libre sin la existencia de una autoridad.

Para poder razonar lógicamente en apoyo de esta tesis, nos es necesario antes definir primero nuestro concepto de libertad y autoridad.

En primer lugar diremos que, muy a menudo, se confunden las acepciones exactas de esos términos equiparando autoridad coercitiva de las minorías entronizadas en el poder con el derecho de las mayorías constituidas libres y legítimamente a orientar la vida social. Se confunde también la palabra LIBERTAD con el derecho de cada uno de hacer lo que le plazca, sin ninguna limitación, lo que en realidad sería la más espantosa esclavitud, pues significaría de hecho el dominio de los débiles frente a la prepotencia de los fuertes, que en nombre de esa mentada libertad tiranizarían inevitablemente a los que no pudieran resistir sus pretensiones. Esa libertad aparentemente tan amplia, sería, por su propia magnitud, más ficticia que real y sólo favorecería a los más fuertes física o intelectualmente, en detrimento de los débiles e indefensos. ¿Acaso no es así la libertad burguesa?

Luego, pues, cuando los anarquistas organizadores, o anarco-comunistas, hablamos de autoridad y de libertad, no le damos a esas palabras un sentido de amplitud, tal como implica el concepto, podríamos decir metafísico de la palabra, pues si llevamos el análisis al extremo, llegaríamos al absurdo de sostener que sólo existiría libertad y sólo se aboliría la autoridad en el aislamiento absoluto de los individuos, lo que si puede ser cierto filosóficamente considerado el problema, no lo es en la realidad práctica. Colocados en ese terreno teórico, se puede sostener que el único sentimiento del corazón humano es el egoísmo, pues hasta cuando hacemos un bien nos procuramos, con ello un goce personal. Sin embargo, ¿a quién se le ocurre decir -salvo algún filósofo a lo Stuart Mill-, que el amor, la fraternidad, la bondad, el sacrificio y otras virtudes superiores sólo significan una mistificación del espíritu humano para ocultar, con un ropaje vistoso, el ansia de procurar nuevos goces al individuo que tales virtudes practica?

Nuestra libertad se funda en realidad en un factor negativo y no positivo, cuya aplicación resulta imposible en la práctica. El factor negativo es impedir que un hombre o un grupo de hombres ejerzan un poder coercitivo y violento sobre otros, para imponerles su voluntad y explotarlos en su beneficio. La libertad surgirá, pues, como consecuencia de la abolición del poder y no por la afirmación de un derecho individual que, por un fenómeno paradojal, al permitirle a cada uno hacer lo que le plazca, conduce a la esclavitud de otros y por tanto a la agresión en contra de la libertad. Podemos pues definir la libertad, no como el derecho de cada individuo a satisfacer sin trabas sus anhelos, sino como el deber de respetar la autonomía física y espiritual de cada uno de nuestros semejantes. La libertad surgirá entonces como consecuencia de la abolición de la causa que la tiene hasta entonces sofocada: la autoridad, que es instrumento de esclavitud y predominio. La libertad no tiene por qué crearse, puesto que forma la esencia de todo ser vivo y nace y muere con él. Lo que debemos hacer es LIBERAR LA LIBERTAD del verdugo que la amordaza.

LIMITACIONES DE LA LIBERTAD

De hecho, pues, la libertad de pensar, escribir, propagar, discutir, criticar, etc., etc., no puede nunca ser constreñida por deberes que la limiten, pues con su uso amplio no se agrede de hecho la libertad de los demás, pero cuando se pasa del pensamiento, de la palabra, de la discusión y de la crítica a los hechos prácticos de la vida, esa libertad presupone una limitación en su uso, pues con la realización de un acto determinado una persona puede invadir los fueros de sus semejantes y lo que es aún peor, puede comprometer los intereses superiores de la colectividad. ¿Qué haríamos con un hombre que agrediera violentamente a terceros para despojarlos del usufructo de su trabajo?

¿Qué haríamos con los que no acepten el principio de la igualdad y de la comunidad de las riquezas y pretendieran reconstruir para su beneficio la estructura de una nueva desigualdad? ¿Qué haríamos, en una palabra, contra los enemigos de nuestra revolución? Respetar la libertad de esa minoría significaría sancionar la esclavitud del resto de la humanidad. Se me dirá que en un régimen anarquista tales hechos no tendrán por qué existir, pero tal afirmación, aunque así sucediera, sólo lo sería en un régimen ya consolidado por el tiempo y por la influencia moralizadora del medio social, basado en la justicia, la libertad y la fraternidad. Pero lo fundamental es el período intermedio en que, con los hombres maculados por los vicios acumulados en milenios de injusticia y de violencia, tendremos que echar las bases de nuestra nueva organización.

El acto revolucionario mismo, implica una disciplina y una coordinación en los objetivos, que no pueden quedar librados a la mentada espontaneidad de las masas. En efecto, la lucha que plantea una insurrección presupone la existencia de un enemigo poderoso y organizado, contra quien poco podríamos si no sabemos oponer una fuerza coherente disciplinada en la acción y con una cierta homogeneidad en las directrices ideológicas fundamentales.

Estas razones nos llevan lógicamente, después de haber establecido el alcance de la expresión libertad, a discutir cómo podremos legislar, con un criterio anarquista, estas limitaciones que en realidad no son tales sino, por lo contrario, su propia salvaguarda, puesto que hemos demostrado, creemos de una manera palmaria, que el exceso de libertad individual conduce a la esclavitud y no a la liberación absoluta de los individuos en el medio social sólo podría aceptarse si todos los hombres fueran iguales en su potencia física e intelectual, cosa que no es exacta ahora ni lo será nunca; si existen hombres fuertes y hombres débiles, si existen hombres de genio y hombres de alcances medianos y pequeños, la libertad sin control crearía la aristocracia de los fuertes y por tanto la existencia de una clase dominante y explotadora, sobre otra clase dominada y explotada. Por lo demás, ya se encargaría la primera de suprimir las escasas libertades de la segunda, para facilitar aún más su poderío.

Los que me leen se dirán que estas razones me llevan al reconocimiento de una autoridad que regule y controle las relaciones humanas y, por tanto, que administre la organización social en el aspecto revolucionario destructivo y en el aspecto reconstructivo de la sociedad. Ha llegado, pues, el momento de analizar lo que podríamos llamar el FENÓMENO AUTORIDAD.

ELEMENTOS DE LA AUTORIDAD

Lo que actualmente llamamos autoridad está constituido por varios elementos diferentes entre sí, que deben ser descompuestos, para poder realizar su análisis por separado.

La autoridad, tal como se la concibe o, mejor aún, tal como se la practica en una sociedad cuyos pilares reposan en la desigualdad y en el dominio de unos sobre otros, se compone de un ELEMENTO DE ADMINISTRACIÓN O COORDINACIÓN, de un elemento COERCITIVO O IMPOSITIVO y de un ELEMENTO FUNDAMENTAL QUE ES LA CENTRALIZACIÓN de estos poderes en manos de una minoría que la retiene por la fuerza, la orienta según sus propias conveniencias, que no representa el sentir y el pensar de la masa que dirige y que, por tanto, no resuelve de acuerdo a los intereses generales de todos, sino según los intereses parciales y minoritarios de sus integrantes.

DIRECCIÓN E IMPOSICIÓN

El ELEMENTO ADMINISTRACIÓN, O COORDINACIÓN, O DIRECCIÓN, no puede ser discutido en su esencia, pues pronunciarse contra él, sería pronunciarse en contra de la organización social, lo que sería un absurdo, puesto que no puede haber connivencia social y por tanto sociedad sin organización.

El ELEMENTO COERCITIVO O IMPOSITIVO merece ser aclarado. Es evidente que el elemento administración sería sólo teórico si no existiera una fuerza que la hiciera cumplir a aquellos que se resistieran a ello. Esa fuerza puede ser en su mayor parte espiritual, persuasiva, producto de la convicción y de la propaganda educativa y esta fuerza, que si filosóficamente sigue siendo coercitiva, prácticamente ya no lo es, será tanto más preponderante cuanto mayor sea la capacidad intelectual de las masas, cuanto mayor sea el sentido de su responsabilidad, cuanto mayor sea su moralidad; pero, aún mismo así, debemos admitir que existirá siempre en un grado mayor o menor -muy grande en los comienzos de la revolución-, un conjunto de elementos que por incomprensión, por intereses condenables, mismo por convicciones erróneas, opongan resistencia al cumplimiento de resoluciones tomadas por las mayorías libremente y orientadas hacia el triunfo de la revolución, hacia su perfeccionamiento o su consolidación.

Si en una revolución, orientada anárquicamente, un conjunto de individuos trata de agruparse autoritariamente, nosotros debemos impedirlo, puesto que esa agrupación implicaría una seria amenaza, pues podrían ejercitar la dictadura no bien sus fuerzas se lo permitieran. Una serie de ejemplos similares podrían señalarse y en todos esos casos la administración debe ser consolidada por elemento impositivo o coercitivo. Pero es que lo principal no radica en que ese elemento exista, ni hay interés en abolirlo; lo fundamental es que ese elemento de fuerza esté en manos de la masa, del pueblo, de los grupos productores y no en manos de una minoría, llámese individuo, clase o partido, gobierne descaradamente en su nombre o hipócritamente, en representación de una masa que no los ha autorizado para ello y que no debe autorizarlos, aunque pudiera hacerlo, pues sería traicionarse a sí misma.

CENTRALIZACIÓN, MINORÍAS Y MAYORÍAS

Este hecho es lo que constituye el tercer elemento que define el FENÓMENO AUTORIDAD, tal como se le practica en una organización autoritaria: ES LA CENTRALIZACIÓN que constituye una usurpación al derecho a administrar, dirigir e imponer las resoluciones de la colectividad a las minorías reaccionarias, a los elementos inmorales, a los seres egoístas, que ponen en peligro la armonía social si quedaran en libertad de proceder según su exclusiva voluntad. La administración y la imposición, por vía centralizada, significa el dominio sobre la masa por una minoría, mientras que la administración y la imposición por vía federalizada significa la autodirección de las masas por sí mismas, en vista del interés colectivo y la imposición sólo sería consecuencia de una reacción lógica contra las minorías que hicieran peligrar el desenvolvimiento armónico de la sociedad. La sociedad puesta en el dilema de elegir entre no imponer su voluntad a una minoría, por respetar el principio abstracto de la libertad y sucumbir entonces al despotismo de los que se resisten, o imponer sus decisiones, tomadas libremente y colectivamente, a las minorías reaccionarias, no puede dudar en la elección si prima la cordura y la sensatez sobre cierta ortodoxia libertaria, más ficticia que real, pues o la mayoría impone sus disciplinas a la minoría o ésta fatalmente se impondrá sobre la primera.

Y entonces, por salvar la falsa libertad de unos pocos, se sacrificará la verdadera libertad de muchos.

En efecto, en toda vida social donde no exista desigualdad económica, donde todos los individuos puedan intervenir libremente en la orientación de los intereses generales, donde no existen clases dominantes y clases oprimidas, donde la propaganda y la discusión son absolutamente libres, donde nadie pueda coaccionar por la fuerza la libérrima deliberación de los grupos que integran la sociedad, es evidente que las minorías adquieren el compromiso de cumplir las decisiones mayoritarias, porque éstas no resultarán, como ahora, de falsas mayorías desfiguradas por la coacción material y espiritual, sino que será la fiel expresión de la voluntad popular. En ese caso, quien agrede la libertad no son las mayorías que se ven obligadas a imponer sus decisiones, sino las minorías que pretendan sobreponer a la voluntad de los más, la voluntad de los menos.

En ese caso, pues, el derecho de imponer una decisión no puede constituir una violencia arbitraria, sino por lo contrario, es en defensa de la libertad legítima de la colectividad que se vería agredida si los menos pretenden el derecho de imponer su voluntad a los más. Luego, pues, todos los seres que ingresan en una colectividad libre adquieren el deber ineludible de cumplir las decisiones tomadas libremente; hacer lo contrario es agredir la libertad y quien impida que este contrario se produzca no agrede ni lesiona libertades, sino por lo contrario, defiende a ésta contra quienes pretendan desconocerla.

La más absoluta igualdad, la más absoluta libertad para discutir, propagar, criticar, pensar, etc., pero eso sí, el compromiso previo de todos de cumplir las decisiones de las mayorías tomadas libre y conscientemente.

Debemos hacer notar que estas decisiones se refieren exclusivamente a la organización de la producción y a la distribución del consumo, a la defensa de las conquistas materiales y espirituales de la revolución, a la creación de los organismos económicos, pero no pueden afectar a los principios intangibles de la igualdad económica, a la libertad de pensar, propagar, criticar, en una palabra, a los derechos fundamentales del hombre, que no pueden ser agredidos sin que ello signifique una vuelta al régimen autoritario y de clase. Por otra parte, resulta absurdo suponer que las mayorías legislen libremente en su contra como sería si se tomaran actitudes inaceptables, pues toda resolución, por su carácter necesario de aplicación general, recaería sobre los mismos que la tomaran y no exclusivamente sobre las víctimas de los que mandan, como sucede en un régimen autoritario. Las minorías conservarán siempre el derecho de mantener su posición y luchar por la corrección de los males que se produzcan, pero dentro de la disciplina que impone el interés social que, lo repetimos, ni será impuesta por hombres, clases o partidos, entronizados en el poder, sino por la voluntad libremente expresada por todos y cada uno de los grupos que integran el organismo social. El individuo se moverá, pues, libremente en el grupo para influirlo en el sentido que le parezca mejor, pero con el compromiso previo de aceptar sus resoluciones cuando éstas se produzcan después e una amplia y libérrima deliberación.

Así también cada grupo se moverá libremente en el seno de la sociedad para influirla en el sentido que le parezca mejor, pero adquiriendo previamente el compromiso indeclinable de aceptar las decisiones colectivas, tomadas después de una amplia y libérrima deliberación.

Luego, pues, de los tres elementos que componen el fenómeno autoridad, el primero, Administración, no puede discutirse, y sólo variará en cuanto a la manera de ejecutarse.

El segundo elemento, IMPOSICIÓN, al pasar de las minorías que esclavizan y coaccionan, a las mayorías producidas libremente, deja de ser tal, en el sentido autoritario de la palabra, para transformarse simplemente en el derecho de la colectividad mayoritaria a impedir que las minorías olviden el sagrado compromiso contraído de cumplir la voluntad innegable que las mayorías tienen, para orientar la vida social según sus legítimas aspiraciones. El tercero, CENTRALIZACIÓN debe ser sustituido completamente por el principio libertario de FEDERACIÓN.

De hecho, la sustitución de la organización centralizada por la organización federalizada, comprende la modificación de los dos elementos, administración e imposición, modificándolos, no sólo en su forma, sino lo que es más importante, es su misma esencia.- C.M.F.

(*) Publicación realizada de divulgación sociológica

"Esfuerzo" - Junio de 1936

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