viernes 16 de abril de 2021
“Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto».
Así comienza La Metamorfosis, la célebre novela corta de Franz Kafka, que relata el despertar de Gregor convertido en un horrible insecto. Pero se había dormido como un ser humano. Fuera de su habitación, el mundo seguía igual. ¿Como podría haber ocurrido?
“Qué pasaría, pensó, si durmiese un poco más y olvidase todas estas chifladuras”
Pero era imposible. Sus patas, muchas patas ridículamente pequeñas que peleaban entre sí, eran prueba irrefutable de una realidad que Gregor se negaba a aceptar.
Respecto a la pandemia de COVID – 19, Uruguay experimenta una abrupta metamorfosis. Hace un año era uno de los países ejemplo en el mundo. Pocos contagios, baja positividad, algunos internados en CTI, un sistema de salud sólido con acceso universal y cobertura a cada habitante del país, conscientes de la a importancia de apostar al conocimiento científico nacional, una sociedad responsable que guardó confinamiento ante el exhorto de las autoridades y del cuerpo médico, curvas aplanadas y situación bajo control. Y nos sentíamos profundamente orgullosos de ser parte de esa realidad.
La prensa internacional escribió notas resaltando el ejemplo del paisito. Tuvimos oportunidad de participar en encuentros internacionales en las que humildemente intentamos explicar el fenómeno. Hoy nos consultan para preguntarnos qué pasó.
Porque la metamorfosis nos ha transformado literalmente en uno de los peores (si no el peor) países del plantea. Incrédulos, revisamos a diario con ansiedad los gráficos de Our World in Data, del Guiad, del SINAE o esperamos el reporte de la SUMI, cada día peor que el anterior. El índice de Harvard voló a 1.100 casos por millón de habitantes. Nadie en el mundo se atrevió a tanto. 16 muertes por millón de habitantes/día. Y, como Gregor, miramos por la ventana como el mundo sigue su marcha indiferente.
Lamentablemente lo que estamos viviendo no tiene nada de literario, ni artístico, ni matemático. Es un escenario donde estamos descubriendo lo peor del sufrimiento humano. No por el dolor físico, que sabemos calmarlo, sino por la desazón que producen las muertes de personas jóvenes o adultos mayores, con o sin comorbilidades. Muertes evitables, injustas, que nos llenan de impotencia, en soledad, aisladas de su entorno afectivo. La persona como centro, hacia donde converge todo en la medicina humanizada que deseamos, fue desplazada por el virus.
Así, todos los procesos médicos están desvirtuados, en todos los niveles asistenciales. La asistencia a las personas enfermas por Covid – 19 han desplazado al resto, que por supuesto también ven deteriorada la calidad de su asistencia y sufrirán las consecuencias en el mediano y largo plazo. Nunca habíamos visto este aluvión de pacientes, todos con la misma patología. Como una tienda de campaña en la retaguardia de un campo de batalla, nuestras terapias intensivas y salas de internación de cuidados moderados modificaron su paisaje a un escenario monocorde, con pacientes que sienten lo mismo: disnea y miedo. El oxígeno, que ya escasea, parece negarse atravesar el epitelio alveolar. Sus ojos nos estudian y aprenden nuestra gestualidad, cuando subimos o bajamos el flujo de O2, o cuando el saturómetro pita más grave, señal de que la saturación baja y las cosas no van bien. Perciben cuando la intubación es inminente.
Los trabajadores de la salud sentimos la enorme responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Como Atlas en la mitología griega, sostener una asistencia digna y sobre todo la empatía para aliviar el sufrimiento humano es nuestro mayor desafío. Tengo la convicción de que dentro de algunos años repasaremos esta pesadilla y nos sentiremos muy orgullosos de nuestro rol.
Pero hoy la pandemia está en curso y el final es impredecible en cuanto a la cantidad de personas fallecidas o con secuelas, por no hablar del brutal impacto socio económico que también tiene como consecuencia el deterioro de la salud. Nuestras reuniones periódicas en el Comité de Emergencia, donde participan decenas de Sociedades Científicas, Enfermería y Sicología, son el ámbito donde llevamos el pulso de la asistencia, intercambiamos experiencias y trasladamos propuestas. Nos une la inquebrantable voluntad de trabajar juntos para que esto termine de una vez. Para que Gregor despierte cuanto antes y todo sea como el día anterior.
Todo el equipo de salud hoy nos habla de cansancio, de agotamiento físico, mental y emocional. Del peso de cargar con miedos propios y ajenos. Miedo a enfermar, miedo de ver con impotencia morir pacientes con los que inevitablemente nos involucramos afectivamente. De sentirse parte de la familia de ellos, porque somos quienes estamos presente físicamente a su lado cada día.
Nos relatan que la saturación, y en algunos lugares el colapso, son las palabras que definen como se está desarrollando la práctica médica hoy. En el Primer Nivel, el número de consultas es cada vez mayor, predominando la patología respiratoria por lo que es necesario vestir casi a permanencia los Equipos de Protección Personal. Consultas tardías por miedo, negación o porque el sistema de salud saturado tiene dificultades en llegar a tiempo y lo hace cuando la enfermedad ya está avanzada con insuficiencia respiratoria de moderada a severa entidad lo que requiere apoyo por ambulancias que demoran en llegar. Que la capacidad de testeo y seguimiento está desbordada. También que las ambulancias tienen cada vez más dificultades para derivar pacientes o ingresarlos, con largas esperas que pueden ser de varias horas. Podríamos seguir describiendo como a través de todo el proceso se están produciendo debilidades, que antes no ocurrían, manifestación de un claro deterioro de la calidad asistencial. Es una vulneración de derechos que tiene como resultado el aumento de la morbi mortalidad. Al final, los muertos no pueden convertirse en fríos números.
Nos negamos rotundamente a aceptar esta realidad. Porque como todo, el análisis de sus causas y las posibles respuestas tienen en el conocimiento científico su punto de apoyo incuestionable.
Esta locomotora lanzada a velocidad no se va a detener porque lo deseemos con todas nuestras fuerzas sin acciones concretas que frenen su inercia antes que arrolle todo a su paso. La vacunación, que avanza a buen ritmo, colocándonos entre los mejores países del mundo en porcentaje de cobertura y velocidad, no es una solución en el corto plazo. El enorme esfuerzo de aumentar la capacidad asistencial es sólo un parche, necesario, pero parche al fin, porque la cantidad de pacientes que llega supera ampliamente la capacidad de resolución en el mismo período de tiempo.
Por tanto, es imperioso disminuir la trasmisión comunitaria del virus para que disminuyan los contagios y por tanto se logre así abatir la cantidad de personas que requieren asistencia en el sistema de salud, que está ante un colapso inminente. Y ojalá esto nunca, nunca ocurra.
Hoy estas decisiones son políticas, y específicamente el gobierno. Economía y salud no son contrapuestas ni independientes, son ambas partes de un complejo entramado sobre el cual se sustenta el bienestar de la sociedad. En ese sentido, la ciencia ha hablado muy claramente, emitiendo una serie de recomendaciones por todos conocidas. Entendemos médicos, trabajadores de la salud, trabajadores en general, la comunidad científica, la UdelaR, y amplios sectores de la sociedad, que es imperioso tomar las medidas que sean necesarias para evitar más muertes. Es demasiado el dolor por lo que está ocurriendo, y tengo la plena convicción de que todos apoyaremos las medidas que se tomen en esa dirección.
En el libro de Kafka Gregor muere, incapaz de adaptarse a su nueva condición. Nosotros aún estamos construyendo nuestra historia, estamos a tiempo de escribir un final mejor entre todos.