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Rodolfo Talice

Cien años sin soledad


Se dice comúnmente que uno cosecha en la vida aquello que sembró. Y si bien no siempre esta máxima se cumple estrictamente, se puede afirmar que en el caso del doctor Rodolfo Talice sí se concretó. Cómo si no explicar el sentimiento de tristeza que se apoderó de muchísimos uruguayos el pasado 2 de junio cuando el país se despertó con la noticia, difundida por las radios, de que el doctor Talice había fallecido. Exactamente un mes antes había cumplido sus cien años.


por Diego Fischer
P
or muy poco no pudo concretar uno de sus mayores sueños: llegar al año 2000 y poder decir que había vivido en tres siglos. Bertolt Brecht sostenía que los hombres imprescindibles son los que luchan toda la vida. Y eso fue Talice: un luchador incansable. Al punto que en sus últimos días, internado en el CTI del CASMU, pasaba horas leyendo y escribiendo. Pero ¿quién fue realmente este hombre que caló tan hondo en el alma de sus colegas, alumnos, pacientes y amigos y que, sin proponérselo, logró una popularidad nada frecuente en un científico uruguayo?

Dr. Rodolfo Talice:
la armonía
de una vida

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Talice nació en Montevideo el 2 de mayo de 1899, en el seno de una familia de inmigrantes. A él le gustaba decir que por sus venas corría sangre latina por tres vertientes: italiana, por su padre, española, por su madre y también francesa, por su esposa. Sus primeros recuerdos, como solía contar, se remontaban a la primera década de este siglo a punto de finalizar, cuando su familia se mudó a Pocitos, a la calle Pereyra Nº 8, en una manzana en la que había nada más que cuatro casas: «La de los Moretti, la de los Algorta, la de las lavanderas y la nuestra». Sin embargo, y por la salud de su madre, que era asmática, vivió en numerosos barrios de la capital: La Aguada, Sayago, Cordón, Parque Rodó y hasta en el Prado. De este último barrio le gustaba recordar cuando con sus amigos se bañaba y pescaba en las por entonces limpias e incontamidas aguas del arroyo Miguelete. No obstante el permanente deambular por Montevideo, cursó sus estudios primarios en una sola escuela: el Elbio Fernández y los secundarios en el hoy llamado Vázquez Acevedo.

Desde muy pequeño Talice mostró interés por los bichos y las plantas, pues según afirmaba: «Siempre viví en casas con jardines, árboles y bichos». Pero su vocación por la medicina se despertaría en la adolescencia cuando leyó una obra del histólogo español y Premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal. Y su ingreso a la Facultad de Medicina se concretaría en 1918, luego de una conversación que mantuvo con un tío militar, intendente de Rivera, que lo convenció que su vocación era la de médico y no la de odontólogo como inicialmente había pensado.

 

En su formación como médico jugaron un papel fundamental: Américo Ricaldoni, Alfredo Navarro y Ángel Garminara. «No sólo me enseñaron medicina, sino que me enseñaron la vida», comentaba Talice cuando evocaba a sus maestros de la facultad, a quienes no dudaba en calificar de «verdaderos mentores». «De ellos aprendí a estudiar a los enfermos con todos los sensores humanos: oído, vista y tacto», comentaba y agregaba «me hicieron comprender también la importancia del coloquio entre el enfermo y el médico. A veces la conversación es tan o más eficaz que los medicamentos», aseveraba.

Foto Dr. Rodolfo Talice.
Fotografía de juventud

Luego de su egreso de la facultad en 1924, Talice comenzó a ejercer la medicina en Maroñas, en una pequeña casa que quedaba pegada a la parroquia. Poco después ganaría su primera beca para estudiar en Francia, donde conoció a la que luego fue su esposa: Madelaine Lacombe. A su regreso de Francia empezó una brillante carrera docente que lo llevaría a través de concursos a escalar todos los peldaños de la docencia universitaria hasta llegar a ser durante dos períodos decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias, vicerrector y rector de la Universidad de la República. Su participación en la Guerra del Chaco como médico elegido por la entonces Liga de las Naciones, el descubrimiento de los primeros casos del mal de Chagas en nuestro país, luego de conocer a Carlos Chagas en Rio de Janeiro, sus permanentes investigaciones en el Instituto de Higiene, la creación del Instituto de Cine Científico de la Universidad de la República y el impulso que le dio a la Eto-Ecología, hasta entonces una ciencia desconocida en Uruguay, tras entablar amistad en Francia con Konrad Lorenz.

Fue presidente de la Academia Nacional de Medicina y primer socio de Honor del Sindicato Médico del Uruguay.

Son apenas algunos de los puntos más sobresalientes de su extensísima carrera científica. Sin olvidar sus más de 200 publicaciones nacionales e internacionales y sus 30 libros, 14 de ellos sobre Eto-Ecología.

«Un científico de pura cepa y un docente nato»

Talice fue un pionero en todos los órdenes de su vida. Fue el primer médico que a comienzos de los años setenta comprendió la importancia de los medios de comunicación, en tiempos en que en los ámbitos académicos y científicos era mal visto que un médico hablara por radio o enfrentara a una cámara de televisión. Y fue con su espíritu de visionario que aceptó la invitación que le formuló el periodista Néber Araújo para realizar un ciclo de charlas en el entonces naciente programa radial «En Vivo y en Directo», de CX8 Radio Sarandí dirigida por Jorge Nelson Mullins. Lo que comenzó como un breve ciclo de charlas pensado para un par de meses, se prolongó, por su calidad y éxito de audiencia, durante más de 18 años hasta convertirse en un clásico de la radio.

«Distribución de
triatomas en el
Uruguay. 1921».
La pasión de
una vida

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El propio Néber Araújo en un homenaje que Radio Sarandí le tributó a Talice en mayo de 1989, cuando éste cumplió sus 90 años dijo: «Quiero rescatar en este momento la dimensión del sentimiento, la dimensión del afecto, la dimensión de la tremenda amistad que sentimos hacia el doctor Rodolfo Talice. Yo creo que puedo invocar además el nombre de toda la audiencia, esa audiencia que él ha contribuido tan sustancialmente a enriquecer desde los micrófonos de CX8 Radio Sarandí. Quiero decir simplemente que el doctor Talice, como todos los hombres grandes, con acciones que a veces parecen insignificantes ha abierto una puerta enorme para estos medios de comunicación, particularmente para la radio. Hay un antes y un después, y creo que no estoy magnificando nada, a la presencia del doctor Talice ante los micrófonos de Radio Sarandí y esto lo extiendo a la radio telefonía en general. Un medio en que antes que el doctor Talice generosamente resolviera compartir el mensaje cotidiano de Sarandí, tropezaba con tremendas dificultades para aproximarse a figuras del ambiente científico. Hacía falta que alguien, un pionero como lo ha sido el doctor Talice en tantas cosas, diera el paso adelante. Y dijera sí a estos espléndidos medios de comunicación, tan poderosos, que cotidianamente se introducen en nuestras casas, modifican nuestros modos de pensar, nos dictan de pronto, sin pretenderlo, nuevas normas para nuestra existencia, no permanezcan más ajenos a esa formidable y avasallante presencia de la ciencia en nuestro tiempo. Y yo estoy dispuesto a acompañarlos, con el lenguaje que reclama este medio además, alejado de la sofisticación y el tecnicismo que existe en la comunicación del medio científico. Hablar de corazón a corazón. Transitando la ciencia, pero haciendo llegar el mensaje científico al entendimiento de la vastísima y heterogénea platea que es el auditorio de una radio. Y la presencia del doctor Talice, me consta, ha alentado a muchas figuras del mundo de la ciencia, que tenían una visión prejuiciada con respecto a los medios de comunicación, a seguir su camino».

«Un rompecabezas y un sinfín de libros y carpetas»

Visitar al doctor Talice en su casa podía deparar muchas sorpresas. Es que al traspasar la puerta de su apartamento de avenida Brasil, uno se encontraba con una sencilla vivienda alahajada con muy pocos muebles, los imprescindibles. No quedaba ninguna duda que aquel hombre había apostado toda su vida a la docencia y a la investigación científica. En el living, arrimada al ventanal, una mesa sobre la que reposaba desde hacía muchos años un gigantesco rompecabezas, de más de 3.000 pequeñas piezas, en el que se dibujaba un gran océano. Cada día Talice, luego de horas de observación, ampliaba ese mar inmenso. «Es muy bueno para mantener ágil la mente» decía, mientras colocaba una nueva pieza. En un rincón y sobre una mesa ratona exhibía con orgullo sus trofeos obtenidos en campeonatos de tenis y de golf. «El tenis fue una de mis pasiones hasta los 50 años, luego me dediqué al golf» afirmaba. Deporte que practicó, hasta los 94 años, cuatro veces por semana, jugando 18 hoyos cada vez. Y por todos lados libros y carpetas.

Foto Junto al inolvidable profesor
Juan José Crottogini y
los ex presidentes del SMU,
Rodolfo Méndez Chiodi y
Alberto Cid, en el homenaje
que se le tributara con
motivo de su 90 aniversario

En una de esas carpetas, Talice guardaba su colección de chistes. Eran más de 400. A los que permanentemente recurría en sus escasos ratos de ocio. Porque para él, el sentido del humor era una herramienta imprescindible para vivir cada día. Y pese a que la vida también le hizo beber tragos amargos, como la muerte de su esposa en 1962, o el ultraje al que fue sometido por los militares en 1975 cuando lo detuvieron, nunca perdió su sonrisa y mucho menos sus modales de caballero español.

En varias oportunidades le pregunté cuál era el secreto de su eterna juventud y él me decía «hay que saber administrar la vida». Y cómo se administra bien la vida. «Haciendo lo que uno puede hacer y no lo que le cuesta hacer. Viviendo más de día que de noche. Queriendo mucho. Sintiendo los sentimientos, hacia la mujer, los hijos, los nietos, la familia toda. Queriendo al paisaje y a la naturaleza. No haciendo locuras, no al menos muy a menudo. Porque ¿quién no ha hecho alguna que otra locura? No fumar. Beber alcohol, pero en dosis muy razonables. Riéndose mucho. Riendo siempre. Todos los días».

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