Despedida a Gómez Haedo
Prof. Em. Dr. Carlos Alberto Gómez Haedo
Estimados familiares, colegas, amigos:
Las autoridades del Comité Ejecutivo del Sindicato Médico del Uruguay me han confiado la triste tarea de despedir esta tarde al Profesor Carlos A. Gómez Haedo, una de las figuras de mayor altura moral e intelectual, referente de tantas generaciones y trabajador incansable por la Medicina de calidad, con hondo sentido social y un claro sentimiento de justicia. Que fue también un luchador incansable por la Ética y los principios de la Bioética, por los que bregó sin descanso para que se incorporaran a la legislación y a la praxis cotidiana.
I
Nacido en la Ciudad de Mercedes hace 86 años, en 1924, se sintió y actuó siempre como un médico del interior. Alumno de la enseñanza pública, a la que defendió con orgullo, fue mezclando una naciente mentalidad ciudadana con una profunda raíz del campo, manifestada en su sencillez y claridad, en su forma directa y amable de decir y relacionarse. En su formación médica desempeñó con honor múltiples cargos, desde la militancia estudiantil, en su querida Asociación de los Estudiantes de Medicina, de la que fue directivo, redactor de El Estudiante Libre, hasta delegado, recién graduado, de los Estudiantes al Consejo de la Facultad, actuando junto a otro mercedario famoso, el gran decano y rector Mario A. Cassinoni, que ya muy joven le reconoció sus grandes méritos. Por su brillante trayectoria le correspondió la Medalla de Plata de su generación.
II
Su formación clínica la realizó con intenso trabajo diario, junto a figuras patriarcales de nuestra mejor Medicina. Fue Ayudante de Clase de Julio García Otero, en el viejo Hospital Maciel. Luego hizo una larga y fecunda carrera docente junto a Fernando Herrera Ramos, que traía la tradición clínica y la precisión semiológica de Raúl Piaggio Blanco, que desde su Servicio en el Hospital Pasteur había abierto anchos cauces a una Clínica Médica vigorosa y renovada, permitiendo que florecieran vocaciones y especialidades, siempre presididas por un profundo toque humano. Se graduó en abril de 1953, pocos meses antes de la inauguración del Hospital de Clínicas, por cuya pertenencia a la Universidad de la República y a su Facultad de Medicina, habían luchado varias generaciones de estudiantes, contándolo a él mismo en sus primeras filas.
III
Desde el Consejo de la Facultad bregó con las dificultades que la puesta en marcha del Hospital Escuela traería, y que con tanta dignidad supieron llevar aquellos universitarios ejemplares, logrando que la magna obra se encauzara y fuera superando los múltiples y difíciles obstáculos. En ese Hospital transcurriría gran parte de su vida académica y asistencial, recorriendo todos los peldaños del escalafón docente, tanto en la Clínica Médica A, de Fernando Herrera Ramos, como en el Departamento de Emergencia, donde se desempeñó con brillo muchos años, junto a figuras que serían compañeros inseparables, a pesar de no coincidir siempre en muchos enfoques, entre los que debo destacar a Jorge Bouton, y a los hermanos Luis Alberto y Raúl Praderi, con quienes cultivaron siempre una profunda y sincera amistad basada en el respeto recíprocos. Así se forjó como un gran médico Internista, que culminaría en 1985 como Profesor de Clínica Médica “B” y más tarde como Profesor Emérito.
IV
En el Sindicato Médico ocupó diversos cargos. En el Comité Ejecutivo fue integrante en varios períodos, actuando como Secretario y como Vicepresidente. En el Centro de Asistencia, su entrañable CASMU, fue Presidente de la Junta Directiva. Delegado a múltiples congresos y reuniones nacionales e internacionales, científicas y gremiales, llevó con su voz clara y su discurso elocuente, posiciones que marcaron el perfil de la profesión uruguaya en el concierto de América Latina. Una de las misiones que le confiaran, hace ya muchas décadas, fue concurrir con una junta médica integrada con Eduardo Yannicelli y Jorge Dubra, a Asunción del Paraguay, para visitar y verificar el estado de salud de algunos presos políticos emblemáticos, por los que reclamaban sus compatriotas. Desde luego, esa misión, de la segunda mitad de los sesenta, no pudo culminar, pero logró sin duda aliviar la situación de esos torturados prisioneros y darle trascendencia a su drama. Integró el Comité Ejecutivo junto a Atilio Morquio, en tiempos de grandes sacudimientos sociales y también gremiales, cuando se definía el Laudo del Grupo 50, cuyas disposiciones regularían por décadas el trabajo de las instituciones mutuales. Estuvo en todas las Convenciones Médicas Nacionales de la Tercera a la Octava, presidiendo él mismo la Séptima, en 1984, en plena Dictadura, en jornadas memorables.
V
Sostuvo y mantuvo un permanente mensaje de fe y esperanza en la fortaleza de las realizaciones colectivas, y supo rescatar, a lo largo de los años, lo que él denominó, desde las tribunas y sus escritos, al Movimiento Médico Gremial Estudiantil uruguayo. Mostró en forma permanente y sintética, cómo aquella generación que en 1915 fundaba la Asociación de los Estudiantes de Medicina, contribuía a fundar en 1920 el Sindicato Médico, el surgimiento del Centro de Asistencia en 1935 y más tarde, de las Cooperativas de Producción Sanitaria en todo el país, junto al accionar en el plano universitario, rescatando el pensamiento de figuras como José Pedro Cardoso, José Alberto Praderi, Pablo Florencio Carlevaro y Ricardo Yannicelli. O compartiendo y discrepando con sus más comprometidos amigos médicos y universitarios, representados por Pablo Virgilio Carlevaro Bottero.
VI
La actualización permanente del médico fue una de sus preocupaciones esenciales. Formó parte de la primera Comisión de Educación Médica Continua, junto a Irma Gentile Ramos y otras figuras, dejando magníficas piezas de orientación en este campo. Pero también supo cultivar el estudio y el debate con un selecto núcleo de amigos médicos, que tomaron su casa de la Avenida Sayago como centro para hacer las famosas reuniones de los lunes, de las que formaron parte, durante la Dictadura, los que estaban en el inxilio, como él lo definía, desplazados de sus cargos por mantener posturas dignas a favor de la Democracia y la Libertad, con los que se iban reintegrando del exilio, o recuperando su libertad luego de años de prisión. Por allí reunió en un grupo de enorme riqueza intelectual a Roberto Avellanal, José Pedro Cirillo, Omar Etorena, Oscar Bazzino, Isidoro Sadi, Juan Carlos Macedo, Gustavo Serantes Suárez, José Zurmendi, Federico Gilardoni, Esmeralda Paulette, Tito Pais, Ariel Rodríguez Quereilhac y tantas otras figuras. Los médicos jóvenes, con Gonzalo Aiello y Elbio Paolillo, le trajeron un día la inquietud por tener un espacio para la reflexión clínica, la difusión de la mejor literatura médica y dar una opinión, dentro de las restricciones de la época. Así fundaron la revista Compendio, que durante tres décadas llegó puntualmente a todos los médicos del país, con un mensaje de resistencia y una reflexión permanente sobre los problemas de la salud y la ética profesional. Que no sólo se plasmó en una revista de aparición periódica, sino en multitud de reuniones organizadas, en plena Dictadura, en todos los rincones del País, partiendo de Migues, con Juan Carlos Macedo, a cada departamento donde los médicos jóvenes y los maduros, esperaban ese aliento fresco que les traía el grupo que se había conformado en su alrededor.
VII
Fue periodista, dirigiendo El Estudiante Libre, la revista Acción Sindical y el Boletín Noticias. Tuvo al mismo tiempo un arduo trabajo en la producción científica, con decenas de artículos originales, en los que siempre estimuló, como otros lo habían hecho con él, la participación de los más jóvenes. Tuvo una constante preocupación por los temas de la Ética Médica y por los modernos dilemas de la Bioética, que se fueron plasmando en su insistencia para formar organismos que permitieran traer luz nueva a zonas oscuras de la práctica médica moderna. En una tarea para la que no se dio descanso y en la que trabajó hasta sus últimos meses. Lo mismo que jamás se dio pausa para dejar de atender con igual preocupación y la calidez del primer día, a sus numerosos y reconocidos pacientes, a pesar de sus múltiples cargos y funciones que le reclamaban horas de trabajo quitadas al descanso. Cumplidor y puntual en todo. Un estudioso y un filósofo de la Medicina, que derramaba conocimiento sin aires de erudito, colmándolo todo con la suavidad de sus modales, y la simpatía de su sonrisa, que infundía confianza. Haciendo que el pensamiento de los demás se fuera enriqueciendo con los mensajes de don Pedro Laín Entralgo, o de Diego Gracia, o de Michel Balint, a quienes con frecuencia introducía en sus disertaciones, entre otros destacados autores. Porque si algo brilló en su magisterio, fue su profundo humanismo y su vasta cultura. Fue un auténtico médico hipocrático, porque supo ejercer y enseñar esa relación singular de encuentro de una confianza con una conciencia, haciendo de cada contacto con un paciente, una ocasión para trasmitir calidez, simpatía, afecto, escucha atenta, y consejo certero. Desarrollando al máximo sus dotes clínicas, y no dejándose subyugar por las maravillas tecnológicas, a las que daba su justo lugar.
Sin duda una personalidad vigorosa y pujante, que nos deja su ejemplo de luchador incansable. Un universitario integral, de los que llevó al mundo profano, el conocimiento y la reflexión de una decantada y auténtica moral profesional. Un docente más allá de los límites de la Clínica, en el ancho mundo del trabajo. Hombre tolerante y sagaz, constructor de nuevos horizontes. Integrador de los médicos del país, superando la antinomia entre Montevideo e Interior. Nos dio, con su vida, una clara demostración de grandeza y humildad. De amistad y pensamiento, luchando siempre por la Libertad.
Don Carlos Gómez Haedo, descanse en paz.
Dr. Antonio L. Turnes.
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